Entre Lentes y Algodones de Azucar

Capítulo 4: Las Mariposas Ausentes.

Iris se miró en el espejo por quinta vez.

Labial suave. Cabello con ondas. Perfume con olor a algodón de azúcar, dulce y ligero, como si llevara una nube de feria pegada a la piel. Y nervios hasta en las pestañas.

—Es tu primera cita, Iris. Tu momento de película. Cállate, cerebro, no arruines esto —se repitió, apretando los labios frente al espejo.

Pero su cerebro no la escuchaba.

Porque por cada paso que daba, por cada pestañeo... el recuerdo del beso con Reik la perseguía como una canción pegajosa.

No fue nada... fue un beso tonto... solo práctica...

Mentira.

León llegó puntual. Moto brillante, chaqueta de cuero, sonrisa que parecía salida de una sesión de fotos. El corazón de Iris se aceleró cuando lo vio, y más aún cuando subió a la moto. Intentaron hablar durante el trayecto, pero el ruido lo hizo imposible.

Ya en el autocine, él compró gaseosas, palomitas y se sentaron bajo un cielo estrellado. Todo era perfecto... excepto ella.

Iris no podía concentrarse.

La película avanzaba. Los personajes hablaban. Pero su mente estaba lejos.

¿Por qué cerré los ojos? ¿Él también los cerró? ¿Y si solo lo hizo por lástima? ¿Y si no fue tan bueno para él como lo fue para mí?

—¿Te pasa algo? —preguntó León, sacándola de sus pensamientos.

—¿Eh? No. ¿Por qué?

—No sé, pareces... distraída.

—Estoy bien —mintió.

—¿Te gusta la película?

—Sí. Es bonita. Aunque es rara. Y lenta. Y el protagonista se parece un poco a alguien...

—¿A quién?

—Iba a decir a Reik...

¡¿A QUIÉN?! ¡IDIOTA!, gritó su mente.

León frunció el ceño.

—¿Ese es el nuevo?

—Sí, bueno... vive al lado. Lo ayudé a encontrar la escuela, ya sabes. Cosas de vecinos... eh... vecinaje. ¿Eso existe? Bueno, no importa.

León bajó la mirada a su bebida. Iris, por instinto de supervivencia, se metió un puñado de palomitas en la boca para no seguir hablando.

Pasaron veinte minutos más. Silencio. Incomodidad. Más palomitas.

Hasta que León se acercó. Lento. Con esos ojos que, según todas en la escuela, eran "pecado garantizado". Iris tragó saliva.

Va a besarme.

Y lo hizo.

Sus labios tocaron los de ella y se movieron con suavidad. Era su primer beso... bueno, el segundo, si contaba el de Reik. Pero mientras León la besaba, mientras sus manos la rodeaban por la cintura y la acercaban más a él, ella no sentía nada.

No como con Reik.

No había ese cosquilleo extraño. Ni esa sensación en el estómago. Ni mariposas, ni electricidad, ni suspiros. Solo... un beso. Correcto. Lento. Calculado.

Cuando se separaron, faltos de aire, León sonreía. Ella, en cambio, estaba un poco descolocada. Acababa de besar al chico que siempre le había gustado... y no sabía qué sentir.

Después de la película, el camino a casa fue rápido. Y ella lo agradeció. Su cabeza era un completo lío.

León estacionó frente a su casa, apagó la moto y la acompañó hasta la puerta.

—Gracias por la cita. Me gustó mucho —dijo Iris, aunque no estaba segura de si lo decía por cortesía o por convicción.

León le sonrió con esa sonrisa encantadora y se acercó de nuevo. Rozó sus labios con los de ella, esta vez con más decisión. La tomó por la cintura y la atrajo a él. Iris apoyó las manos en sus hombros, sin saber muy bien qué hacer.

Y después, se fue.

Iris entró en su casa en silencio.

Había tenido su primera cita con León. La había besado dos veces. Había sido todo como lo imaginó durante años.

Y sin embargo...

No sentía mariposas.

No sentía que flotaba en una nube.

Solo sentía... que algo no encajaba.
Subió las escaleras con pasos lentos y fue directo a su habitación. Sin encender la luz, dejó su bolso en la silla y caminó hasta el baño.

Una ducha caliente parecía la única forma de arrancarse el caos mental.

Dejó que el agua cayera sobre su piel, como si pudiera arrastrar la confusión. Pero no lo hizo. Al menos no del todo.

Salió envuelta en una toalla, con la cara enrojecida y el cabello empapado. Abrazó a su fiel compañera: su almohada en forma de pizza sonriente.

—Al menos tú no complicas mi existencia —murmuró, dejándose caer sobre la cama.

Encendió el celular. Un mensaje de su mamá:

No te olvides de comer algo que no sea dulce.

Iris respondió al instante:

Está bien, mamá 🍲✨

No tenía hambre. Tenía ansiedad. Así que abrió Instagram, como si eso fuera a distraerla. Spoiler: no.

Deslizó sin mucho interés, hasta que la tentación ganó.

Escribió: Reik.

Lo encontró enseguida. Su foto de perfil era reciente. Estaba con otro chico, parecido a él, pero mayor. Unos veinte años, tal vez. No tenía lentes, pero el parecido era evidente.

¿Será su hermano?

Iris, sin pensarlo demasiado (pero sintiéndose cero acosadora, cero), hizo clic en el perfil.

Empezó a ver las fotos. Una tras otra. Como si fuera una detective emocional en medio de un caso muy serio.

Hasta que...

Ding dong.

El timbre sonó de pronto y el susto hizo que el teléfono le cayera en la cara.

—¡Auch!

Se levantó como un resorte. Bajó las escaleras con el corazón acelerado, sin saber por qué estaba tan nerviosa.

Abrió la puerta.

Doña Elvira.

Su vecina. Setenta y muchos. Chanclas. Bata floreada. Y una bandeja con lo que claramente era comida sana... y sin alma.

—Iris, mi niña. Vine a traerte algo de comer, tu mamá me llamó. Dijo que no habías cenado y que no confiaba en que lo hicieras si nadie vigilaba.

—Gracias, Doña Elvira —sonrió, algo sonrojada.

—No cierres con llave, ¿eh? Por si necesito subir a darte sopita a la fuerza.

—Iris rió—. No lo haré. Lo prometo.

Subió con la bandeja en las manos y volvió a tirarse sobre la cama. El celular vibró.




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