Entre Lentes y Algodones de Azucar

Capítulo 5: Silencio, sospechas... y una puerta que espera

Las dos semanas siguientes fueron... rarísimas.

Ir a esa piscina fue como lanzarse al agua con ropa puesta: incómoda, pesada, fuera de lugar. Y no porque hiciera frío o no supiera nadar, sino porque León no se despegó de su cintura en toda la tarde. Literalmente. La rodeó como si fuera suya, sin miedo, sin vergüenza, sin preguntar.

Las miradas que le lanzaban los demás —especialmente las chicas— no ayudaban. Algunas parecían de envidia, otras de sorpresa... y había un par que parecían una advertencia silenciosa. Pero lo más desconcertante de todo fue que León la besó muchas veces. Frente a todos. Como si fueran pareja de toda la vida. Como si ese lugar le perteneciera por derecho.

Y tal vez eso era lo más confuso. Que él estuviera cumpliendo todas sus fantasías... y que ninguna se sintiera realmente suya.

El lunes por la mañana, pensó —aunque solo por un segundo— en salir a caminar con Reik. Se imaginó el saludo torpe, el silencio incómodo y, quizás, una de esas frases sarcásticas de él que siempre le desordenaban la cabeza. Pero no tuvo oportunidad.

León apareció frente a su casa, puntual, con su misma moto, su mismo perfume y esa seguridad que no dejaba espacio para preguntas.

Toda esa semana fue igual. León la llevaba a la escuela, se sentaba a su lado en la mesa de los populares, la tomaba de la mano a la salida. Reían. Se besaban. Hablaban de todo y de nada.

Iris debería sentirse feliz. Al fin estaba viviendo lo que tantas veces había imaginado.

Y sin embargo... se sentía fuera de lugar. Como si estuviera interpretando un papel que no le quedaba del todo bien. Porque por más que se repitiera que esto era lo que quería, Reik no salía de su cabeza.

La semana siguiente fue aún más rara.

Reik desapareció.

No apareció en la escuela, su silla seguía vacía, y ni rastro de su mochila ni de esos juguitos que siempre llevaba. Nada de sus lentes. Nada de su voz burlona diciendo: "¿otra vez tropezaste, Iris?"

Y ella intentó no pensarlo. De verdad que sí. Pero cada vez que pasaba junto a su lugar en clase, algo en su estómago daba un salto mortal sin red de seguridad.

Una tarde, incluso fue hasta su casa. Tocó la puerta. Nadie respondió.

Pensó en escribirle... pero ¿qué se le dice a alguien que te besó, no te volvió a hablar y luego desapareció?

"Hola, ¿muriste?"
"¿Fue tan malo el beso que te fuiste del país?"
"¿Te enamoraste de mí y entraste en pánico?"

Ninguna opción sonaba bien.

Esa noche, mientras jugaba con el arroz de su plato, su mamá la observó desde el otro lado de la mesa con ojos de rayos X.

—Iris, ¿pasa algo?

—¿Ah? ¿Qué? ¿Yo? No... ¿por qué?

—Porque no has tocado tu comida. Y es tu favorita. No confío en nadie que no le dé amor al arroz con queso que yo hago.

—Estoy bien.

—Ajá...

Silencio.

—Mamá, ¿tú conoces a los nuevos vecinos?

—¿Al señor Rey?

—Ese es el nombre más raro del planeta, mamá.

—No, Iris. Es su apellido. Se llama Reul Rey. Y sí, los vi. ¿Por qué?

Ella dejó el tenedor con cuidado.

—Es que... su hijo, Reik, estudia conmigo. Y no ha ido a clase. Es raro.

Su madre sonrió con ternura, como si ya supiera todo.

—Ah, no te preocupes. Está enfermo.

—¿Enfermo?

—Sí. Ayer lo dieron de alta del hospital. Tenía un virus. Pero no era nada grave.

Y entonces, su corazón cayó al piso.

¿Y si ella lo contagió? ¿Y si su aliento olía a azúcar vencida? ¿Y si su torpeza transmitía enfermedades emocionales? ¡¿QUÉ SI LO BESÓ Y LO DEJÓ ENFERMO?!

—Iris, ¿estás bien? Estás... pálida.

—¿Yo? ¡Nooo! Estoy bien. Solo... muy blanco es mi color hoy.

Su madre la miró como quien sabe que su hija está a punto de hacer alguna locura, pero no quiso presionarla.

—Voy a dormir un rato. Tengo guardia esta noche. No hagas un concierto en tu cuarto, ¿sí?

—Muy graciosa, mamá.

—Gracias, gracias. Estoy para stand-up —dijo mientras se alejaba por el pasillo.

Pasaron cinco minutos. Luego diez.

Iris se quedó en la sala, caminando de un lado a otro como gallina con ataque de ansiedad.

—Voy o no voy. Voy... no voy. ¡Ugh! ¿Por qué soy así?

Miró la puerta. La cerradura. El picaporte. La calle. La casa de Reik.

Y de pronto, todo su cuerpo supo la respuesta antes que su cabeza.

Y sin pensarlo más, con el corazón como una banda de rock desafinada, Iris salió de su casa y cruzó hasta la puerta de su nuevo vecino.

Respiró hondo. Levantó la mano.

Tocó el timbre.

Ding dong.

Ahora no había vuelta atrás.

El sonido retumbó con un eco que le perforó el alma. Iris tragó saliva y se preguntó por enésima vez qué demonios estaba haciendo ahí.

La puerta se abrió.

—¡Iris! —dijo el padre de Reik, con esa voz de luchador en modo amable.

Ella se congeló.

—Ho-hola, señor Rey...

—¿Pasó algo? ¿Todo bien?

—Sí, sí. Yo solo... bueno... es que... traje los apuntes de la escuela para Reik —dijo, alzando sus manos vacías.

Él la miró con una ceja alzada.

—¿Y los cuadernos?

Iris soltó una risa nerviosa.

—Ah, eso es que... bueno, no sabía si... o sea, si podía... sí. O sea, los tengo... en mi cabeza.

Silencio.

Luego, el señor Rey rió fuerte.

—Pasa, Iris. Reik está en su habitación. Está un poco enfermo, pero anda con energía de sobra para hablar con alguien más que yo.

—Gracias —dijo ella, cruzando la puerta mientras su corazón palpitaba a ritmo de salsa nerviosa.

—Es la primera puerta a la derecha, subiendo las escaleras —le indicó el señor.

Ella asintió y subió con pasos tímidos.

A medio camino, escuchó un grito desde abajo:

—¡REIK! ¡PUERTA ABIERTA, ENTENDIDO!

Iris se detuvo en seco. Tragó saliva.

Al llegar, tocó con suavidad.

Click.

La puerta se abrió sola.

—¿Iris? —dijo Reik, su voz un poco ronca, con una sudadera grande, cabello revuelto y una taza humeante en las manos.




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