Iris estaba entrando oficialmente en pánico.
–Esto es real –dijo mientras caminaba en círculos por su cuarto–. Tengo una cita. Con un chico. Mañana. Y no sé besar.
En su cama, una almohada con forma de pizza era su única consejera silenciosa. YouTube ya le había enseñado tres técnicas, dos formas de inclinar la cabeza y una guía para no parecer una aspiradora descontrolada. Nada le había servido.
–¡Voy a morir! –gritó, y la almohada cayó al suelo como si se rindiera.
La cita era mañana. Y lo único que tenía claro era que el universo la estaba empujando a un evento que ella emocionalmente no estaba capacitada para manejar.
Después de practicar con el espejo (fallando) y ver un tutorial de "10 señales para saber si besas mal" (spoiler: tenía las 10), Iris tomó una decisión temeraria.
Salió de su casa en pijama, bajó las escaleras descalza y cruzó al porche de al lado.
Tocó la puerta. Una vez. Dos veces. Tres... hasta que Reik abrió con una camiseta negra, el cabello ligeramente desordenado y una expresión de "¿pasó algo grave o solo estás loca otra vez?".
–¿Iris? ¿Estás bien?
–No –dijo ella, cruzando los brazos como si fuera una misión oficial de la CIA–. Necesito tu ayuda.
Reik abrió más la puerta y la dejó pasar. Ella entró directo a la sala como si ya viviera ahí. Él la siguió, claramente confundido.
–¿Qué pasó? ¿Te atacó un gato otra vez?
–No, pero si pudiera cambiar ese gato por mi dignidad, lo haría –dijo Iris, girando hacia él con las mejillas color tomate–. Necesito practicar algo.
–¿Practicar qué?
Silencio.
–Iris...
–Besar –soltó ella de golpe.
Reik parpadeó. Dos veces. Luego se rió nervioso.
–¿Qué?
–Sí, o sea, tú me dijiste que me podías ayudar con esto y bueno ya que nunca e besado a nadie, y pues... tú eres un chico, yo soy una chica, tú tienes boca, yo tengo boca, y mañana tengo la cita y no quiero traumatizar a León de por vida.
Reik se pasó una mano por el rostro, como si procesar esa información necesitara reiniciar su cerebro.
–¿Tú... quieres que yo...?
–Solo para practicar –agregó ella rápidamente–. Una vez. Un segundo. ¡Nada más! Lo juro. Solo quiero saber si lo hago bien... o si tengo que cancelar la cita y mudarme de ciudad.
Reik la miró. No dijo nada por unos segundos. Luego se cruzó de brazos.
–¿Sabes que esto es completamente loco, verdad?
–Lo sé –respondió ella, muy seria–. Pero también sabes que es lo más yo que has escuchado.
Se miraron. El silencio fue tan fuerte que hasta la luz del pasillo pareció bajar su intensidad.
Y justo cuando Reik iba a decir algo...
–¿Pasa algo, hijo? –preguntó la voz del papá desde el pasillo.
–¡NO! ¡TODO BIEN! –gritaron los dos al mismo tiempo, separándose como si fueran imanes del mismo polo.
Reik tosió. Iris se acomodó el cabello aunque no había nada que acomodar. Él la miró con una sonrisita.
–Mañana, después de tu cita, quiero el informe completo –dijo en tono burlón.
–Reik...
–Estoy pensando.
Ella se mordió el labio, incómoda. Pero también un poco emocionada. Porque por primera vez, no sabía si quería besar a León...
O quedarse practicando con Reik.
Después de la escena más caóticamente vergonzosa de su vida, Iris volvió a su casa con la sensación de que su alma había decidido abandonarla de la pura pena.
Se dejó caer en la cama boca abajo, abrazando su almohada como si fuera la única que podía comprenderla.
–Le pedí a Reik que me besara –dijo en voz alta, tapándose la cara–. Definitivamente voy a morir. O me mudo. O me convierto en monja.
Justo cuando estaba por asumir su nueva vida como fugitiva emocional, su teléfono vibró.
León 💪:
¿Me pasas tu dirección? Paso por ti el sábado. A las 6 está bien?
Iris abrió la boca en forma de "O". Su corazón hizo un salto mortal. Iba a escribirle cuando...
¡DING DONG!
El timbre de su casa sonó. Otra vez. ¿Ahora qué? ¿El universo venía por ella en persona?
Bajó y abrió la puerta.
–¿Reik?
Él estaba ahí. Con una caja de galletas en la mano y una sonrisita culpable.
–Mi papá compró galletas –dijo levantándolas como trofeo–. No tienen mucha azúcar. En mi casa tampoco me dejan comer azúcar, así que... este puede ser otro de nuestros secretos.
Ella rió bajito y abrió más la puerta.
–Pasa, cómplice del azúcar.
Ambos se sentaron en la cocina, con dos vasos de leche y la caja abierta entre ellos. Hablaron de tonterías, rieron, y cuando terminaron, Reik se quedó mirándola en silencio.
Ella lo notó, bajando la mirada. Su corazón empezó a acelerarse. Otra vez.
–Oye... –dijo él de pronto, casi en susurro–. Lo del beso...
–Perdón por eso –se apresuró ella–. En serio. Estaba nerviosa. No debí pedirte eso. Fue muy loco, y tal vez súper inapropiado, y...
Él se inclinó hacia ella.
–Iris.
–¿Sí?
Y entonces la besó.
Fue lento. Suave. Corto. Pero tan inesperadamente tierno que Iris sintió que el aire se le escapaba.
Nada como lo que había practicado.
Ni como lo que había visto en YouTube.
Ni como lo que había leído en sus libros.
Fue real.
Cuando se separaron, ella lo miró boquiabierta, completamente congelada.
–¿Beso mal? –preguntó, rompiendo el silencio como si se activara en automático.
Reik rió, bajando la mirada por un segundo.
–No.
–Porque según lo que leí, los besos suelen durar más –empezó ella a hablar atropelladamente–. A veces incluso hay que inclinar la cabeza, y si es la primera vez, se supone que se cierra los ojos, y yo lo cerré, creo, pero me dio miedo abrirlos, y no sabía si tú...
–Iris...
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Editado: 23.08.2025