Entre Lentes y Algodones de Azucar

Capitulo 29: Rencores.

El miedo se apoderó de mí. León estaba encima, sujetándome con fuerza, su respiración mezclada con olor a alcohol y rabia.

—¡Suéltame, León! —grité, intentando zafarme, pero él me tenía atrapada.

—¿Creíste que podías reírte de mí? ¿Que ibas a usarme como un estúpido y luego correr a los brazos de ese cuatro ojos? —sus palabras escupían veneno.

—¡No es así! —lloré, desesperada—. ¡Yo nunca quise hacerte daño!

Fifi ladraba como loca, saltando alrededor, sin dejar de mostrar los dientes.

—¡Cállala o juro que la saco de la casa! —rugió, apretando más mis muñecas.

El corazón me golpeaba tan fuerte que sentía que iba a estallar. El chico dulce que alguna vez conocí no estaba ahí; en su lugar, había un extraño consumido por celos y furia.

—León... por favor —susurré, con lágrimas desbordando—. Este no eres tú.

Por un segundo, vi vacilar su mirada. Sus ojos se suavizaron apenas, como si mi voz hubiera atravesado la tormenta que lo dominaba. Pero fue solo un instante: enseguida volvió a endurecerse.

—Yo era todo para ti... y ahora me cambias como si fuera basura.

—No eres basura... —susurré, con el alma rota—. Pero tampoco eres dueño de mí.

Ese fue el detonante. León apretó los dientes y alzó la mano, dispuesto a golpearme.

—¡NO! —grité, cerrando los ojos.

Pero el golpe nunca llegó. Un estruendo sacudió la puerta, que se abrió de golpe.

—¡Suéltala ya! —la voz de Reik llenó la habitación como un trueno.

León se giró, sorprendido, dándome el espacio justo para apartar mis manos y empujarlo. Caí al suelo, jadeando, mientras Fifi se interponía entre nosotros con un gruñido feroz.

Reik avanzó con los puños cerrados, los ojos llenos de furia.
—Si vuelves a ponerle un dedo encima, te juro que no respondo.

León lo miró, tambaleándose, y soltó una risa amarga.
—Claro... el héroe de la historia...

—Lárgate de aquí —escupió Reik.

León me miró una última vez, con una mezcla de dolor y rencor en los ojos, y salió tambaleándose bajo la lluvia.

El silencio quedó roto solo por mis sollozos y la respiración agitada de Reik. Se acercó rápido, arrodillándose frente a mí.

—Iris... ¿te hizo daño? —me preguntó, con la voz temblando de preocupación, tomando mi rostro entre sus manos.

Negué, aunque todavía sentía mis muñecas arder.

—Tranquila... ya pasó. Estoy aquí —susurró, abrazándome fuerte, protegiéndome del mundo entero mientras yo me aferraba a él, temblando.

Reik me ayudó a incorporarme con cuidado. Mis piernas temblaban, así que me sostuvo firme, pasándome un brazo por la cintura. No podía dejar de llorar, sentía el cuerpo pesado, vacío. Sin decir una palabra, me levantó en brazos.

Apoyé la cabeza en su pecho mientras subía las escaleras; su corazón latía rápido, igual que el mío. Todo estaba borroso, el eco de la lluvia, el llanto, el olor a tormenta. Apenas sentí cuando me acostó en la cama y me cubrió con las sábanas.

Fifi saltó de inmediato, acomodándose junto a mí. La abracé fuerte, como si fuera lo único que podía mantenerme en pie. Las lágrimas no paraban, pero no lloraba por miedo. Lloraba por mí, por todo lo que había hecho.

No estaba enojada con León. Estaba enojada conmigo.
Porque si alguien había roto todo, era yo.
Yo lo lastimé. Yo lo provoqué. Yo lo destruí.

Reik volvió unos minutos después con un vaso de agua y una pastilla en la mano.

—Tómala, por favor —dijo con voz baja.

La tomé sin preguntar, mis manos temblaban tanto que casi derramo el agua. Reik esperó a que bebiera y dejó el vaso en la mesita. Se dio media vuelta, dispuesto a irse.

—No te vayas... —susurré, apenas audible.

Él se detuvo, mirándome por encima del hombro.

—Por favor... no quiero estar sola —dije, con la voz quebrada.

Reik dudó un segundo, luego se quitó los zapatos y se metió bajo las sábanas, a mi lado. Me abrazó con suavidad, sin decir nada, solo me sostuvo. Sentí su respiración en mi cuello, cálida, constante, como un ancla en medio del caos.

Lloré otra vez, pero esta vez fue diferente. Ya no eran lágrimas de miedo, sino de cansancio. Me acurruqué en su pecho, dejando que el sonido de su corazón me calmara.

Fifi se movió hasta quedar dormida a los pies de Reik, como si entendiera que por fin estábamos a salvo.

—Reik... —susurré entre sollozos—. La única culpable soy yo.

Él no respondió, solo apretó un poco más su abrazo, en silencio.

El calor de su cuerpo, el ritmo de su respiración y la tormenta afuera se mezclaron hasta volverse un solo sonido. Poco a poco, mis ojos se fueron cerrando, las lágrimas se secaron en su camisa, y el sueño me envolvió entre sus brazos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.