La semana está por terminar y todavía estoy a contrarreloj con el pago de la hipoteca. Nos falta muchísimo por cubrir y Xander está tratando lo más posible de modernizar la librería, pero ha sido difícil cuando todo el dinero se va a la deuda.
Abro mi libreta de bolsillo, desgastada y con hojas manchadas de té y tinta. Es muy poco estética, pero me gusta que sea un desastre: muestra que lo que hay escrito aquí dentro tiene vida, tiene sentimiento, tiene humanidad. Con el lápiz empiezo a escribir y tallar palabras, mientras un nuevo poema se abre paso en mi mente, aunque no soy del todo consciente hasta que está listo.
Las palabras son borrosas ante mis ojos, pero forman sentido cuando el último punto y final es escrito. Es como si saliera de mi cuerpo y lo dejara descargarse para luego volver y ver qué es lo que me está carcomiendo por dentro.
Lo que sí está muy presente es la forma en la que duele, en la que me frustra y me llena de rabia el escribir sobre la deuda. Es el cómo mi corazón se vuelve un puño tan apretado que me asfixia y el veneno corre por mis venas.
Respiro hondo cuando suelto el bolígrafo sobre la mesa. El ruido de mi alrededor vuelve de golpe, recordándome que solo estoy en el descanso de mi trabajo y que tengo que recomponerme. Recoger mi mierda y guardarla, aunque en este caso no haga falta: la he vomitado en el papel.
Releo lo que he escrito mientras bebo un poco de agua, sintiendo que al fin mi pecho deja de doler.
“Mi foco se torna borroso,
Mi fuego se vuelve sombrío,
Yendo al vacío donde dejé de ser protegido.
Empuño mi cólera,
Lacerando mis venas,
Llenando plegarias de mi sangre perfecta.
Un ángel nos protege,
Madre en todo su esplendor,
Protectora contra el veneno progenitor.
Un recuerdo sombrío,
Por plata nos ha vendido,
Domador de mentiras, en el abismo, nos dejó cautivos.”
—Te burlas de que llevo mi planificación a mano y de mis plumones, ¿pero tú también tienes tu propio cuaderno?
Me apresuro a cerrar la libreta con rapidez y termino derramando el agua en la mesa. Suelto una grosería por lo bajo y me apresuro en recoger la botella del suelo y en sacarme un repasador que siempre llevo en el bolsillo trasero para limpiar la barra.
—Vaya, no era mi intención asustarte —habla Martina y lleva su mano a mi muñeca, deteniéndome—. Solo es agua, no pasa nada. Con calma, Luca.
Alzo el rostro, encontrándome con sus ojos verdes mirándome con cierta preocupación. Yo suspiro y relajo el ceño, por lo que ella me suelta y ladea la cabeza.
—¿Está todo bien?
—Sí, solo… me sorprendiste —murmuro, volviendo mi vista a la mesa—. ¿Qué haces aquí?
—Luciana quería venir por unas copas —responde, encogiéndose de hombros—. Y también, uhm, quería aprovechar de decirte que me gustaría que fuéramos juntos a la colina. Con Feline y Armani.
—¿Tú y yo solos? —pregunto, alzando el rostro de nuevo y capturando a tiempo como sus mejillas se sonrojan.
—Obvio no, Luca. Con Luciana, Kaitlyn y Matthew. Puede ser antes de que les toque venir a trabajar —responde y luego alza una ceja—. ¿O acaso quieres que estemos solos tú y yo?
Ruedo los ojos y sacudo la cabeza, aunque le aplaudo en mi mente su habilidad para pasar de estar apenada a avergonzarme a mí.
—Suena bien —respondo, restándole importancia—. De todas formas, no trabajo mañana. Estoy libre. Matthew, por el contrario, sí tiene que trabajar. Pero ya sabes…
—Sí, sí. No molestarte hasta el mediodía —culmina por mí—. Bien, entonces… ¿A quién le pido mi Mangolita?
Sonrío, cruzándome de brazos.
—Ya te la preparo, muñeca mimada.
Ambos nos encaminamos a la barra y volteo a ver a Martina con cierta sorpresa cuando veo a nuestros amigos hablando demasiado cerca. Ella se ríe y se encoge de hombros, pero parece saber algo que yo no.
Carraspeo, logrando que ambos se separen y Luciana se cubre las mejillas, completamente avergonzada.
—¿Todo bien? —pregunto.
—Sí, bro. Ponte a trabajar, al menos que quieras que yo le haga el trago a tu muñequita —responde Matt y yo lo miro con dureza, por lo que él se ríe.
—Ella no es mí muñeca.
—No soy su muñeca.
Martina y yo nos miramos al hablar a la vez, pero ella desvía la mirada con rapidez.
—Y sí, ya que estoy aquí, le haré el trago —respondo, antes de darle un zape en la nuca a Matt—. Idiota.
Él intercambia una mirada con Luciana y yo me pellizco el puente de la nariz. Siguen con la tontería de que me gusta mi vecina, la idea más absurda que se les ha ocurrido.
Definitivamente, comparten una neurona.