Caminaba hacia la casa de Reik con las manos frías y el corazón acelerado.
Intentaba concentrarme, pero mis pensamientos regresaban una y otra vez a la mañana.
Desperté con el sonido más dulce del mundo.
—Cumpleaaañooos feeeeliz... —cantaba mi mamá mientras entraba a mi cuarto, sosteniendo un pequeño ponqué de chocolate lleno de chispitas.
Tenía los ojos brillosos, como si hubiera llorado antes de entrar.
Siempre intenta que mi cumpleaños sea especial, aunque yo... no lo disfrute.
No por ella.
Por lo que viví antes.
Pero nunca le he negado compartirlo con ella.
Salimos a desayunar en una cafetería sencilla. Mamá me hablaba de cualquier cosa, intentando mantener mi mente lejos de recuerdos que me raspan el pecho. Sonreí para ella, porque se lo merece.
Ahora, horas después, estaba frente a la casa de Reik, respirando profundo para controlar los nervios. Toqué la puerta.
La abrió su papá, con una sonrisa gigante.
—¡Hola, cumpleañera! Felices diecisiete años. Ya eres casi una adulta.
—Muchas gracias, señor Rey —respondí, intentando no verme demasiado tímida.
Entonces apareció Erik, el hermano de Reik. Llevaba una cajita pequeña envuelta con un moño.
—Feliz cumpleaños, Iris —me dijo—. Lamento que no podamos quedarnos... tenemos una pelea importante en una hora.
Apreté la cajita contra mi pecho.
—Gracias, de verdad.
Ambos salieron rápidamente. Y cuando la puerta se cerró, la casa quedó en silencio absoluto.
Tragué saliva.
No sabía si caminar... o huir.
Saqué el teléfono.
Iris:
Llegué. ¿Dónde estás?
Reik:
Arriba. Pasa, princesa.
Mi estómago dio una vuelta completa.
Subí los escalones despacio. Y cuando llegué al segundo piso, un olor suave a comida recién hecha me acarició la nariz.
Seguí el camino de pequeñas luces adornando el pasillo hasta que llegué a la terraza.
Y ahí estaba él.
La terraza estaba decorada con luces cálidas, una mesa puesta con velas, y Reik sentado en su silla de ruedas, mirándome como si yo fuera... algo que se sueña, no algo real.
—Feliz cumpleaños, Iris —dijo con una sonrisa que me derritió entera.
Me acerqué con el corazón latiendo en la garganta.
La cena estaba perfecta. Hablamos, reímos, me hizo olvidar por un rato que alguna vez odié este día.
Cuando terminamos, él sacó una pequeña torta, blanca, sencilla, pero preciosa.
—¿Listo? —preguntó.
Asentí.
Reik cantó "cumpleaños feliz" bajito, suave, casi como un secreto solo para mí.
Me emocioné más de lo que esperaba.
—Tengo un regalo —murmuró.
Yo levanté las cejas.
Él sacó... un algodón de azúcar rosa.
Me reí sin poder evitarlo.
—Nuestro secreto —dijimos los dos al mismo tiempo.
Recordando aquel primer día.
El algodón.
Sus ojos.
Mi vida cambiando sin darme cuenta.
Reik se aclaró la garganta.
—Nunca te he pedido como se debe, ¿cierto?
—No lo necesito —respondí con una sonrisa pequeña.
—Me gustaría poder hacerlo... ¿puedo?
Mi pecho tembló un poquito.
—Claro —susurré.
Me extendió el algodón de azúcar y, entre las suaves nubes rosadas, había un pequeño anillo sencillo, con una piedrita rosada que brillaba bajo las luces.
—Iris... la chica que hace que mi corazón corra y luego se detenga...
—respiró hondo—
¿me darías el honor de ser mi novia?
Me eché hacia atrás en la silla y crucé los brazos, fingiendo pensarlo.
—No sé... no suena muy romántico, ¿sabes?
Reik soltó una risa suave.
—¿Quieres más romance?
—Pues... ¿qué pasó con el "eres la dueña de mi corazón", o "la chica que quiero"...?
—Puedo empezar de nuevo —dijo, divertido.
—No.
—¿No?
Me incliné hacia él.
—No, porque Novio Mio lo único que quiero en este momento es besarte.
Sus ojos se abrieron un poco.
—¿Novio tuyo...? ¿Entonces es un sí?
Me levanté, rodeé la mesa y me senté suavemente en sus piernas.
Lo tomé del cuello y lo besé, despacio primero... luego más profundo...
Entre beso y beso murmuré contra sus labios:
—Sí. Es un gran sí.
Y Reik me abrazó como si hubiera estado esperando ese momento toda su vida.
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Editado: 05.12.2025