A mi abuelo, a quien no conocí
No te conocí, pero si lo hubiera hecho, te habría amado con cada parte de mi ser.
No te conocí, pero sé cuánto amabas a tu familia.
No te conocí, pero todos hablan maravillas de vos.
No te conocí, pero sé que hiciste todo lo posible por cuidar a los tuyos, para que jamás les faltara un plato de comida.
Sé del esfuerzo y el amor que pusiste en cada cosa que hiciste por tu gente.
No te conocí, pero me habría encantado conocer a ese ser admirable del que todos hablan.
Esta carta es para vos, para ese gran hombre que lo dio todo por su familia.
Mi abuelo, mi sangre, mi raíz.
Espero que algún día, cuando mi camino en esta tierra termine, nos encontremos en el cielo. Que podamos abrazarnos por primera vez y recuperar el tiempo que aquí no tuvimos.
Quiero que sepas que tu familia te ama y que, aunque no tuve la dicha de verte, te llevo en mi corazón. A veces me invade la tristeza al pensar que otras nietas tuyas sí pudieron conocerte, pero también me reconforta saber que en el más allá, cuando llegue el momento, podré mirarte a los ojos y decirte cuánto te quiero.
A veces me pregunto si, desde el cielo, me mirás. Si te enorgullece la persona en la que me estoy convirtiendo. Me gusta imaginar que sí, que estás ahí, guiándome en silencio, enviándome señales de amor cuando más las necesito.
Esta carta es mi manera de acercarme a vos, de acortar la distancia que el tiempo y la vida nos impusieron. No pude conocerte en esta existencia, pero en cada historia que me cuentan sobre vos, en cada recuerdo que vive en los corazones de quienes te amaron, te encuentro un poco más.
Hasta que el destino nos reúna, querido abuelo.
Con todo mi amor y gratitud.