León estaba frente a mí, con los ojos ardiendo de rabia, esperando una explicación que no encontraba dentro de mí. Estaba en blanco.
De pronto se acercó y empujó a Reik con violencia, tirándolo al suelo. Luego me tomó del brazo con tanta fuerza que me dolió, quedando cara a cara conmigo, sus ojos furiosos clavados en los míos.
—¡¿Qué mierda está pasando aquí, Iris?! —rugió—. Y no te atrevas a mentirme.
Reik se levantó rápido y me jaló hacia él.
—¡Suéltala! —le gritó—. No vuelvas a ponerle una mano encima.
—¡Ella es mi novia, idiota! —replicó León, empujándolo de nuevo—. No te metas.
—Me importa una mierda si es tu novia. ¡No la toques! —respondió Reik, firme, sin retroceder.
Vi cómo León levantaba el puño con intención de golpearlo y, antes de que todo se saliera de control, me interpuse entre los dos.
—¡Basta ya! —grité con la voz quebrada.
Me giré hacia Reik.
—Déjame hablar con él... por favor.
Él dudó, pero finalmente asintió, alejándose unos pasos.
—Estoy esperando, Iris —dijo León, respirando agitado.
No había más escapatoria.
—Estaba en una cita con Reik... —confesé, sintiendo mis palabras como cuchillos en el aire.
—¿Qué...? —su voz se quebró, y sus ojos reflejaron más dolor que furia.
—Perdóname, León... tú eres un chico increíble. Te mereces a alguien que solo te mire a ti, que te haga sentir que eres su mundo. Yo creí que podía ser esa persona... pero me estaba mintiendo —las lágrimas ya me corrían por el rostro—. No puedo seguir siendo tu novia.
León retrocedió como si lo hubiera golpeado.
—No... no. Me estás dejando a ¿MI?, por ese idiota de lentes, ¿Es una jodida broma verdad? —su voz subió, rota entre enojo y tristeza.
—No es eso... es que yo—
—¡Cállate con tu mierda de discurso! —me interrumpió con una risa amarga—. Yo confié en ti... y tú me engañaste.
—León, no es así... —susurré, apenas escuchándome.
—Pero si saliste muy buena mentirosa... —su risa amarga resonó en mis oídos— Me das lástima. Y asco —soltó, con una frialdad que me destrozó.
—Por favor... —alcancé a decir, pero él ya se estaba yendo.
—No quiero volver a verte nunca —fue lo último que escuché antes de que desapareciera. Una lluvia empezó caer leve.
Mis piernas fallaron y estuve a punto de caer, pero unos brazos me sostuvieron.
—Shh... tranquila —susurró Reik, abrazándome con fuerza mientras yo me derrumbaba en su pecho.
Las lágrimas caían sin control.
—Soy lo peor... lo lastimé —lloré contra él.
Reik no respondió, solo me sostuvo, cargándome hasta el auto como si temiera que me rompiera aún más. Me acomodó en el asiento del copiloto y arrancó en silencio. Cerré los ojos, apoyando la cabeza contra la ventana mientras la lluvia golpeaba el vidrio como si llorara conmigo.
Al llegar a casa, me ayudó a bajar. Frente a la puerta, me besó la frente y me apretó contra su pecho.
—Estoy aquí, ¿sí? —susurró.
Asentí, sin voz.
—Entra, antes de que la lluvia te empape más —dijo suave, soltándome.
Subí corriendo a mi cuarto, donde Fifi me esperaba en la cama. Me tiré junto a ella, abrazándola con todas mis fuerzas mientras los recuerdos con León me atravesaban como dagas: nuestras risas, los días de cine, los mensajes, los "te quiero".
Un sollozo fuerte escapó de mis labios.
—Soy lo peor, Fifi... —susurré, temblando.
Un relámpago nos hizo brincar. La abracé más fuerte.
—Tranquila... solo es la lluvia.
El teléfono sonó, obligándome a buscarlo entre mis cosas.
—¿Hola? —respondí temblorosa.
—Iris... ¿estás bien? —era mamá, su voz llena de preocupación.
Conversamos unos minutos, y cuando colgué, lo único que me quedó fue el silencio y el peso en el pecho. Me quité el vestido y los zapatos que Reik me había regalado, poniéndome mi enorme camisa de dormir.
Al ver los zapatos nuevos, acaricié a Fifi.
—Me los regaló Reik... son hermosos, ¿verdad?
Tomé el teléfono y abrí el número de León, pero mis dedos quedaron paralizados. ¿Qué le dices al chico que te entregó su corazón y tú lo destrozaste? el timbre de la puerta sonó con insistencia, haciéndome soltar el teléfono.
—¿Quién será...? —murmuré bajando las escaleras.
Al abrir, el mundo me dio un vuelco.
—Aquí está la santa Iris... —balbuceó León, tambaleándose al entrar.
—¿Estás borracho? —pregunté, retrocediendo.
—¿Borracho yo? Solo celebrando... que mi novia se revolcaba con otro —rió amargamente.
—Yo no me revolqué con nadie, León —respondí con firmeza, aunque mi voz temblaba.
Él avanzó con paso torpe pero mirada peligrosa.
—Mientes demasiado bien. Pero ya no importa.
—León... creo que es mejor que te vayas a tu casa. Llamaré un taxi, estás muy borracho.
Me di la vuelta para subir por mi teléfono, pero en un instante me empujó con fuerza. Caí de espaldas sobre el sofá, mientras Fifi ladraba desesperada.
—¡Calla, maldita perra! —gritó, lanzándole la lámpara, que por poco la golpea.
—¡¿Qué te pasa, León?! —grité, intentando apartarlo.
—¡Cállate! —rugió, sujetando mis muñecas encima de mi cabeza.
El miedo se me clavó en la piel cuando sentí el peso de su cuerpo encima.
—¿Qué... qué estás haciendo...?
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Editado: 27.09.2025