Iris, vamos a casa —dijo mi madre, levantando una ceja, claramente queriendo hacer preguntas, pero se limitó a suspirar. Me tomó del brazo y caminamos sin despedirnos de Reik, en silencio, con pasos rápidos hacia la casa.
Abrió la puerta y me hizo pasar casi empujándome.
—Sube a tu cuarto, date un baño, ponte ropa cómoda y deja a Fifi dormida —dijo mi madre, seria, mientras acomodaba su bolso.
—¿Vamos a algún lugar, mamá? —pregunté, haciendo una mueca. Me dolía el brazo, justo donde León había dejado sus marcas.
—Sí, al hospital —respondió sin mirarme.
—¿Hospital? Pero...
—Iris, haz lo que te pedí, ahora —me dijo con ese tono que no admitía réplica.
—¿Qué voy a hacer en el hospital, mamá?
—¡Sube, Iris! —siseó, perdiendo la paciencia.
—¡No! —grité—. Primero quiero que me digas qué ocurre.
—¡SUBE YA, IRIS! —gritó, tomándome del brazo y arrastrándome hasta mi habitación. Me metió al baño y me señaló con firmeza.
—Vas a bañarte, vestirte y luego nos iremos al hospital. ¿Entendido? No me hagas repetirlo.
Crucé los brazos, molesta, pero obedecí. Me di un baño rápido, me puse ropa cómoda y una chaqueta para el frío del hospital. Dejé agua y comida a Fifi, me despedí de ella y bajé las escaleras. Mamá ya estaba lista, con su uniforme de enfermera y el bolso al hombro.
El pitido del taxi sonó afuera, y salimos.
Mi teléfono vibró.
Reik:
¿Estás???
Una pequeña sonrisa se reflejó en mi cara.
Iris:
Casi... voy camino al hospital.
Reik:
¿Qué ocurrió? ¿Dónde te duele? Voy saliendo hacia allá.
Iris:
Nada, tranquilo. Mi mamá no quiso dejarme sola en casa, creo.
Reik:
???
Iris:
Ni idea. Solo fui arrastrada a la fuerza.
Reik:
¿Quieres compañía?
Mordí el interior de mi boca.
Iris:
No creo que a mamá le guste la idea, pero puedo molestarte por mensaje, ¿cierto?
Reik:
Todo lo que quieras.
Iris:
Trato.
Segundos después...
Reik:
Quiero volver a besarte.
Tragué saliva justo cuando mi madre me empujó para que bajara del taxi. Caminé detrás de ella hasta el enorme hospital. Mamá me había traído algunas veces cuando recién nos mudamos, pero hacía tiempo que no iba. No entendía por qué quería tenerme allí, aburrida.
—Estaré en urgencias —dijo, entregándome su bolso. Caminé hacia la zona de descanso de las enfermeras. Algunas me saludaron, igual que un par de doctores conocidos. Puse su bolso en su estante y me dejé caer en el sofá, revisando el mensaje de Reik. Un cosquilleo recorrió mi estómago.
La puerta se abrió.
—¡Oh, hola, Iris! ¿Cómo estás? —dijo la señora Francis, una enfermera amiga de mamá, entrando sonriente.
—Hola, señora Francis, ¿cómo está? —respondí con mi mejor cara de niña buena.
—Muy bien, mi niña. Estás enorme, ¡tenía tiempo sin verte por aquí! —dijo, apretándome las mejillas.
—Sí, mamá está en modo sobreprotectora —dije, rodando los ojos.
—Jajaja, es que los adolescentes ahora hay que tenerlos vigilados —rió, soltándome las mejillas y tomando sus cosas—. Fue un gusto verte, mi niña. No te pierdas.
—Nos vemos, señora Francis —dije sonriendo.
Mi teléfono vibró de nuevo.
Desconocido:
Av. Julio Mario 252.
NO FALTES.
Fruncí el ceño.
"Qué raro. ¿Quién podría ser? ¿Y por qué quiere que vaya allí?"
—¡Iris! —la voz de mi madre me hizo dar un salto. El teléfono cayó al sofá.
—Sí... —murmuré.
—Estaré muy ocupada. Acaba de llegar un accidente múltiple de autobús. No salgas de aquí, ¿entendido? El hospital es un caos.
—Pero tengo hambre —dije, cruzando los brazos.
Mamá me miró seria.
—Llega hasta la cafetería y vuelve directo aquí, ¿entendido?
Y salió apurada.
Bufé y caminé hacia la cafetería. Conocía el hospital de memoria; había pasado muchas noches allí. Como había dicho mamá, el lugar era un caos: personas corriendo, sangre, gritos, llantos. Horrible.
Llegué a la cafetería, que también estaba colapsada.
—Perfecto... mi noche mejora —murmuré.
Tomé el teléfono.
Iris:
¿Estás ocupado?
Reik:
No.
Iris:
¿Te gustaría salir a comer algo rápido?
Reik:
Paso por ti en diez minutos.
Iris:
Te espero afuera.
Aprovechando el caos, salí sin que mamá me viera y me senté en los jardines del hospital. Pero la duda no me dejaba en paz: ¿quién era ese número?
Abrí el mapa y escribí la dirección.
Ok... esto es más extraño todavía. Era un complejo de departamentos algo alejado del centro, con una fachada descuidada. No parecía un buen lugar.
El pitido de un auto me sobresaltó; llevé una mano al corazón. Al levantar la vista, Reik estaba allí, estacionado, esperándome.
Me levanté, sacudí mi ropa y caminé directamente hacia él, ese chico que tenía mi mente... y mi corazón en colapso.
—Gracias por ser mi salvador esta noche —le dije mientras me colocaba el cinturón de seguridad.
—En realidad escribiste en el momento exacto —respondió Reik, picándome un ojo.
—¿Por? —pregunté, con curiosidad.
—Digamos que estaba cerca —dijo con una media sonrisa.
Solté una risa suave. Su voz, su forma de mirarme… hacían que todo el caos de mi vida desapareciera por un momento.
—¿Qué te gustaría comer? —preguntó mientras se detenía frente a un semáforo en rojo.
—Algo ligero… y que sea cerca. Mi madre no sabe que huí —dije con una sonrisa nerviosa.
—¿Ensalada? —bromeó.
Puse mala cara.
Él soltó una carcajada. —Dijiste ligero.
—Pero no tan ligero. Me conformo con un hot dog.
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Editado: 07.11.2025