Entre Lentes y Algodones de Azucar

Capitulo 16: Guerra fria.

Reik apretó los dientes mientras acomodaba la toalla en su cuello.
¿Por qué carajos, de todos los gimnasios del planeta, Iris tenía que caer justo en el de su padre? Y lo peor, vestida como si hubiese planeado un desfile privado para volverlo loco.

—¡Reik! —llamó su padre desde la oficina, como si le estuviera firmando la sentencia—. Ayuda a Iris con su rutina, que quiere empezar en serio.

¿En serio? Si la última vez que la vio correr fue porque un perro la persiguió dos cuadras.

Ella se acercó con una sonrisa triunfal, como si ya supiera el efecto que causaba.
—¿Listo para ser mi entrenador personal? —dijo con voz melosa, arqueando una ceja.

Reik carraspeó y la miró de arriba abajo, maldiciéndose por no poder evitarlo.
—No soy tu niñera. —Le puso una colchoneta frente a ella—. Empezamos con estiramientos.

—Oh… —hizo un puchero exagerado—, pensé que íbamos directo a lo difícil.

“Lo difícil es aguantarte a ti”, pensó, y respiró hondo para no soltarlo.

La rutina comenzó, y con cada movimiento Iris parecía disfrutar de sacarlo de quicio.
Cuando él le mostró cómo hacer sentadillas, ella lo interrumpió con una sonrisita traviesa:
—¿Así? ¿O bajo más? —preguntó, mirándolo directo a los ojos mientras exageraba el movimiento.

Reik casi se atraganta con su propia saliva.
—¡Más lento! —gruñó—. Te vas a lesionar si haces el payaso.

—Tranquilo, coach, no me rompo fácil —contestó, y él casi estalla.

Después vino la caminadora. Reik le explicó la velocidad y la inclinación, pero a los dos minutos ella bajó todo y se recostó en las barras, como si estuviera en una pasarela.
—Esto es aburrido. ¿No tienes algo más divertido?

Reik cerró los ojos un segundo, contando hasta diez.
—¿Quieres que te divierta? Puedo ponerte a hacer burpees hasta que te arrepientas de haber entrado por esa puerta.

—Uy, qué rudo. —Le guiñó un ojo—. Me gusta.

La risa contenida de los demás en el gimnasio lo hizo arder por dentro. Quería gritarle, quería besarla, quería que dejara de jugar y al mismo tiempo que no parara nunca.

—Iris arqueó una ceja, fingiendo total calma—. ¿Y tu novia? —preguntó como si hablara del clima, mordiendo una papa frita sin darle importancia.

—¿Mi novia? —Reik repitió la palabra con una sonrisa ladeada, inclinándose apenas hacia ella—. Pensé que no te interesaba.

—No me interesa —respondió Iris rápido, demasiado rápido, y luego agregó con un encogimiento de hombros—. Solo digo… pobre chica, debe ser difícil aguantar a alguien como tú.

Reik soltó una risa suave, esa que siempre le sonaba peligrosa. Sus ojos brillaron con picardía mientras se acercaba lo suficiente como para que Iris notara el calor de su presencia.

—¿Difícil? —repitió en voz baja—. No lo sé, tal vez deberías preguntarle a León…

El corazón de Iris se apretó en un segundo. La sonrisa que había intentado mantener se resquebrajó apenas, pero lo suficiente para que Reik la notara.

—¿Qué… qué tiene que ver León? —farfulló, odiándose por sonar nerviosa.

Reik se recargó contra el respaldo del sofá, victorioso, con esa maldita sonrisa suya—. Nada, solo pensé que tú podrías saberlo mejor que nadie.

Iris sintió un nudo en el estómago; sabía que él estaba acorralándola. El calor le subió a las mejillas, pero no pensaba darle el gusto de verla perder. Se enderezó, levantando la barbilla con un aire de seguridad fingida.

—Al menos yo no tengo que andarme preocupando por alguien que coquetea con la primera persona que se le cruza —escupió Iris con veneno.

Reik se inclinó más, con esa sonrisa que la hacía querer lanzarle una mancuerna.
—¿Seguro? —susurró—. Porque yo juraría que…

—¡Reik! ¡Iris! —tronó la voz de su padre desde la entrada, haciéndolos brincar como si los hubieran cachado robando.

Los dos se enderezaron de golpe, como alumnos culpables en plena clase.
—¿Qué hacen aquí tan calladitos? —preguntó el hombre, caminando hacia ellos con una toalla al hombro y una sonrisa despreocupada.

—Nada, papá —dijo Reik demasiado rápido.
—Iba a… a enseñarme cómo usar esto —improvisó Iris, señalando la caminadora que seguía apagada.

El padre los miró un segundo con las cejas arqueadas, pero no dijo nada. Solo dio una palmada fuerte y añadió:
—Bueno, ¡a trabajar entonces! No quiero flojos en mi gimnasio.

Cuando se giró para atender a otro cliente, Iris y Reik se miraron de reojo. Ella mordió su labio con una sonrisa mínima, como quien se sabe salvada por la campana. Él, en cambio, solo negó con la cabeza, reprimiendo una carcajada incrédula.




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