Reik volvió a clases el lunes.
Lentes en su lugar. Suéter de siempre. Y aunque parecía el mismo de antes, algo en él era distinto. O tal vez no era él... tal vez era Iris.
Cada vez que sus miradas se encontraban, ella sentía una extraña adrenalina. Como si algo dentro de ella despertara con solo verlo.
Olvídalo, Iris.
No lo decía. No lo miraba más de lo que debía. Pero... lo sentía. Lo notaba cuando sus brazos se rozaban al caminar por el pasillo, cuando sus risas se mezclaban sin querer, o cuando él pasaba el dedo distraídamente por su vaso de jugo y murmuraba cosas como:
—Eso parece más azúcar de lo permitido, Iris...
Y ella quería derretirse.
Casi todo parecía volver a la normalidad. Ella y Reik caminaban juntos por los pasillos, él con su humor sarcástico, ella con su torpeza encantadora, riéndose de cualquier cosa sin sentido. Pero había algo que flotaba entre ellos... algo no resuelto. Ese beso.
Ninguno lo mencionaba. Ninguno lo negaba. Simplemente estaba ahí, suspendido entre los dos como una burbuja a punto de estallar.
Y entonces, llegó León.
Apareció entre la multitud, como siempre, seguro de sí mismo, directo, con esa mirada que exigía atención. Se acercó sin saludar, colocándose justo al lado de Iris.
—¿Vamos? —dijo, mientras miraba fijamente a Reik.
Reik se tensó un poco, pero mantuvo su sonrisa calmada. Asintió cortésmente y dio un paso atrás.
—Nos vemos luego, Iris —dijo, y se fue sin más, como si no pasara nada. Como si no doliera.
León la miró, y luego dejó escapar una pregunta con tono más frío de lo que debería.
—¿Por qué hablas tanto con el nuevo?
—¿Perdón? —dijo Iris, arqueando una ceja.
— Es que en serio, ¿Iris? Soy tu novio. Deberías...
—¿Debería qué, León? —lo interrumpió—. ¿Dejar de hablar con Reik porque a tu eres mi novio? Es mi amigo. Mi amigo, León.
—¿Tu amigo? En serio, Iris...
—No voy a dejar de hablar con Reik por ti. Ni por nadie.
Y con eso, se giró y se alejó, dejando a León en medio del pasillo, más confundido que molesto.
Mientras se acercaba a los casilleros para buscar su libro de biología, lo vio.
Reik estaba allí. Hablaba con una chica.
Una de esas con labios perfectos, cejas impecables y una risa que parecía sonar en cámara lenta.
Reían. Se veían cómodos. Cómplices.
Iris se detuvo a mitad del pasillo. Fingió mirar su celular. Fingió no mirar.
Entonces, la chica se inclinó, lo abrazó rápido... y le dio un beso en la mejilla.
¡PUF!
Explosión emocional.
Sintió que algo se le rompía adentro. No era drama. No era exageración. Era real.
Era... celos.
Y lo odió.
No a la chica.
No a Reik.
Se odió a sí misma por haber sentido algo.
Por no querer admitir que ese beso, insignificante y rápido, le dolió más que todos los años de indiferencia de León juntos.
—¿Qué haces aquí parada sola? —La voz de León le explotó en los oídos, sacándola de su nube.
Ella dio un pequeño salto y se giró de inmediato, como si no hubiera estado espiando nada.
—Nada. Esperaba la hora de clase —dijo, metiendo el celular al bolsillo con disimulo.
León la observó unos segundos. Luego soltó, con tono mordaz:
—¿Mirando al nuevo?
Ella frunció el ceño.
—Es mi amigo, León.
—¿Solo tu amigo, Iris?
—¿Ahora a qué viene esto, León?
León pareció querer decir algo más, pero el timbre sonó.
Caminaron a clase. Se sentaron juntos. Y justo antes de abrir el cuaderno, Iris lo vio de nuevo.
Reik estaba sentado con la misma chica.
Riendo. Otra vez.
—¿Pero por qué...? —susurró, deteniéndose un segundo en seco.
León la tomó del brazo y la jaló suavemente para que se sentara.
La clase comenzó. Neuronas, células, mitocondrias... todo servía para no pensar en ese maldito caos.
Al salir, León tuvo que irse al entrenamiento, así que no la acompañaría a casa.
Reik apareció justo al frente. Sonriente, tranquilo, como siempre.
Iris sonrió por reflejo... hasta que la escena se repitió.
Otro beso en la mejilla.
Otra despedida.
Otro nudo en el estómago.
Una sensación amarga empezaba a crecer dentro de ella. Y la estaba odiando.
—Hola —dijo Reik, acercándose.
—Hola —respondió ella, con voz neutra.
—¿Estás bien, Iris?
Ella no contestó. Empezó a caminar, molesta consigo misma. Con el mundo. Con el destino. Con todo.
Caminaron en silencio hasta su calle.
Ella entró a su casa, subió corriendo las escaleras, y se tiró en la cama con fuerza.
Abrazó su almohada mientras las lágrimas le llenaban los ojos.
—¿Qué es esto...? ¿Por qué me siento así? Se supone que estoy con León. ¿Verdad...? León me gusta... ¿cierto?
Pero no. No dejaba de dolerle.
Y eso la enfurecía más que cualquier otra cosa.
¿Celos por Reik? ¡Solo era su amigo! ¡Su amigo!
Tocaron la puerta.
Iris se secó las lágrimas apresuradamente, se acomodó el uniforme y bajó, pensando que era su vecina.
Pero no.
Una pequeña bola de pelo blanco se asomó entre las manos de alguien.
—¡Sorpresa, Iris! —rió Reik, parado en su puerta con una linda perrita blanca que tenía un lazo rosado.
Ella parpadeó, sin saber qué decir.
—Es mi regalo. Por ser una excelente vecina... y una gran amiga.
Ella sonrió con ternura, y tomó a la perrita en sus manos.
—Gracias... pero... espera. ¡Yo no tengo nada para darte, Reik! ¡Oh Dios! Soy la peor amiga del mundo. ¿Cómo vas a darme algo tan lindo y yo ni siquiera te...?
—Shhh —Reik la interrumpió, acariciando suavemente sus brazos.
—No tienes que darme nada. Quise darte algo. Solo eso. Es un detalle.
Ella lo miró.
Estaban tan cerca...
Solo tenía que inclinarse un poco y...
Reik se separó de golpe y carraspeó.
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Editado: 01.09.2025