El teléfono de Iris no dejaba de sonar. Primero había sido León, luego otros nombres que Reik reconocía como compañeras de la escuela, parte del mismo círculo del chico. No contestó ninguna llamada; el celular seguía vibrando en sus manos mientras él llevaba rato dando vueltas por las calles, buscando a Iris sin lograr encontrarla.
¿Dónde demonios podía estar? No podía haber llegado tan lejos a pie.
La lluvia arreciaba, golpeando con fuerza el parabrisas. El aire húmedo empañaba los vidrios y hacía imposible manejar más rápido sin arriesgarse a un accidente.
—Vamos, piensa, piensa… —murmuró con los dientes apretados, las manos firmes sobre el volante.
Giró en una calle oscura y casi desierta, indeciso de si seguir por allí o retroceder. Estaba a punto de dar la vuelta cuando algo en el suelo llamó su atención. Una silueta.
El corazón se le detuvo un segundo.
Ese cabello era inconfundible.
—Iris…
Pisó el freno con fuerza, el coche derrapó unos centímetros sobre el asfalto mojado. Abrió la puerta de golpe y corrió bajo la lluvia, empapándose en segundos.
Ahí estaba ella, tirada sobre el suelo frío, inmóvil.
Reik la encontró tendida en el suelo, inconsciente. El corazón le dio un vuelco al verla. Las rodillas de Iris estaban enrojecidas y raspadas, sus manos mostraban pequeños moretones como si hubiese golpeado algo con todas sus fuerzas, y en su frente se formaba un moretón fresco que evidenciaba el desmayo.
—¡Iris! —la llamó, con la voz quebrada, arrodillándose a su lado.
La tocó con cuidado, pero al sentir lo frío de sus dedos y la falta de respuesta, el pánico lo invadió. Su respiración se aceleró y sus manos comenzaron a temblar mientras intentaba levantarla.
La cargó contra su pecho, apretándola como si al hacerlo pudiera evitar que se le escapara. Caminó con pasos torpes hacia su auto, maldiciéndose por no haber estado antes, por no haberla detenido, por no entender a tiempo lo que pasaba.
La recostó en el asiento, abrochándole el cinturón con manos que no dejaban de temblar.
—Resiste, por favor… no me hagas esto, Iris… —susurraba, con la garganta cerrada.
Con el celular entre sus dedos sudorosos, marcó el número de su hermano mayor.
—¡Erik! —gritó apenas este contestó, la voz rota por la desesperación—. Es Iris… está inconsciente, no reacciona… dime qué hago, ¡dime qué hago!
Erik intentó mantener la calma al otro lado de la línea, dándole instrucciones, pero Reik apenas podía procesarlas. Cada segundo que pasaba le parecía una eternidad.
Reik conduce con el corazón desbocado, el volante firme entre sus manos temblorosas. Cada tanto, con una mano, aprieta la de Iris, intentando arrancarle cualquier señal de vida.
—Iris, mírame… ya casi llegamos, aguanta un poco más —susurra, con la voz quebrada.
Ella, entre la inconsciencia y el balbuceo, logra abrir apenas los labios:
—Reik… frío… no te vayas…
Él la mira de reojo, el alma hecha trizas, y aprieta con más fuerza sus dedos temblorosos.
—Estoy aquí, no me muevo, ¿me oyes? ¡No me muevo! —le responde casi gritando, como si sus palabras fueran lo único que pudiera mantenerla despierta.
Iris vuelve a cerrar los ojos y su cuerpo cae otra vez en la inconsciencia. Reik pisa el acelerador hasta sentir que el auto vibra bajo sus pies.
Al llegar al hospital, sale casi a los golpes con la puerta, la levanta en brazos y corre hasta la entrada. El personal médico acude de inmediato, preparando la camilla.
Pero justo cuando la acomodan, aparece la madre de iris —con el uniforme de enfermera, los ojos cansados y el gesto sorprendido—.
—Reik Hola —exclama al verlo—. ¿Estás bien? ¿Por qué estás empapado?
Reik, con la respiración agitada, apenas logra responder mientras los médicos revisan a Iris.
—No importa yo… ¡ayúdenla a ella! —grita, desesperado, los ojos vidriosos clavados en el cuerpo débil de la chica.
Los enfermeros comienzan a mover la camilla a toda prisa, y entonces la madre de Iris se acerca, lista para ayudar, hasta que su mirada cae sobre el rostro empapado y herido de la joven.
Se queda paralizada. La bandeja metálica que llevaba en las manos resbala y cae al suelo con un estruendo que retumba en el pasillo.
—¿Iris…? —susurra con un hilo de voz.
Reik gira hacia ella, con el pecho subiendo y bajando desbocado, y asiente con los labios apretados, como si esa palabra le arrancara aire.
La mujer se lleva ambas manos a la boca, ahogando un sollozo, antes de correr tras la camilla.
Reik queda atrás unos segundos, con el corazón estrangulado, viendo cómo se llevan a Iris entre médicos y su madre, sintiendo que en cualquier momento podría perderla.
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Editado: 27.09.2025