Nota para mis lectores
Queridos lectores.
Quiero informarles que he editado el capítulo para mejorar algunos detalles y darles una mejor experiencia de lectura. Gracias por su paciencia y comprensión.
Espero que disfruten mucho esta nueva edición, hecha con todo el cariño para ustedes.
***********
Cuando la puerta se cerró, todo el llanto que Iris había estado conteniendo salió de golpe. Sus ojos se llenaron de agua y, antes de darse cuenta, ya sollozaba como una niña pequeña e inútil. Intentó controlar la respiración, pero no pudo; las imágenes la atravesaban como cuchillos en la mente, tan vivas que le quemaban. Se abrazó las rodillas, buscando un consuelo que le recordaba a la infancia, a cuando corría al pecho de su madre.
Un ruido en la puerta la sobresaltó. Se apresuró a limpiar sus mejillas y levantó la vista.
Allí estaba Reik, asomado, con la capucha caída, empapado, el cabello pegado a la frente. Suspiró al verla, y en ese simple sonido se disolvieron el orgullo, la rabia, todo lo que lo había mantenido firme hasta ese momento. La desesperación lo había consumido durante horas, y ahora, al encontrarla consciente, aunque destrozada, sintió un alivio tan brutal que le aflojó las piernas.
Entró sin decir nada, cerrando la puerta con cuidado, como si temiera romper la fragilidad de la escena.
No le dio tiempo a reaccionar: se acercó y la abrazó. Y ella, agotada, tampoco pensó demasiado; simplemente se dejó ir. Se refugió en su pecho cálido, hundió la cara en su camisa mojada, empapándose del olor a lluvia y de ese aroma dulce que siempre la hacía sentir en casa.
Reik la envolvió con fuerza, apretándola contra él como si pudiera evitar que se le deshiciera entre los brazos. Había sentido el corazón detenerse cuando la vio inconsciente; revivir ese miedo ahora, con ella temblando en sus manos, lo hizo soltar la voz quebrada:
—Estoy aquí contigo, Iris… —murmuró.
Ella se aferró a él con desesperación, como si pudiera pegar sus pedazos rotos contra su pecho. Y él la sostuvo más fuerte, sintiendo cómo su propio corazón latía tan rápido que casi dolía. La había extrañado más de lo que quería admitir, más de lo que se atrevía a confesar: las películas que juraba odiar pero veía solo porque ella insistía, sus noches trepando por la ventana, la manera en que Iris hablaba con Fifi como si fuera una persona… y, sobre todo, los besos que no se había podido borrar de la memoria.
—¿Cómo te sientes? —preguntó al apartarla apenas de su abrazo. Sus ojos recorrieron cada rincón de su rostro, buscando signos de daño, necesitando convencerse de que estaba entera.
—… creo que bien —respondió ella, con la voz quebrada.
—Me asustaste mucho —admitió él, bajando la mirada a su mano, que seguía aferrada con fuerza a la de Iris, como si soltarla significara perderla otra vez.
Ella bajó la vista, culpable.
—Lo siento…
—Por favor, no vuelvas a hacer esto —suplicó Reik, casi sin voz—. Si necesitas algo, lo que sea, estoy aquí.
Elisa podía ser la madre que velara por Iris, pero él, Reik, había sentido la muerte respirarle en la nuca cuando la cargó inconsciente bajo la lluvia. Y esa imagen lo estaba destrozando.
Con suavidad, llevó las manos al rostro de Iris y la obligó a mirarlo. Limpiaba sus lágrimas una por una, como si borrarlas fuera borrar también el dolor. Sus ojos la miraban con ternura, sí, pero también con miedo. Un miedo que no se atrevía a poner en palabras.
—Eres hermosa —susurró, forzando una sonrisa torpe que escondía el temblor de su alma—. Aunque tengas la nariz de reno y los ojos de sapito.
Ella se ruborizó y le dio un beso en la mejilla. Él cerró los ojos apenas al sentirlo, como si ese gesto simple lo devolviera al mundo que tanto necesitaba. La abrazó otra vez, esta vez con calma, y dejaron que el silencio se volviera cómodo.
—Iris… —su voz se volvió grave, arrastrando la inquietud que lo carcomía—. Ese hombre…
Ella se tensó. No quería hablar de él, no quería abrir esa herida. Pero la mentira pesaba, y la verdad le ardía en la garganta.
—Es… mi… pa… padre —susurró tan bajo que, de no tenerla en sus brazos, Reik no habría entendido.
El corazón de él se heló. Su padre. Reik sintió rabia: una rabia hacia ese desconocido que había roto a Iris en mil fragmentos, rabia hacia sí mismo por no poder protegerla de algo que escapaba a sus manos.
—¿Por qué corriste? —preguntó con suavidad, temiendo la respuesta.
Ella lo miró, tragando saliva, y buscó refugio en otra promesa.
—Prométeme algo, Reik.
—Lo que quieras.
—No le digas nada a mi mamá. —Su voz tembló, y las lágrimas le regresaron a los ojos—. Le dije que discutí contigo y que por eso salí corriendo… no le digas la verdad. Te prometo que algún día te contaré todo, pero por favor, no ahora.
Reik la miró en silencio. Dentro de él, dos fuerzas chocaban: la necesidad de protegerla y el deber de ser honesto. Sabía que su madre tenía derecho a saber, que ocultar algo así no era justo. Pero al ver el miedo en los ojos de Iris, ese miedo que lo partía en dos, supo que no podía quebrarla más.
Suspiró, rindiéndose a ella.
—Está bien… no diré nada. Pero tengo una condición.
Iris lo miró nerviosa.
—¿Cuál?
—Quiero una cita. —La voz de Reik sonó firme, directa, aunque por dentro temblaba—. Sal conmigo el sábado y no digo nada.
Ella parpadeó, sorprendida, y por primera vez en días sonrió de verdad.
—¿Qué?
—Una cita —repitió él, como si fuera lo más sencillo del mundo—. Cena, cine, lo que quieras. Hora y lugar, y yo cierro la boca.
Una risa suave escapó de los labios de Iris. Y a Reik, ese sonido le supo a alivio, como un salvavidas después de tanto hundirse.
#1088 en Otros
#393 en Humor
#3195 en Novela romántica
humor, amistad amor ilusion tristeza dolor, humor aventura secretos y traciones
Editado: 27.09.2025