La comida llegó, y aunque estaba deliciosa, no podía concentrarme.
Comí un poco, apenas lo justo, y Reik no dejaba de observarme.
A mitad de la cena, ya no lo soportó más.
—Ok, Iris, dime qué pasa —dijo, dejando los cubiertos sobre el plato.
—¿Ah? —intenté disimular.
—No dejas de mirar el celular. Estás ida... y nerviosa.
—N...
—Ni lo intentes negar, te conozco. ¿Es León?
—¡Que no!
—¿Ese imbécil te está molestando? —preguntó con el ceño fruncido, serio.
—No.
Pero no me creyó. Lo vi en sus ojos. Se levantó, dejó dinero en la mesa y salió del restaurante.
Todos lo miraron, y yo, sin pensarlo, salí corriendo tras él.
—¡Reik, no! —lo alcancé, sujetándolo del brazo—. No es León quien me molesta.
Él me miró, aún con la mandíbula tensa.
Suspiré hondo, saqué el teléfono, lo desbloqueé y se lo mostré.
—No sé quién es... ni qué quiere.
Le mostré los dos únicos mensajes.
Reik los leyó en silencio, luego sacó su celular, tecleó algo, y su teléfono vibró.
—Listo —dijo devolviéndomelo.
—¿Qué hiciste?
—Lo bloqueé. Yo me encargo.
—Reik...
Se acercó, tomó mi cara entre sus manos.
—Iris, yo me encargo, ¿sí? No tienes por qué preocuparte por eso. Además, estoy cien por ciento seguro de que es León, y solo quiere molestarte.
—¿Seguro?
—Muy seguro —afirmó con calma.
Suspiré, dejando que el miedo se deslizara fuera de mi cuerpo poco a poco.
—Te llevaré al hospital —dijo, dándome un beso rápido en la mejilla.
—Ummm... mejor un helado, y después vamos —le respondí, haciendo un puchero.
Reik soltó una risa.
—Iris, sabes que no necesitas hacer pucheros, ¿verdad? Pídeme lo que quieras y te lo daré.
Sentí mis mejillas arder. Me incliné apenas y rocé sus labios con los míos, rápido, antes de salir hacia la heladería.
Él me alcanzó enseguida, me abrazó por detrás, y solté una carcajada.
Después del helado y una caminata corta, decidimos regresar antes de que mi madre notara que no estaba en el hospital.
Reik estacionó frente a la entrada, y estaba a punto de bajar cuando vi venir a mi madre corriendo. Una ambulancia acababa de llegar.
—¡Cierra la puerta! —le grité.
—¿Qué?
—¡Reik, avanza, rápido! —me agaché en el asiento.
Él me miró sin entender, pero obedeció. Avanzó hasta la esquina y estacionó.
Subí la cabeza y solté un suspiro.
Reik soltó una risa suave.
—Iris... ¿me vas a decir qué pasa con tu mamá?
—Es que no lo sé —respondí—. Ella nunca había estado tan sobreprotectora como hoy, no...
Iba a seguir hablando, pero mi teléfono comenzó a sonar.
Número desconocido.
Contesté.
—¿Hola?
—Iris —la voz era grave, temblorosa.
—No vuelvas a llamarme.
—Iris, espera, por favor... solo un minuto.
—¿Qué quieres?
—Ven a la dirección que te envié... cuando estés preparada. Solo te pido que lo pienses.
Corté la llamada.
Mi cuerpo comenzó a temblar. Los ojos se me humedecieron.
Todo en mí gritaba cansancio.
Estaba harta.
Harta de que él apareciera solo para desordenar mi vida, creyendo que, por ser mi padre, tenía derecho a hacerlo.
—Iris... ¿qué ocurre? —la voz de Reik fue un susurro mientras su mano acariciaba mi mejilla, limpiando una lágrima traicionera.
—Nada —susurré, sin convicción.
—Sabes que puedes confiar en mí —acercó su frente a la mía—. Siempre te protegeré.
Lo abracé. Me aferré a él, y lloré en su pecho.
—Es... es... mi papá —murmuré, limpiándome las lágrimas—. Bueno, si es que así se le puede llamar.
—¿Es quien apareció frente al gimnasio, cierto? —preguntó, acariciándome las manos con suavidad.
—Sí. Estaba preso. Ni siquiera sé por qué salió... o por qué ahora.
Guardó silencio, dándome tiempo.
Y por primera vez en mucho tiempo... lo conté todo.
—Mi papá era un ingeniero importante, tenía una empresa pequeña que crecía cada día. Yo crecí en ese mundo... y era feliz. Él era mi héroe. Nunca me negó nada, nunca me gritó. Siempre me apoyó.
Mi madre, antes, era ama de casa. Cuando nací dejó su trabajo y se dedicó por completo a nosotros. Pero... con el tiempo, se frustró. No lo decía, pero estar todo el día limpiando, cocinando, cuidando... la estaba consumiendo.
Hice una pausa. Reik apretó mi mano.
—Todo cambió esa noche —susurré. —La de mis quince años.
Iba a cumplirlos, y mis padres planeaban una gran fiesta. Mi mejor amiga, Nanci, me ayudaba en todo. Éramos inseparables. Casi una hermana.
Pero un día antes de mi cumpleaños... todo estalló.
Mi voz tembló.
—Mi padre fue arrestado en nuestra casa. Esposado. Humillado.
Mi madre no me dijo nada. Solo... que estaba involucrado en "cosas malas".
Hice comillas con los dedos, sin mirar a Reik.
—Al día siguiente, mi madre nos obligó a irnos. Tomamos un vuelo, llegamos aquí. Nueva ciudad, nueva casa, nueva vida. Ella consiguió trabajo en el hospital, retomó su carrera... y yo seguí con mis estudios.
Tragué saliva, apretando las rodillas contra mi pecho.
—Una noche, haciendo un proyecto de historia, busqué noticias antiguas.
Y ahí lo vi.
Su foto.
El titular.
Todo.
Mi mundo se vino abajo.
El silencio llenó el auto.
Reik no habló. Solo me sostuvo la mano, como si con eso bastara para evitar que volviera a romperme.
No podía hablar.
Mi boca simplemente no respondía, y aun así seguía hablando, balbuceando entre lágrimas, como si mis palabras se ahogaran antes de salir.
Reik me miraba con paciencia, esperando... pero yo sabía que si abría la boca, todo se rompería dentro de mí.
Así que, en lugar de hablar, saqué el teléfono.
Tecleé rápido, temblando. Busqué esa carpeta escondida, la que juré no volver a abrir.
Allí estaban: las fotos, las noticias, los fragmentos de un pasado que nunca dejaba de doler.
Se las mostré, una por una.
#762 en Otros
#312 en Humor
#2362 en Novela romántica
humor, amistad amor ilusion tristeza dolor, humor aventura secretos y traciones
Editado: 07.11.2025