Entre ladridos y prejuicios

15. Martina.

En estos momentos, detesto un poco a Patty por ser tan olvidadiza. Pero más me detesto a mí por aprovecharme de ese detalle y no negarme a su chocolate. Cuando me lo dio sentí que tener un poco de dolor de cabeza no me mataría, pero en estos momentos siento que sí.

Que mi cerebro está por explotar y moriré. Especialmente porque no es un poco de dolor de cabeza, es un dolor tan indescriptible que siento que me aplasta el cráneo. Y, aunque hay silencio y oscuridad absoluta, nada me calma.

Llorar empeora las cosas, pero no puedo evitarlo cuando esta migraña me está matando de adentro hacia afuera lentamente. Meto mi cabeza bajo la almohada como si eso fuera a solucionar la consecuencia de mi idiotez y quiero gritar de frustración porque no lo hace.

Me aguanto porque eso solo empeoraría todo, pero las lágrimas siguen escapando de mis ojos sin que pueda controlarlo y me entierro más en mi cama. Como si pudiera fusionarme con ella y así se llevara mi malestar.

—¿Martina? —la voz de Luca se abre paso en el silencio, aunque murmura y lo agradezco. El colchón se hunde un poco y luego la almohada desaparece de mi cabeza. Yo solo me encojo más en mi lugar y lo escucho suspirar—. ¿Hace cuánto te tomaste la otra pastilla?

—No lo recuerdo, pero fue en el aeropuerto —respondo en un susurro, sorbiendo por la nariz y limpiándome las mejillas.

—Iré por otra. Creo que la necesitas —indica—. Dejaré a los perros afuera para que no te molesten, ¿bien?

—No molestan —le aseguro—. Déjalos pasar.

—Pero Feline va a querer subirse en la cama.

—Lo sé, no tengo problema con ello.

—Bien, pero si se ponen muy molestos los dejaré afuera —advierte y lo siento marcharse. Cuando vuelve, el colchón se hunde con un poco más de peso. Feline se acurruca a mi lado, cerca de mi barriga y Armani cerca de mi cabeza, apoyando la suya en el hueco entre mi hombro y mi cuello—. Me sorprende que estén callados.

—Ellos lo presienten, son inteligentes —murmuro en respuesta y recibo la pastilla de la mano de Luca. Me siento para tomármela y la paso con agua antes de volver a acostarme—. Gracias.

—No hay de qué, para eso estamos los vecinos —responde, apretujándome con suavidad la mejilla—. Anda, recuéstate un rato.

—¿Y tú qué harás? —pregunto—. Feline quiere quedarse, pero no quiero que esté lejos de ti.

—Puedo quedarme en la sala —dice, encogiéndose de hombros—. Y cuando te sientas mejor, me marcho.

—Puedes quedarte aquí. La cama es lo suficientemente grande para los dos —murmuro, sintiendo como mis mejillas se calientan—. Lo siento, no pensé que sonaría tan mal.

Él se ríe, pero se cubre la boca para no hacer mucho ruido. Veo la silueta de su cabeza sacudirse de lado a lado y yo me muerdo el labio.

—¿Sabes qué creo que te hará bien? —pregunta—. Un té. ¿Cenaste?

—No tengo energía para nada, Luca. El dolor me explotó llegando al edificio.

—¿Quiere decir que ni siquiera almorzaste? —Escucho cierto reproche en su voz—. Bien, iré a la cocina por comida y el té. Luego me quedaré aquí con ustedes.

—Está bien —murmuro, recostándome de nuevo. El estómago me ruge y sé que hasta él lo escucha—. Ay.

Los perros vuelven a rodearme y no sé cómo logro dormitar un poco, porque el dolor no se va, pero lo hago. Se siente como un instante de mediana paz, incluso logro dejar de llorar y la pastilla parece ir haciendo su trabajo muy de a poco.

Un buen rato después, el colchón se hunde y siento una mano caliente alejar el cabello de mi rostro. Parpadeo con lentitud, frunciendo un poco el ceño.

—Detesto tener que despertarte, pero tienes que comer —murmura Luca y yo me siento, aceptando el plato de comida—. La taza la dejaré sobre la mesita, todavía está muy caliente y te puedes quemar.

—Huele bien —respondo—. ¿De qué es el té?

—Manzanilla con jengibre y menta. Mi madre me lo hacía cuando me dolía la cabeza, no sé si vaya a servir. Espero que sí.

—Yo también. —Suspiro y le doy un bocado a la comida. Puedo distinguir el sabor del pollo, el pimentón y brócoli—. Está rico —admito.

—Suenas un poco sorprendida —dice y yo no puedo evitar reírme.

—¡Ay! —me quejo, llevando una mano a mi cabeza al sentir de nuevo un fuerte estrujón en el cerebro.

—Lo siento, no pretendía hacerte reír.

—No, es que… Pues, la comida de ustedes no es muy buena. La nuestra sí —respondo y ahora él se ríe, pero no dice nada—. No lo niegas.

—Porque estaría mintiendo si lo negara.

Sonrío antes de comer otra porción de comida y él me tiende la taza. Le siento el sabor dulce de la miel también y la verdad es que sabe muy bien. Termino de comer, con Luca muy pendiente de alejar a Feline y a Armani de mi comida y me bebo el té por completo.

Mi vecino toma el plato y la taza y vuelve a salir. Se tarda un poco en volver, pero cuando lo hace se acuesta junto a nosotros. Me acomodo en mi sitio y los perros nos rodean de nuevo.

—Si me quedo dormido, siéntete libre de despertarme ¿bien?




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