Finalmente, el día llegó. Cuando me conecté para la videollamada, sentí un pequeño nudo en el estómago, una mezcla de nervios y emoción. Sin embargo, en cuanto escuché la voz cálida y amigable de Elian al otro lado de la pantalla, supe que no tenía de qué preocuparme. Tenía un acento profundo, casi melódico, que le daba un aire de misterio, pero a la vez resultaba reconfortante.
-¡Hola, Helen! Es un placer conocerte -dijo Elian con una sonrisa que parecía iluminar la pantalla.
-¡Hola, Elian! Igualmente. Gracias por tomarte el tiempo de hablar conmigo -respondí, correspondiendo su sonrisa. De inmediato, sentí que había algo especial en él, una energía positiva que hacía que fuera fácil relajarse y disfrutar de la conversación.
-James me ha contado mucho sobre ti -continuó Elian, con un tono amistoso-. Me dijo que eres de España, ¿cierto?
-Sí, así es -asentí- aun que ahora estoy en Italia estudiando diseño de modas ¿Y tú? ¿Eres de California? -pregunté, aunque algo en su tono me sugería que no era exactamente de allí.
Elian se rió, un sonido suave y contagioso.
-No, no soy de aquí -respondió con un toque de humor-. Conseguí una beca para estudiar mi carrera aquí, pero en realidad soy de México. Aunque he pasado gran parte de mi vida en California, mis raíces están en mi tierra natal.
La conversación se fue haciendo cada vez más cómoda, y mientras hablábamos, me sorprendió cuánto teníamos en común. Sentí como si ya lo conociera desde hace tiempo, como si nuestra conversación fuera una extensión de las conversaciones que solía tener con James.
-Entonces, Elian -dije con curiosidad-, ¿cómo te ha parecido la vida en California hasta ahora? James me ha contado que es un lugar increíble, pero también tiene sus desafíos.
Elian asintió, su expresión se volvió pensativa.
-Es verdad, California tiene su propio encanto. Hay una mezcla de culturas, y eso es fascinante. Pero, también es fácil sentirse un poco abrumado con tantas cosas por hacer y tantas personas por conocer. Lo bueno es que, como tú, también me he encontrado con gente increíble. Pero, claro, a veces extraño México y sus costumbres.
-¡Entiendo perfectamente! -exclamé-. Barcelona tiene su propio ritmo y su propio estilo de vida, pero al venir aquí a Italia, he visto cuán rica y variada es la cultura europea. Es emocionante, pero también es un cambio grande.
-Exactamente -dijo Elian, y podía escuchar la empatía en su voz-. ¿Qué es lo que más te ha impresionado de Italia hasta ahora?
-Pues, la arquitectura es impresionante -respondí con entusiasmo-. Las calles tienen una historia que parece contarse por sí misma, y la comida, ni hablar. Aunque, como sabes, estoy un poco distraída con mis estudios de diseño. A veces siento que estoy en una película.
-¡Eso suena increíble! -dijo Elian con un brillo en los ojos-. Me encantaría experimentar eso en persona. Mi sueño es visitar Italia algún día y sumergirme en la cultura. Por ahora, tengo que conformarme con escuchar tus historias.
Me reí, sintiendo que la conversación fluía con una naturalidad especial.
-Si alguna vez te decides a venir, te haré de guía turístico -le prometí-. Aún tengo mucho por explorar, y siempre es más divertido compartirlo con alguien.
-Suena como un plan -dijo Elian con una sonrisa-. Y mientras tanto, me alegra que podamos compartir nuestras experiencias de esta manera. Me parece que, aunque estemos lejos, hay algo que nos conecta.
-Definitivamente -coincidí-. Me encanta cómo la tecnología nos permite mantenernos conectados, incluso si estamos en diferentes partes del mundo.
-Así es -dijo Elian, su voz llena de calidez-. Bueno, Helen, ha sido un verdadero placer conocerte. Me encantaría seguir hablando y conocer más sobre tus aventuras en Italia.
-Y a mí me encantaría seguir conversando contigo, Elian -respondí con una sonrisa genuina-. Vamos a hacer esto más a menudo.
La llamada terminó con una sensación de satisfacción y la promesa de futuras charlas.
Con el tiempo, Elian y yo nos convertimos en amigos cercanos. Aunque la distancia física era considerable, eso no impidió que nuestra amistad floreciera. Nos escribíamos con frecuencia, compartiendo nuestras vivencias y apoyándonos mutuamente en los desafíos que la vida nos presentaba. La tecnología, a veces fría y distante, se convirtió en el puente que nos mantenía conectados, acortando las distancias y haciéndonos sentir que estábamos más cerca de lo que realmente estábamos.
A medida que nuestra amistad crecía, no pude evitar sentirme agradecida por la oportunidad que había tenido de conocer a Elian gracias a James. La vida tenía una forma curiosa de conectarnos con las personas adecuadas en el momento justo, y Elian había llegado a mi vida en un momento en que necesitaba un amigo nuevo, alguien que trajera un soplo de aire fresco.
A diario hablábamos y solíamos hacer video llamadas con james de ves en cuando.
Elian siempre me contaba de como pasaba sus días en la escuela de aviación, siempre hablaba de lo emocionado que estaba en la escuela, me contaba de las clases sobre dinámica de vuelo y cómo, por las tardes, pasaba horas en los simuladores practicando despegues y aterrizajes. Había una pasión en su voz que me hacía sonreír cada vez que hablaba de su sueño de volar.
Una tarde, mientras estábamos en una videollamada con James, la conversación tomó un giro inesperado.
-¿Sabías que los aviones tienen nombre? -preguntó Elian con una sonrisa traviesa.
-¿En serio? -respondí, intrigada-. Pensé que solo eran números y letras.
-Bueno, no oficialmente. Pero los pilotos tienden a ponerles nombres. Es una forma de sentirse más conectados con la aeronave. Yo ya tengo uno pensado para cuando me toque mi primer avión.
James, que estaba recostado sobre una hamaca con el sol del sudeste asiático de fondo, soltó una carcajada.
-Deja adivinar, Elian. Algo cursi como "El sueño de volar" o "El Halcón Mexicano".