Entre ladridos y prejuicios

25. Martina.

Me siento un poco hipócrita, no lo voy a negar. Pelear con Luca solo fue un desfogue de todo el peso que siento sobre mis hombros. El hecho de que mi ascenso dependa de una marca que detesto y que, además, me impida estar de lleno en un proyecto que sí ha llenado mi vida más que cualquier cosa me tiene abatida.

Es como que estar a cargo de viralizar la caminata le haya dado un sentido completamente distinto a mi trabajo, a mi talento. Un nuevo y mejor propósito. Y todo por Luca, porque desde que su perra chocó contra mí lo único que él ha hecho ha sido cambiar mi perspectiva.

Porque, aunque he estado labrándome mi propio camino fuera de los recursos de mi familia, he estado cegada por mis privilegios. Y él vino a mostrarme la realidad.

Respiro hondo antes de hablar, sintiendo un cosquilleo en mis ojos y sé que se debe a que en cualquier momento puedo largarme a llorar.

—Honestamente, durante casi toda mi vida sí fui una hija de papi. Respiraba por complacerlo, por hacerle feliz, por hacerlo sentir orgulloso de mí. Lo hice por tantos años que cuando descubrí mi pasión por el marketing me sentí una idiota. Mi padre me había criado para ser economista o administradora, una carrera que me permitiera trabajar a su lado y, en un futuro, liderar la empresa familiar.

—¿Y de qué va la empresa familiar? —pregunta Luca, acariciando el lomo de Armani.

—Mi padre es dueño de un aeropuerto y, más allá de eso, también fundó una escuela de aviación en México.

—Joder, muñeca. Sabía que venías de una familia con dinero, pero no me imaginé que sería tanto.

—Sí, es bastante. En México tenía guardaespaldas, chofer, mucama. Ni te imaginas, Luca —le digo—. Y sé que suena increíble, pero el tener que complacer a mi padre por primera vez en mi vida se sintió… desgastante. Me sentí insuficiente y cuando empecé a estudiar economía en la universidad me sentí… tan triste. Tan decepcionada de mí misma.

»Cuando le dije a mi padre que quería estudiar publicidad, todo fue a pique. Peleamos, nos gritamos, me recordó que era él quien pagaba mis cuentas y que eso incluía la universidad. Recuerdo claramente cuando me dijo: No voy a pagarte la mejor universidad de Ciudad de México para que estudies esa porquería. Me hizo sentir tan pequeña, Luca. —Mi voz se quiebra y unas lágrimas rebeldes se escapan hacia mis mejillas. Me limpio la humedad con las mangas de mi suéter y respiro entrecortadamente, tratando de recomponerme.

Armani alza las orejas y camina hasta mi regazo. Me lame la barbilla, donde hay restos de mis lágrimas, y lo acaricio con una sonrisa triste en el rostro. Luca también se acerca y, con una agilidad que me toma por sorpresa, me carga hasta que estoy sentada en su regazo.

Recargo mi espalda de su pecho y me rodea con sus brazos. Hay algo reconfortante y cálido cuando lo hace y me permite continuar.

—Mi madre me apoyó, pero en silencio. Me dijo que tenía un plan: yo me cambiaba de carrera sin decirle a mi padre y fingía que seguía estudiando economía. Ambas sabíamos que un día se iba a enterar, pero que también sería demasiado tarde y ya sería licenciada en marketing y publicidad para cuando eso sucediera.

—Y así fue, ¿no? Me imagino que se enteró en tu graduación.

—Sí y fue horrible. Aunque no hizo un escándalo por ello, porque le importa más su perfecta e intachable imagen, sí se fue y no me vio recibir mi diploma. No estuvo en las fotos familiares, ni en el brindis. Me dejó un mensaje diciendo lo decepcionado que estaba de mí, que se sentía usado y que lo hice sentir como un imbécil.

» Me gradué con honores, Luca. A dos semestres de graduarme empecé una pasantía paga en la agencia y al graduarme me hicieron miembro fijo. Me dieron un contrato que pagaba muy bien, tenía la libertad de que era un trabajo remoto y me sentía en la cima de mi carrera profesional ¡y solo estaba empezando! Pero luego de tomar mi diploma y sonreír para las fotos, me encerré en un baño a llorar.

—¿Qué hiciste todo este tiempo con ese dinero? Si tu padre cubría todas tus necesidades —me pregunta, su boca pegada a mi cabello.

—Ahorré el dinero. Quería irme de casa porque sabía lo que se avecinaba y, aunque no planeaba irme del país, Luciana me dio la idea de hablar con mi jefa y pedirle un trabajo semi presencial. Londres, Luca. Un sueño que tuve desde que escuché a One Direction por primera vez. Le pregunté a Jenna y me dijo que sí, que le encantaría conocerme y que seguramente así me fusionaría mejor con el equipo. La agencia pagó mi boleto, mi trámite para la visa de trabajo y mi madre, aunque muy triste por tenerme tan lejos, me ayudó a pagar la negociación de este alquiler. Fue más lo que ella me dio que lo que yo di, porque tampoco era tanto el dinero que tenía guardado, pero vine y… aquí estoy. Vivo aquí gracias al dinero de mi padre, para su desgracia, pero soy feliz. Quisiera que las cosas entre nosotros fueran distintas, por supuesto, pero… Tengo la vida que siempre soñé para mí y no la que otros querían.

—¿Y él no sabe que estás aquí? —pregunta.

—Sabe que estoy en Londres, pero no donde vivo. Desde mi cumpleaños ha estado llamándome, pero no tengo el valor para enfrentarme a él y… cuando mamá llamó me dijo que iba a hablar con él. No obstante, dudo que cambie de parecer. Él quiere controlar mi vida y yo ya sé lo que es tener las riendas, no quiero cederlas. No quiero soltarlas.




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