Luego de la migraña, honestamente, he estado más al pendiente de ella porque ¡venga! Es una extranjera que está casi sola en el país, tiene a su amiga, pero no está a una pared de distancia como yo.
No le ha dado más dolor de cabeza y evito que coma chocolates cuando estoy con ella. Ya si ella lo consume estando sola es porque es bien masoquista.
—¿Cómo van con su stand? —pregunta.
—Bien —responde Matthew, quien me está ayudando a armar el nuestro.
—Terminé el techo. Vamos con lo demás, Matt. ¿Necesitan ayuda, chicas?
—No por ahora —responde Luciana—. ¿Cómo van las redes sociales de la caminata, Mar?
—Muy bien, en realidad. Con tres semanas ya he logrado que nos sigan diez mil personas, además el sesenta por ciento interactúa y está pendiente de los posts.
—Es que eres la mejor en lo que haces —la elogia Lu y veo como Marty se lleva ambas manos bajo su barbilla y sonríe. Me encuentro a mi mismo sonriendo también ante aquel gesto—. ¿Ya fuiste al refugio?
—No, pero hoy irá a la clínica veterinaria que tienen los dueños del refugio. Armani ya necesita urgente un corte —respondo y su dueña me saca la lengua—. Kirsten quiere regalarle el primer servicio.
—Oh, que lindo de su parte.
—Lu, ¿tienes mascotas? —le pregunta mi amigo.
—No, pero está surgiendo en mí la necesidad de tener una. ¿Quién sabe? Capaz adopte a algún animalito del refugio en la caminata —responde ella, sonriendo—. Aunque soy más de gatos.
—Tranquila, también tienen gatos en el refugio —le aseguro y ella aplaude—. ¿Por qué no hacen el cartel y lo demás de los stands? Nosotros terminamos esto.
—¿Nos estás quitando este trabajo porque somos mujeres, Luca? —pregunta Martina, cruzándose de brazos.
—No, muñeca —respondo, rodando los ojos—. Es para que vayan adelantando más cosas.
—Bien —cede, dejando el martillo—. Solo porque me está volviendo loca lo atrasados que estamos.
Tocan la puerta, por lo que frunzo el ceño y me levanto a ver de quién se trata. Sonrío al ver a Kait y la abrazo con cuidado, pues tiene un pastel en las manos.
—Un pajarito me contó que están haciendo los stands para la caminata y quise venir a traerles un postre. Espero les guste el pastel de zanahoria —dice, adentrándose en el lugar—. Hola, Matt.
—Hey, K —saluda él, guiñándole un ojo de forma amistosa.
—Oh, eres la vecina del piso uno. Me imagino que serás tú quien venderá postres, ¿cierto? —interviene mi vecina y se levanta para saludar a la rubia—. Un gusto, soy la nueva, Martina. Ella es mi amiga Luciana.
—Un gusto, chicas —responde—. Bueno, serviré las porciones si no te molesta, Luca.
—Para nada, adelante. Sabes que me encantan tus pasteles.
Me giro para seguir con mi trabajo y dejo que Kait se adueñe un poco de la cocina.
—Aquí tienen, chicas. —Kait les tiende las porciones a ellas y luego a nosotros—. Prueben y díganme qué les parece con total sinceridad, por favor.
Pruebo mi porción y admito que gimo de gusto, pero al saborear algo un poco duro me paralizo en mi lugar. No sé cómo mi cerebro conecta todo tan rápido, pero en un segundo estoy junto a Martina, tirándole la cucharilla al piso y todos jadean de la impresión.
—Pero… ¿qué…?
—¡Luca!
Martina me mira con ojos abiertos y una mano posándose sobre su corazón que estoy seguro no late tan rápido como el mío.
—¿Comiste pastel? ¿Te sientes bien? —pregunto, tomando su rostro entre mis manos y ella luce completamente aturdida—. ¡Responde, Marty!
—¡Joder! ¿Qué carajos pasa? —pregunta Kait.
—¡Es alérgica a las nueces! —exclamo sin quitar los ojos del rostro de la castaña frente a mí— Joder, Martina, ¿comiste algo?
—N-no, no comí nada —me asegura y lleva sus manos a las mías—. Ya estaría con la lengua hinchada, te lo aseguro. Estoy bien, ¿ves? Estoy bien.
—Juro por Dios que no sabía que eras alérgica, Martina. Qué pena —escucho que dice Kait detrás de mí y yo suspiro de alivio, bajando la mirada.
—Rayos, menudo susto nos diste, Luca —escucho la voz de Matthew y sacudo la cabeza, alejándome de ella para volver a mi tarea de armar el stand—. ¿Tú estás bien?
—Sí, sí. Solo me asusté por un momento —les aseguro—. Perdonen la escena, creo que fui muy brusco.
—Yo hubiese actuado igual, no te preocupes —concuerda Luciana—. Y Kait, tranquila. Apenas la estás conociendo hoy. Por cierto, ¡está divina!
—Gracias, Lu. Ehm, déjame ver si tengo algún postre que puedas comer, Marty. Creo que tengo un pastel de chocolate en…
—¡No! —exclamamos Lu y yo a la vez. La pobre Kait no sabe ya qué más hacer.
—El chocolate me da migraña, para mi pesar —se queja Martina, haciendo un puchero—. Y no creo soportar otro dolor de cabeza, pero gracias Kait. Es muy dulce de tu parte, ya probaré algo tuyo en la caminata.