Entre latidos distantes

Desde el primer instante en que escuché su voz, supe que había encontrado algo extraordinario. No importaba la distancia que nos separaba, ni los miles de kilómetros entre nosotros; nuestra conexión era única e inquebrantable.

Cada día, a la misma hora, nos sentábamos frente a nuestras pantallas para compartir las pequeñas y grandes historias de nuestro día. La distancia no era un obstáculo, sino el telón de fondo que hacía que cada conversación y cada risa fueran aún más preciadas. Nuestros días parecían cortos, a veces los minutos no eran suficientes para hablar de todo lo que queríamos, para desentrañar el pasado y explorar el presente. La sincronía de nuestras vidas, a pesar de la diferencia horaria, era una danza que compartíamos con entusiasmo.