León. Sonrisa deslumbrante. Ropa deportiva. Cabello peinado con el descuido exacto que siempre le gustó.
Se acercó con seguridad.
—Ey, buenos días, Iris —dijo él, con ese tono que alguna vez la hacía suspirar.
Ella respondió con una sonrisa forzada, bajando la mirada.
León se inclinó hacia ella directo a sus labios.
Pero Iris, casi sin pensarlo, giró la cabeza.
El beso aterrizó torpemente en su mejilla.
León frunció el ceño.
—¿Iris...? ¿Ocurre algo?
Ella lo miró con duda. Y por primera vez... se sinceró con ella misma.
Claro que León era guapísimo. Claro que había suspirado por él durante mucho tiempo.
Pero ahora que lo tenía tan cerca, ahora que era su novio, no sentía nada.
Su sonrisa seguía siendo linda, sí, pero no le provocaba mariposas.
No le temblaban las piernas.
No se le aceleraba el corazón.
Besarlo se sentía... mecánico.
Labios con labios. Y ya.
En cambio, con Reik...
Con solo tenerlo cerca, su cuerpo reaccionaba como si tocara un cable pelado.
Temblaba. Se le nublaba la mente.
Y un beso suyo... era otra cosa. Era un caos hermoso.
—Iris —repitió León, sacándola de su ensueño—. Estás actuando extraño, ¿sabes?
Ella se obligó a sonreír.
—Lo siento... estoy un poco cansada. Me acosté tarde... estudiando.
—¿Tu mamá sigue molesta?
"Ah, claro", pensó Iris.
El castigo por ser su novia.
Si supiera que lo último en lo que pensó anoche fue en ese castigo...
—Sí, un poco —respondió, sin convicción.
—Vamos por un helado —propuso él, tomándola de la mano—. Te hará bien.
Iris apenas tuvo tiempo de pensar cuando Fifi se interpuso de golpe, ladrando con fiereza.
León dio un paso atrás.
—¡Me odia! —exclamó él.
Iris soltó una carcajada nerviosa, agachándose a alzar a esa pequeña bola de pelos blanca que parecía un guardián territorial.
—No te odia... solo está cansada también —dijo, acariciando el lomo de Fifi con ternura.
Caminaron hacia la heladería.
Iris llevaba a Fifi en brazos, mientras León hablaba sobre su entrenamiento de fútbol.
Fifi no le quitaba la mirada de encima, como diciendo: Si te acercas mucho, te muerdo la yugular.
Sentados frente a frente con sus helados —vainilla para ella, chocolate para él—, León sorbía con energía mientras hablaba.
—Por cierto, ¿vas a ir a mi cumpleaños este fin de semana, cierto?
Iris parpadeó.
—¿Yo?
—Obvio. Eres mi novia. ¿Cómo que no vas a ir a mi cumple?
—Iba a preguntarle a mi mamá... y sabes que ella...
—Escápate —interrumpió él.
Ella lo miró como si no hubiera oído bien.
—¿Qué?
—Sí, escápate. Además, puedes ir con tu amigo Reik —añadió con una sonrisa ladeada.
Iris se quedó helada.
Literalmente. Su cucharita de helado quedó a medio camino entre el vaso y su boca.
—¿Cómo...? —susurró.
—También lo invité. Es tu amigo, ¿no? No creo que tenga problema en llevarte.
Fifi hizo un gruñido apenas audible. Iris apretó los labios.
Y por primera vez en todo el día...
no supo si quería llorar, reír o salir corriendo.
León la acompañó hasta la puerta de su casa, hablando como siempre, como si todo estuviera bien.
—Tienes que prometerme que irás a mi fiesta, ¿sí? No quiero excusas —insistió, parándose frente a ella con una sonrisa de medio lado.
Fifi, en brazos de Iris, soltó un gruñido suave, lo justo para dejar claro que su presencia no era bienvenida.
—Fifi... —susurró ella, apenada—. Compórtate.
Pero el pequeño cuerpo blanco se tensó. León alzó las manos, rendido.
—Está bien, está bien, no me acerco.
Iris se inclinó rápidamente y le dio un beso en la mejilla. Fue fugaz, casi por compromiso.
—Nos vemos... —dijo sin mirarlo del todo, y se metió en la casa antes de que pudiera decir algo más.
Cerró la puerta. Apoyó la espalda en ella y dejó salir el aire que había estado conteniendo.
Sus emociones estaban enredadas. Se sentía atrapada en un papel que no era suyo.
Fifi la miró con ojos inteligentes desde el suelo, como si supiera más de lo que debía.
—No digas nada —le murmuró Iris, dejándose caer en el sofá.
Entonces, su celular vibró.
Ella lo miró.
Pantalla iluminada.
Nombre en mayúsculas: REIK.
Su estómago dio una vuelta entera.
“¿Podemos hablar?”
Iris tragó saliva.
—Oh, no… —pensó.
Justo cuando había logrado respirar, cuando sus nervios por fin se asentaban, él aparece. Como si supiera exactamente cuándo tambalean sus certezas.
Se quedó mirando el teléfono, sin responder.
Fifi, desde el suelo, soltó un ladrido seco, como si dijera: “Contéstale ya”.
Iris cerró los ojos.
Y entonces, el teléfono volvió a vibrar.
El susto fue tal que lo soltó.
—¡Mierda! —exclamó, viendo cómo el celular caía al piso con un golpe seco.
Se agachó de inmediato para recogerlo. La pantalla seguía encendida.
Mamá llamando.
Respiró hondo y contestó, fingiendo calma.
—Hola, mamá.
—¿Volviste del paseo de Fifi ya?
—Sí, mamá.
—Necesito que vayas al mercadito a comprar unos ingredientes. Compra para hacer una torta de piña. Toma el dinero que dejé debajo de la gallina de cerámica en la cocina. ¿Tú crees que la puedas ir preparando?
—… ¿yo?
—Sí, a ti te quedan ricas.
—ahh… ¿alguien está de cumpleaños?
—No. Doña Elvira avisó a los vecinos que habrá una pequeña reunión para darle la bienvenida al señor Rey y a su hijo.
Iris se quedó helada—. ¿¡Qué!?
—¿Por qué gritas? No se supone que el hijo de él es tu amigo… ¿no fue quien te regaló a Fifi? ¿O me mentiste y fue ese… noviecito tuyo?
—¡No, mamá! Sí fue él. Solo que no sabía nada de esa fiesta. Disculpa por el grito.
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Editado: 08.09.2025