La risa se fue apagando, pero las miradas no.
Iris volvió a su posición, pero esta vez no tan lejos.
La pierna de Reik seguía rozando la suya. Su mano seguía en su muslo, los dedos dibujando círculos lentos que quemaban más que cualquier caricia directa.
La película... olvidada.
Fifi... resignada.
Y entre ambos... solo la tensión, esa que se estira hasta romper.
—Me gusta estar aquí —murmuró él, bajando la voz, tan suave como si dijera un secreto.
Iris apenas asintió, tragando saliva. Sus ojos se encontraron otra vez.
Reik se inclinó, despacio, como si esperara que ella se alejara.
Pero no lo hizo.
Al contrario, lo recibió a medio camino. Sus labios casi se encontraron un roce leve al principio... como una pregunta.
Y justo cuando las respiraciones se estaban mezaclando cuando se iban a unir mas a reclamar ese...
¡DING-DONG!
El timbre de la puerta sonó. Fuerte. Inoportuno. Como una alarma.
Iris se congeló, sus labios tan cerca.
—¿Qué fue eso? —susurró, sin aliento.
Reik frunció el ceño, como si no procesara la realidad.
¡DING-DONG!
—No puede ser... —Iris se apartó, la cara encendida, el corazón galopando.
Fifi, feliz de la interrupción, ladró como si anunciara el fin del mundo.
Reik se dejó caer sobre la cama, respirando hondo.
—¿Esperas a alguien? —preguntó, medio riendo y medio maldiciendo por dentro.
—Iba a pedir pizza, pero... ¡la cancelé! ¡Lo juro! —Iris se levantó, arreglándose el tirante—. Ay, Dios... ¡¿Y si es mi mamá?!
—¡Pero dijiste que no volvía hasta mañana! —protestó él, saltando detrás, el cabello desordenado y la cara todavía con huellas de ese beso que no paso.
¡DING-DONG-DING-DONG!
—¡QUIERO MORIR! —gritó Iris en silencio, abrazando su almohada de pizza como si le diera apoyo emocional.
Reik se rió bajo, aunque su respiración seguía agitada.
—Por si no lo dije antes... eres hermosa en crisis
Iris lo miró, rojo el rostro, brillante la mirada.
—Cállate. Anda, escóndete.
—¿Dónde?
—Iba a decir "en el clóset"... pero ya es demasiado cliché.
—Prefiero debajo de la cama. Más acción.
—¡REIK!
Y mientras ella bajaba corriendo a abrir, él se quedaba en su cuarto, con la sonrisa tonta, el pecho latiendo rápido y un pensamiento fijo:
acaso el universo me odia.
Iris bajó las escaleras como alma que lleva el caos. Su cara aún ardía, su corazón estaba fuera de control, y sus piernas... ¿sus piernas eran de gelatina? Muy probablemente.
Abrió la puerta despacio, con la esperanza de que fuera un error. Una ilusión. Pero no.
Ahí estaba.
Doña Elvira. Su vecina.
sesenta y algo de años.
—Hola, cariño —saludó con una sonrisa que no auguraba nada bueno—. No quería molestar, pero... tu mamá me llamó. Dijo que no confía en que comas sola y que seguramente vas a alimentarte de chatarra. Sus palabras, no las mías.
Iris se quedó pasmada. Su cerebro ya no procesaba.
—¿Eh?... ah... ¿mi mamá?
—Sí, sí. Me pidió que pasara a dejarte algo decente de comer. Ensalada, arroz integral y pechuga a la plancha. Sé que no suena emocionante, pero es comida de verdad. No como esas gomitas locas que comes a las diez de la noche —dijo, lanzando una mirada acusadora a la cocina.
Iris sonrió fingido, como quien intenta que nadie descubra que tiene un chico en el cuarto de arriba al que estuvo apunto de besar salvajemente.
—Gracias, en serio... muy amable, de verdad.
Doña Elvira la miró con atención. Entrecerró los ojos.
—¿Estás bien, mi niña? Tienes la cara roja... como si hubieras corrido una maratón o...
Iris tragó saliva y se acomodó el cabello como si eso solucionara el calor en sus mejillas.
—¡Sí! Estoy perfecta. Solo... ¡el aire está raro! Tal vez tenga calor. O fiebre. O algo viral. Mejor no se acerque mucho, ¿eh?
—Ajá... —dijo la vecina, claramente sospechando todo y nada a la vez—. Bueno, cena sana servida, y prométeme que cierras bien puertas y ventanas. Dos veces. ¿Sí?
—Sí, claro. Prometidísimo.
—No me hagas tener que trepar la barda otra vez para revisar.
—¡Nunca más! —respondió Iris como un soldado rindiéndose.
La vecina asintió, satisfecha. Le pasó la bandeja y se fue sin más, aunque aún con ojos atentos.
Iris cerró la puerta con cuidado.
Cerró el pasador.
Giró la llave.
Verificó dos veces.
Y luego apoyó la frente en la madera, exhalando todo el aire que había aguantado desde que casi lo besa.
—Dios... —susurró, cerrando los ojos.
Camino hasta la cocina necesitaba un poco de agua, dejo el plato con comida en la encimera y Unos pasos suaves la hicieron girarse.
Ahí estaba él.
Reik.
Descalzo, con el cabello algo revuelto, bajando las escaleras con las manos en los bolsillos y esa sonrisa que estaba haciendo temblar cada parte de iris.
—Iris... —dijo en tono casi dramático, sin moverse—. Creo que me cae más mal de lo que pensé.
Un temblor recorrió su cuerpo, como si las mariposas de ese casi beso estuvieran allí.
Y en esa mirada, había algo que no se apagaba desde arriba.
Deseo contenido.
Ganas de besarlo.
Y una pregunta flotando en el aire: ¿retomamos donde lo dejamos?
Silencio.
Solo la tensión entre ellos, densa, como una cuerda estirada a punto de romperse.
—¿Dónde... estábamos? —preguntó él, ladeando la cabeza, sin quitarle los ojos de encima.
—Creo... que tú me ibas a besar —susurró Iris, sin moverse del marco de la puerta.
Reik soltó una risa suave, más por el temblor que sentía dentro que por la broma. Dio dos pasos. Luego otros dos.
Cuando estuvo frente a ella, la miró como si fuera a memorizar cada detalle.
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Editado: 08.09.2025