Entre libros y miradas

Capítulo 2: El chico nuevo

Capítulo 2: El chico nuevo

El lunes siempre había sido su enemigo.
No por la rutina, ni por el peso de las tareas, ni siquiera por madrugar, sino porque los lunes eran el recordatorio cruel de que otra semana más comenzaba… y ella seguía siendo la misma.
La misma que caminaba sola hasta el colegio.
La misma que se sentaba en la última fila.
La misma que no hablaba con nadie más allá de un susurro ocasional.

Ese día, sin embargo, había algo diferente en el aire. Lo sintió al despertar. Como una especie de electricidad tenue, casi imperceptible, pero que la hizo abrir los ojos antes de que sonara la alarma.

Se levantó despacio, como si el peso del mundo descansara sobre sus hombros. Eligió su ropa con la misma falta de emoción de siempre. Se colocó el uniforme con movimientos automáticos: falda a la rodilla, camisa blanca que abrochó hasta el cuello, suéter negro, aunque hacía calor. Se lo ponía como si pudiera esconderse dentro de él, como si fuese una barrera entre ella y todo lo que dolía afuera.

Kafka la observaba desde su rincón, acurrucado entre dos almohadas. Luna ya estaba sentada junto a la puerta, como todas las mañanas, lista para acompañarla hasta el portón de la casa. Camila se agachó para abrazarla un momento.

—Ojalá pudiera llevarte conmigo —le susurró.

Tomó su mochila, se colocó los audífonos y salió de casa.

En su camino al colegio, como siempre, caminaba con la mirada fija en el suelo, evitando cualquier tipo de contacto visual. Iba escuchando música —esa playlist que había creado para los días en que su ansiedad se sentía como una niebla espesa en el pecho.
“Runaway” de Aurora sonaba en sus oídos, envolviéndola como un hechizo.

El colegio estaba igual. Ruidoso. Caótico. Lleno de personas que sabían exactamente cómo encajar, cómo moverse en grupo, cómo bromear sin esfuerzo. Camila caminó entre ellos como una sombra. Nadie notó su presencia, y eso, en su mundo, era un alivio.

Hasta que entró al aula.

Y ahí estaba.

Sentado en la tercera fila, cerca de la ventana, con la luz del sol de la mañana acariciándole el cabello castaño oscuro. Había algo en su postura que no encajaba con el resto: estaba demasiado tranquilo, como si aquel lugar no le resultara ni nuevo ni intimidante.

Tenía los codos apoyados en el pupitre, un cuaderno frente a él y un lápiz que se movía con soltura. Dibujaba. No escribía. Dibujaba. Camila se dio cuenta al instante. Y no garabateaba al azar como muchos, sino que se concentraba como quien está en su propio mundo, muy lejos del aula.

Lo miró apenas un segundo más de lo necesario. Y fue entonces cuando sucedió.

Él levantó la vista.

Sus miradas se cruzaron.

Y Camila sintió que algo en su estómago se apretaba, como si las mariposas que siempre creyó no tener hubieran despertado todas de golpe.
Ella bajó la mirada de inmediato, caminó rápido hasta su asiento —al fondo, al lado de la pared, su pequeño refugio— y fingió que nada había pasado.

Pero algo sí había pasado.

Durante toda la clase, por más que lo intentó, no pudo evitar mirarlo de reojo. Él seguía dibujando de vez en cuando, otras veces tomaba apuntes, y otras simplemente se perdía mirando por la ventana, con una expresión que a Camila le pareció melancólica. Como si, de alguna forma, él también estuviera fuera de lugar.

Cuando el profesor se presentó, hizo una pausa breve para introducirlo.

—Clase, tenemos un nuevo compañero. Su nombre es Jackson. Viene de Santiago. Espero que lo reciban con respeto y amabilidad.

Camila notó que varias chicas se miraron entre sí con sonrisas cómplices. Algunas incluso se retocaron el cabello, como si quisieran llamar su atención.
Jackson simplemente asintió con una leve sonrisa, pero no dijo nada.

Durante el receso, Camila no fue a la cafetería como los demás. Se quedó en el aula fingiendo leer un libro que había traído en su mochila. En realidad, apenas podía concentrarse. Escuchaba los murmullos de los grupos al pasar por el pasillo:

—¿Viste al nuevo? Tiene facha de modelo.
—Y dibuja. Lo vi haciendo una especie de retrato en clase.
—¿Sabes si tiene novia?
—Parece muy callado. Misterioso. Me encanta.

Camila sintió que todas esas voces flotaban alrededor de él como abejas tras una flor recién llegada. Y por alguna razón que no comprendía del todo… le molestó.

Volvió a mirar hacia su pupitre vacío. Jackson no había dejado su cuaderno. Solo su mochila. Su lugar seguía irradiando esa calma extraña que parecía seguirlo a todas partes.

Cuando regresó a casa esa tarde, el ambiente era más silencioso de lo normal. No puso música. No encendió Netflix. No sacó el libro de turno. Solo se tumbó en su cama, con Luna lamiéndole los dedos y Kafka ronroneando sobre su pecho.

Y pensó en él.

En su mirada. En sus manos dibujando. En su silencio.

Por primera vez en mucho tiempo, alguien fuera de sus historias captó su atención. No como una amenaza, ni como un ruido molesto… sino como un misterio que quería entender.

Y eso, en su mundo cerrado, era casi un milagro.




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