—No puedes dejarme a mí solo al pendiente de la caminata—le digo y ella cierra los ojos, como si se hubiese esperado esta reacción—. ¿Cuándo te dijeron sobre este evento?
—Hoy.
—Pues diles que no puedes, que ya…
—Que ya tenía este compromiso de hace meses, sí. Ya le dije a mi jefa eso y no le interesa, Luca. Me necesita ahí.
—Yo te necesito —hablo, señalándome con las manos—. El refugio te necesita. Si esto fuese una simple caminata del edificio, bien, te digo que no habría problema… ¡pero fue tu idea meter al refugio en esto! No puedes simplemente…
—¿Sabes qué no puedo? Perder mi visa de trabajo, Luca —me interrumpe, levantándose de su puesto—. Entiendo tu punto y me siento pésimo por hacerles esto, pero va más allá de mí. ¡Es mi trabajo de lo que hablamos, por amor a Dios! Por lo que vine a Londres, por lo que tanto luché.
—¡No puedo hacerlo solo! No sin ti.
—Luca, voy a estar en la caminata desde las diez de la mañana hasta las dos de la tarde. Solo te tocará encargarte del resto por tres horas más.
—Martina, ¡es que no se trata de eso!
—¡Sé que no! Pero es lo único que puedo hacer, ¿entiendes? Esto es importante para mi carrera, Luca.
—¡Claro! Porque tu carrera es lo único que importa, ¿cierto? —le pregunto, dando un paso hacia ella—. Tú eres la extrovertida, Martina. Eres la que sabe metérsele por los ojos a la gente. Sin tu ayuda, ¿cómo vamos a convencer a las personas de adoptar?
—Confío en que harás un buen trabajo, junto con Kirsten. No porque seas sociable, sé que no, pero porque amas la causa. Porque te importa.
—Sí, es que eso queda clarísimo. Me importa a mí, pero a ti no.
Abre la boca, dando un paso hacia atrás. Puedo notar sus ojos llenarse de lágrimas, pero es tan testaruda que solo se endereza en su lugar y aprieta la mandíbula.
—¡Claro que me importa! Pero ¡estoy en una puta encrucijada, Luca! ¿Por qué tienes que ser tan cerrado, joder? No puedo perder mi trabajo solo porque a ti no te parece.
—Lo que a mí me parece es que la caminata nunca significó nada para ti.
El silencio se instala en medio de nosotros y los perros lloran en una esquina al vernos pelear. Martina se limpia una lágrima rebelde con cierta rudeza y se acerca un paso a mí.
—He estado ayudando, organizando, poniendo de mi tiempo… ¡Pero no puedo dejarlo todo tirado porque tú quieras! —exclama.
—¡Ah! ¿Pero sí puedes dejar todo tirado en nuestro evento? —pregunto—. No sé en qué momento me olvidé de que para ti el mundo debe girar en torno a lo que te conviene.
—¿Y tú qué? —masculla, llevando sus manos a mi pecho y empujándome—. Eres terco, amargado, las cosas para ti son blancas o negras ¡nunca grises! Haga lo que haga nunca va a ser suficiente para ti. ¿Por qué no puedes ponerte en mi lugar por un segundo?
—Porque de que esta caminata salga bien depende ¡que no duerman perros! ¿Es que no lo entiendes, Martina?
—¿Sabes qué? No voy a seguir discutiendo. Voy a ayudar en lo que pueda y me iré a las dos, no puedo hacer más nada —responde, quitándose el cabello de los hombros—. Lo siento, pero entiende que si pierdo este trabajo vuelvo a México y no puedo, ni quiero volver.
—No sé por qué me sorprende tu falta de compromiso, ¿sabes? Si es obvio que desde un principio te daba igual si había perros en la calle, pasando hambre o trabajo. Realmente nunca simpatizaste con la causa.
—Las cosas no son así, Luca. ¡Dios mío! —habla, tirando de sus cabellos—. No entiendes que las cosas no son fáciles para mí, ¿cierto? No lo vas a entender, porque aquí el único que sufre eres tú, ¿cierto? La deuda, el trabajo de mierda, tu soledad. ¿Es eso?
Algo se rompe dentro de mí cuando menciona mis problemas, pero también quema en mi pecho. Hay una sensación de abandono, de traición que se me atasca en la garganta como un puto nudo y es molesto porque no debería sentirme así precisamente por ella.
—Claro, habla la niña de papi privilegiada, ¿no? La que no sabe lo que es tener problemas económicos, que tiene un piso en Londres porque papi así lo quiso, con su perro de raza pura comprado, ¿no?
—No sabes de lo que estás hablando, Luca —murmura y luego resopla—. ¡Es que no te soporto! ¡No te aguanto más!
—¡Pues yo a ti tampoco!
El silencio que le sigue a ello es raro. Nuestros pechos suben y bajan con agitación y siento la cara y el pecho caliente. Los ojos verdes de Martina se han endurecido y oscurecido, pero brillan con algo más intenso que no sé descifrar.
Lo que sí sé es que es un reflejo. Un reflejo de lo que yo estoy sintiendo.
Ambos damos los pasos que nos separan y mis manos viajan a sus mejillas antes de estampar mis labios contra los suyos. Es un impulso que no sé de dónde viene, pero que se siente de maravilla cuando ella me devuelve el beso y entierra sus dedos en mis rizos.
Su boca se abre y me sigue el paso, con una intensidad que me acelera el corazón y me genera una corriente por toda la columna vertebral. Tropezamos hacia atrás y llevo una de mis manos a su espalda para que no se caiga, encontrándome con la barra de la cocina.