Entre Lentes y Algodones de Azucar

Capitulo 35: No lo vi venir.

Sentí una pequeña patada en el estómago y me arrimé un poco hacia atrás para no sentirla, pero al hacerlo, choqué con un cuerpo cálido y firme. Me tensé por un segundo... hasta que recordé que anoche le pedí a Reik que durmiera conmigo.

Sonreí un poco y me acurruqué más cerca de él. Su mano rodeó mi cintura con suavidad, y su respiración rozó mi cuello, lenta, tranquila, como si el mundo no existiera más allá de nosotros. Me quedé unos segundos así con los ojos cerrados, escuchando su corazón y sintiendo cómo el mío se calmaba.

—Iris —la voz de mamá resonó desde el pasillo—. ¿Dónde andas? Te estoy preguntando si quieres más espaguetis.

—Ah, no, mamá, estoy full —le respondí, aún medio adormecida.

—¿Segura? No comiste mucho.

Asentí con una sonrisa. Mi madre me observó con una expresión extraña, como si viera una versión desconocida de mí.

—Bueno, parece que dormir en tu cama te sirvió Mucho—dijo finalmente.

—Extrañaba mi cama... y lo cálida que es —respondí, levantándome para recoger los platos.

Mientras lavaba la vajilla, tarareaba una canción que no podía sacarme de la cabeza. Mamá se levantó y, secándose las manos con una toalla, dijo:

—Voy a darme un baño. Luego voy al centro comercial con Francis, ¿quieres venir?

—No, mami. Prefiero quedarme en casa.

Me miró un poco más raro, pero asintió y subió las escaleras. Cuando escuché el agua correr en su baño, me quedé sola con mis pensamientos. Terminé los platos, limpié la mesa, conecté el teléfono a la bocina y puse mi lista favorita. La música llenó toda la casa.

Canté, grité, bailé con la escoba en mano, como si el piso fuera un escenario y el mundo entero mi público. Cuando mamá se fue, seguí en mi pequeña fiesta privada. Hice unas galletas, las metí al horno y me dediqué a limpiar el desorden de la cocina.

Estaba tan concentrada que no noté los pasos detrás de mí... hasta que unos brazos se cerraron alrededor de mi cintura. Grité del susto, y la harina que tenía en las manos voló por toda la cocina.

—¡Te voy a matar! —le dije a Reik, que se reía a carcajadas.

—No tengo la culpa. Estuve tocando la puerta, pero creo que tu fiesta no me dejó escuchar —respondió divertido.

—Te odio —dije fingiendo enojo.

Él se acercó y con sus dedos limpió un poco de harina de mis mejillas.

—Te ves... comestible —murmuró con una sonrisa traviesa.

—Por tu culpa —lo acusé.

Colocó sus manos en mi cintura, atrayéndome más hacia él.

—¿Qué hacías?

—Galletas —respondí—. Pensaba llevarle unas a Erik como regalo.

—Pensé que habíamos quedado en que él no necesita regalos —replicó con un tono celoso.

—Tranquilo —dije entre risas—. También hice para ti.

—¿Sí? Aunque me gustaría algo más antes que las galletas.

—¿Qué cosa?

—Tus besos.

—¿Y qué esperas para besarme, entonces?

—Nada —susurró antes de acortar la distancia entre nosotros.

Nuestros labios se encontraron primero lentos, como una caricia tímida, como si ambos temiéramos romper el momento. Pero bastó un segundo para que la calma se volviera fuego. Reik apretó un poco mas mi cintura, atrayéndome más hacia él, y el beso se hizo más profundo, más urgente.

Su respiración chocaba con la mía, y cuando susurró "me tienes loco, Iris", sentí que el corazón me estallaba.

—No te detengas —alcancé a murmurar entre sus labios.

Él obedeció. Me levantó con facilidad y me sentó sobre la encimera. Mis manos se colaron bajo su camisa, sintiendo el calor de su piel. Reik hizo lo mismo, siguiendo el camino de mis caricias con los dedos temblorosos. Entre risas entrecortadas y suspiros, su camisa cayó al suelo.

El mundo se redujo a nosotros dos. El olor a galletas recién horneadas, el calor del horno, su respiración contra mi cuello. Todo era tan perfecto que dolía pensar que existía algo fuera de ese instante.

Hasta que una voz rompió el aire.

—¡Quita tus manos de encima de mi hija!

El cuerpo de Reik fue empujado con fuerza hacia atrás. Yo apenas tuve tiempo de reaccionar antes de bajarme de la encimera.

—Pero... —fue lo único que logré decir, con la mente en blanco.

Él estaba allí. Mi padre.

—Iris, ¿qué locura estás haciendo? —su voz tembló entre la furia y la decepción—. ¡Ponte algo!

Su mirada se clavó en mí, en Reik, en el caos de la cocina, y pude ver cómo sus ojos se llenaban de lágrimas.

—No tienes derecho —alcancé a decir con la voz quebrada—. No tienes derecho de venir a decirme nada.

—Princesa...

—¡No te acerques! —grité retrocediendo—. ¡Cállate! No eres nadie para exigirme nada.

Me puse la camisa con las manos temblorosas.

—Hija... por favor —susurró con los ojos llenos de lágrimas—. Solo... dame unos minutos.

Reik se acercó y se colocó delante de mí, tapándome con su cuerpo. Mi padre lo miró con una expresión de pura rabia.

—Está en propiedad privada —dijo Reik con firmeza—. Será mejor que se vaya.

—No me iré hasta hablar con mi hija —respondió mi padre, con voz tensa.

—No quiero hablar contigo —dije, aferrándome en la mano de Reik. Necesitaba su calor, algo que me anclara a la realidad.

—Iris, déjame explicarte...

—¿Qué vas a explicarme, ah? ¿Lo bien que la pasabas con Nancy? —mi voz fue apenas un hilo, pero lo suficientemente fuerte para que lo escuchara.

Se quedó helado.

—Sí, lo sé —continué—. ¿Creías que nunca lo descubriría? Saliste en las noticias.

—Eso fue un error... —dijo con un hilo de voz—. Uno que nunca voy a perdonarme. Pero te juro que te amo, hija.

Mis ojos se llenaron de lágrimas.

—¡Mentira! Si me hubieras amado, no me habrías destrozado así. ¡No me habrías dejado!

Sentí los brazos de Reik envolverme, su pecho firme contra mi espalda.

—Iris... —la voz de mi padre se quebró—. Ver cómo me llevaban lejos de ti fue como morir en vida. Tu rostro, tu recuerdo... eso fue lo único que me mantuvo de pie todos estos años.




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