Entre Lentes y Algodones de Azucar

Capitulo 43: Juegos peligrosos.

Estaba acostada sobre Reik, literalmente encima de él, en la alfombra de su cuarto. Habíamos empezado jugando cartas… pero hacía veinte minutos que habíamos dejado de “jugar”.

—Eres una tramposa —dijo él, intentando apartar mi mano donde escondía las cartas. Usó su brazo libre para elevar un poco su torso bajo mí—. ¡Iris, tienes un as bajo tu muslo!

—MENTIRA —me hice la indignada mientras él, apoyándose en su antebrazo, intentaba moverme apenas para mirar debajo de mí.

—¡Ajá! ¡Confesión automática! —bromeó, hundiendo los dedos en mi cintura.

Solté una carcajada ahogada, retorciéndome encima de él mientras él se impulsaba con los brazos para alcanzarme mejor. En el movimiento nos desequilibramos y terminamos riéndonos, mi cabello cayendo sobre su cara y sus manos firmes en mi espalda, guiándome hacia él.

—Me acusas porque tú haces trampa —susurré, rozando sus labios.

—Yo nunca haría trampa contigo.
Pero sí te haría esto.

Sus labios atraparon los míos con una urgencia que me robó el aire. El beso no era suave… era hambre contenida.
Sus manos subieron por mi espalda, seguras, fuertes, mientras él se incorporaba un poco usando la fuerza de sus brazos, pegándome más a su cuerpo.

Yo lo abracé del cuello, sintiendo cómo su respiración se volvía cada vez más pesada.

—Iris… —murmuró sobre mi boca, jadeando—. Mi autocontrol está por el suelo.

Sonreí, rozando su boca… pero él no me dejó responder. Me volvió a besar, profundo, necesitado.

Me perdí en él. En su sabor. En la forma en que usaba sus manos para guiarme y sostenerme.

Mi teléfono empezó a vibrar.

Una vez.
Dos.
Tres.

No lo atendí. Ni pensé en hacerlo.
No cuando sus dedos se colaban por debajo de mi camisa, no cuando él me jalaba hacia su torso usando la fuerza de sus brazos.

La llamada seguía.
Reik se separó apenas unos milímetros, respirando entrecortado. Sus ojos estaban oscuros, llenos de deseo y frustración.

—Te están llamando —murmuró, apoyando su frente en la mía—. Y si no contestas, voy a terminar tirándolo por la ventana.

Reí temblando. Intenté buscar el teléfono, pero él aprovechó para besarme el cuello, lento, provocando que mis manos perdieran el rumbo.

La llamada se cortó justo cuando lo tomé.

Y entonces apareció un mensaje.

León:
Me das otros minutos de tu tiempo… solo quiero hablar.

Un escalofrío.
Reik lo vio. Claro que lo vio.

Su expresión cambió al instante.
Mandíbula dura.
Mirada negra.

—¿Qué quiere ese imbécil? —dijo con esa voz grave que me estremecía.

Me quedé mirando la pantalla como si quemara.

Reik no esperó. Con rapidez —y usando más su torso que sus piernas— me apartó suave de su mano, tomó el teléfono y lo lanzó a un lado de la alfombra. No violento… pero con mensaje claro.

—Reik…

No me dejó terminar.
Me rodeó la cintura y me atrajo hacia él, usando la fuerza de sus brazos, para besarme otra vez. Un beso celoso, posesivo, ardiente.

—Bloquéalo —susurró contra mis labios—. No tienes por qué responderle.

Sus manos recorrieron mi espalda, subiendo despacio.
Me mordió el labio y se apartó un poco.

—Ese idiota —sus dedos se enredaron en mi cabello—… ¿te habló hoy en clases?

—Solo unos minutos —susurré—. Se disculpó. Eso es todo.

Reik desvió la vista, celoso, pero volvió a besarme el cuello, apoyándose con un brazo para mantenerse elevado y el otro para recorrer mis muslos.

—Entonces ¿qué quiere ahora? —gruñó.

Reí contra su pecho.
Mis risas hicieron vibrar su cuerpo bajo mí.

—Reik… amor… —acaricié su mandíbula— eres un poco lento para entender tácticas de chicos.

Frunció el ceño, molesto.

—Solo quiere ponerte celoso —admití riendo.

Él rodó los ojos… pero sonrió.

—Lo está logrando —murmuró, desabrochando mi brasier hábilmente con una mano, mientras con la otra me sostenía contra su torso.

—Definitivamente… —susurré contra su boca.

El teléfono volvió a sonar.

Y ahora sí, su paciencia murió.

Reik, frustrado, se estiró usando toda la fuerza de su brazo derecho para agarrarlo del piso. Me mantuvo sobre su regazo con la otra mano.

Contestó.

—¿Qué quieres? —dijo con esa calma peligrosa que me aceleró el corazón.

Leon pidió hablar conmigo. Alterado.

—Iris no tiene nada que hablar contigo —respondió Reik, cada palabra un filo—. Así que desaparece.

Intenté tomar el teléfono.

—Reik, dámelo…

Él negó. Me besó el pecho suavemente… y dejó el celular pegado a la oreja.

Leon dijo algo.
Reik sonrió.

No una sonrisa dulce.
Una amenaza.

—No me interesa lo que quieras —dijo—. No vuelvas a llamarla.

Y colgó.

—Iris… —acarició mi mejilla, todavía respirando agitado— yo no voy a dejar que ese imbécil se meta entre nosotros.

Pegué mi frente a la suya.

—Estoy contigo —susurré—. No dejes que León te saque de tus casillas.

—Lo que me molesta —sus dedos bajaron por mi espalda, guiándome otra vez hacia él— es que crea que puede hablarte como si nada.

Lo abracé del cuello.

—Ya te dije —sonreí—, solo quería ponerte celoso.

Él soltó un suspiro resignado… y luego me besó con toda la intensidad que había estado conteniendo.

Estaba acostada boca abajo en la alfombra, aún desnuda de la cintura para arriba, con el short un poco subido. Reik estaba igual que yo, desnudo del torso, y nuestras hormonas por fin se habían calmado hacía unos minutos. Estábamos en ese silencio dulce donde él no dejaba de mirarme, y yo solo sonreía con una sábana sobre mi piel, cuando mi teléfono volvió a sonar.

Reik bufó.

—¿Otra vez ese imbécil?

Miré la pantalla y negué rápido.

—No, es mi mamá.

Contesté.

—¿Mami?

—Hija, ¿dónde estás?

—Con Reik. Ya voy para casa, tranquila.




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