Entre Lentes y Algodones de Azucar

Capitulo 18: Pasado...

Iris no sabía qué hora era, ni en qué calle estaba.
Solo sabía que corría. Corría con todas sus fuerzas, como si pudiera escapar del recuerdo que acababa de ver frente a sus ojos.

El aire frío le cortaba la garganta, los pies le dolían, hasta que al final sus rodillas cedieron contra el asfalto mojado. Cayó con un golpe seco, un gemido de dolor escapó de su boca, pero no le importó.

—¡Ahhh! —gritó, apretando los puños contra la tierra húmeda.

Las lágrimas la cegaban, los sollozos se le escapaban a trompicones. Se abrazó a sí misma, como si pudiera sostener las piezas que sentía que se le rompían dentro.

Y entonces, como siempre, vinieron las imágenes.
Las malditas imágenes.

Cuando tenía cinco años: los cuentos antes de dormir, las aventuras en el parque, las carcajadas de él cargándola en hombros. Los “te quiero” que parecían eternos.

Pero también las discusiones.
Las noches en que todo empezó a cambiar, cuando cumplió catorce.
Su padre extraño, irritable. Las peleas cada vez más duras con su madre. Y ese día… ese maldito día que lo destruyó todo.

El pecho de Iris se cerró. Apenas podía respirar. La lluvia caía fuerte, golpeándola sin piedad, pero no se movía. Estaba atrapada en esa escena que nunca pudo borrar.

Su padre esposado frente a la casa.
La policía rodeando la puerta.
Su madre abrazándola contra el pecho, tapándole los ojos mientras ella lloraba pidiendo una explicación.

Después, el silencio en su habitación, sola, escuchando los gritos de los adultos en la sala. Y las maletas. Y el vuelo apresurado.
Un exilio forzado.

Pero lo peor llegó después.

Las noticias.
Las imágenes en los periódicos.
La cara de su padre estampada como la de un criminal.

Su crimen: mantener relaciones con una menor de quince años.
No con cualquiera.
Con su mejor amiga.

Iris golpeó la tierra con las manos, el lodo se le pegó a la piel, pero siguió. Golpeó una y otra vez como si así pudiera sacar la rabia que le quemaba por dentro.

—¡¿Por qué, papá?! —chilló con la voz quebrada—. ¡¿Por qué me hiciste esto?!

La desesperación la ahogaba. Recordaba cada palabra que leyó a escondidas, cada comentario venenoso, cada mirada que la hacía sentir sucia sin tener la culpa.

El héroe que había idolatrado, el hombre que la cargaba en hombros y le prometía protegerla siempre… había traicionado todo. A ella. A su madre. A su infancia.

Iris temblaba entera. No sabía si era por el frío de la lluvia, por los recuerdos o por el vacío que llevaba dos años intentando llenar sin lograrlo.

Desde ese día, se cerró. No volvió a confiar en nadie. No volvió a llamar “amiga” a ninguna chica.
Se levantaba, sonreía, jugaba a ser fuerte… pero dentro todo seguía roto.

Y ahora, de golpe, él estaba ahí. Frente a ella. Como un fantasma que había vuelto a desgarrar lo que tanto le había costado coser.

Se abrazó fuerte a sí misma, el cuerpo convulsionando por el llanto, deseando desaparecer.
No quería verlo.
No quería escucharlo.
No quería que nadie, absolutamente nadie, tocara esas heridas.

Porque si lo hacían…
Iris sentía que no quedaría nada de ella en pie.




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