La cena ya había terminado hacía rato, pero ninguno de los dos parecía dispuesto a separarse.
Seguía sentada en sus piernas, con la mesa a un lado y las velas todavía encendidas, mezclando su olor tibio con el perfume que él siempre decía que le encantaba.
Reik tenía las manos en mi cintura, como si temiera que me desvaneciera si me soltaba.
—¿Y la película? —pregunté con un susurro que rozó su boca.
—Todavía podemos verla... —respondió él, con esa voz ronca que me hacía temblar por dentro.
Apoyé mis manos en sus hombros y lo miré. A veces me hacía sentir tan segura... y otras veces tan expuesta. Tan suya.
Su mirada bajó a mis labios. O quizá la mía subió a los de él. No sé quién se inclinó primero.
Nos besamos despacio.
Un beso que parecía una pregunta... y una respuesta.
Suave al principio, luego más urgente.
Mis dedos se enredaron en su cabello. Sentí cómo él apretaba un poco más mi cintura, acercándome, como si no quisiera que existiera ni un centímetro de distancia entre nosotros.
El ritmo subió sin que ninguno lo buscara.
Solté un suspiro contra su boca.
Mi camisa se deslizó por mis hombros sin que me diera cuenta.
Entonces él apoyó su frente contra la mía.
—No sigas... —murmuró con un hilo de voz.
Me congelé. Me bajé de sus piernas tan rápido que casi perdí el equilibrio.
—¿Te duele? ¿Te lastimé? —pregunté con el corazón en la garganta.
—No... no —negó él, cerrando los ojos—. Es solo que... no puedo... es...
Me acerqué, tomé su rostro con ambas manos y lo obligué a mirarme.
—Reik... ¿qué está pasando por tu cabeza?
Él respiró hondo, me hizo sentarme nuevamente en sus piernas y acarició mi mejilla con una delicadeza que me partió el alma.
—Tengo miedo de no estar a la altura... —susurró—. De que... tú... y yo así... y yo sentado aquí... no sé si...
No lo dejó terminar.
Lo besé lento.
Firme.
Con la certeza que él no tenía.
—Estoy contigo, Reik —murmuré contra su boca—. Y nada, ¿me escuchas? Nada va a hacer que me vaya de tu lado. Estés sentado ahí o caminando, eres tú. Eso no cambia.
Mi camisa terminó de caer al suelo, pero no importaba.
Lo abracé fuerte, escondiendo mi cara en su cuello.
Él me rodeó con sus brazos, aferrándose a mí como si me necesitara para no caerse en un pensamiento oscuro.
—Te amo —susurré sin planearlo. La palabra salió sola, como si hubiera estado esperando ese momento para escapar.
Él me separó un poco. Sus ojos estaban abiertos, clavados en los míos, como si necesitara confirmar que lo había dicho.
—Te amo —repetí, esta vez más segura.
Reik tomó mi cara entre sus manos, y nunca lo había visto mirarme así.
Era una mezcla de alivio, deseo y algo tan profundo que me hizo temblar.
—Te amo, Iris... —dijo con una voz rota de emoción— desde la primera vez que te besé.
Y sentí que ese instante se quedaba tatuado en mi memoria para siempre.
Sus labios volvieron a encontrar los míos, cálidos, suaves, tan seguros de lo que sentían que me dejaban sin aliento. Sus manos recorrieron mi espalda desnuda con una delicadeza que me erizó la piel completa.
Separé mi boca apenas unos milímetros de la suya, intentando recuperar el aire que él me robaba sin culpa.
—¿Hacemos palomitas? —pregunté con una sonrisita torpe mientras mi frente aún rozaba la suya.
Él soltó un suspiro divertido.
—Si quieres...
Le di un beso en la nariz, rápido y tierno, y me bajé de sus piernas. Busqué mi camisa en el suelo, me la puse a la carrera, todavía sintiendo mis mejillas calientes.
Mi teléfono vibró.
Contesté.
—Hola, mamá.
—¿Estás en casa, hija?
—No, salí a cenar con Reik. ¿Por qué?
—La vecina me llamó... que no te había visto y me asusté.
Cerré los ojos un segundo. Mi mamá y su capacidad de imaginar lo peor.... aunque no la culpaba entendí (creo) porque me cuida ahora el doble no quiero volver a pasar por ese susto nunca mas.
—Estoy bien, mami. Ahorita estoy por ver una película con Reik.
—Ah, ok... está bien. Cuídate mucho, mi niña.
—Siempre. Te amo.
Corté.
Cuando levanté la mirada, Reik estaba moviéndose hacia la cama con la silla, mirándome con esa expresión que decía que estaba pensando más de lo que decía.
—Creo que... mejor sin palomitas —murmuró con una pequeña sonrisa.
Me acerqué a él de inmediato.
—¿Necesitas ayuda?
Él soltó una risita suave y negó con la cabeza... pero luego me miró con esa mirada suya que era mitad rendición, mitad ternura.
—Iris...
—¿Qué? —arqueé una ceja—. Si me vas a salir con el discurso del macho independiente que no acepta ayuda, te juro que te dejo sin película.
Él rió, bajó la mirada y luego me sostuvo la mano.
—¿Me ayudas, novia mía?
Mi corazón dio un salto tan grande que casi lo escuché.
—Claro que sí —susurré.
Lo ayudé a acomodarse en la cama, él me ayudó a meterme entre sus brazos, y así, enredados, con mi cabeza en su pecho y su mano jugando con mi cabello, pusimos la película.
La película llevaba como quince minutos, pero yo no estaba viendo absolutamente nada. Ni siquiera sabía de qué trataba. Podían estar peleando dragones, o besándose bajo la lluvia, o hablando de impuestos... ni idea.
Mi cabeza estaba en otra parte.
En él.
En nosotros.
En... eso.
Mientras Reik acariciaba mi brazo con movimientos lentos, yo solo podía pensar en la misma pregunta una y otra vez. Habíamos llegado lejos, nos habíamos besado hasta olvidar nuestro nombre, nos tocábamos con esa necesidad de adolescentes enamorados... pero nunca pasábamos de ahí.
Y no es que yo estuviera desesperada por cruzar la famosa "barrera". Para nada.
Era solo... duda.
Curiosidad.
Y cero personas con quien hablarlo.
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Editado: 05.12.2025