Los días comenzaron a deslizarse con una calma engañosa.
Camila los contaba no en clases, ni en tareas, ni siquiera en episodios de dramas coreanos, sino en miradas. En los breves cruces de ojos con Jackson. En las veces que él pasaba cerca y ella podía sentir su presencia sin necesidad de verlo directamente. En los pequeños gestos que no parecían tener importancia, pero que para ella se sentían como terremotos silenciosos.
Cada día, él parecía sentarse un poco más cerca. Primero eran cinco pupitres de distancia. Luego tres. Luego dos. Para cuando se ubicó justo frente a ella en clase de literatura, Camila sintió que todo su cuerpo temblaba por dentro.
No le hablaba. No aún. Pero sus gestos eran suaves. Se notaba que no era como los demás. No invadía. No imponía. Era tranquilo, casi etéreo, como si flotara en un espacio entre este mundo y otro más callado.
Y Camila, sin entender cómo ni por qué, comenzó a esperarlo.
Esperaba verlo cruzar el pasillo.
Esperaba encontrarlo en el aula, dibujando como si el resto del universo no existiera.
Esperaba… lo que fuera que él decidiera entregar.
En medio de ese crecimiento interno que apenas comenzaba, apareció Abril como una ráfaga de perfume costoso y palabras filosas.
Había estado ausente unos días por “motivos personales”, pero cuando volvió, lo hizo con la energía de un huracán. Alta, estilizada, de cabello lacio con puntas perfectas, uñas brillantes y una sonrisa que parecía diseñada en un laboratorio… Abril no pasaba desapercibida. Nunca.
Y fue cuestión de minutos para que pusiera los ojos sobre Jackson.
—Nuevo, guapo y callado… como los de las novelas —dijo el primer día de su regreso, mientras se recostaba en el pupitre de él sin que nadie se lo pidiera—. Interesante.
Él solo la miró y volvió a su cuaderno. No dijo nada.
Eso bastó para que Abril comenzara su juego.
Era experta en conquistar a través del control. No necesitaba gritar para hacerse notar. Solo caminaba con una seguridad que aplastaba a cualquiera que no la siguiera.
Camila intentó, como siempre, pasar desapercibida.
Pero no lo logró.
Abril tardó apenas dos días en notarla.
Y lo hizo con esa sonrisa que no era realmente una sonrisa, sino una advertencia.
—¿Y tú quién eres? —le preguntó de golpe, en medio del pasillo.
Camila parpadeó, sin saber si responder o seguir caminando. Su garganta se secó.
—¿La bibliotecaria secreta? ¿O la nueva mascota del colegio?
Sus amigas se rieron. No era una broma buena. Pero bastaba con que ella la dijera para que todos fingieran gracia.
Camila no respondió. Caminó más rápido, sintiendo cómo su rostro se encendía.
Y eso, para Abril, fue suficiente.
Desde entonces, los comentarios comenzaron a llover como gotas frías:
—“¿Otra vez con ese suéter? Ya, supéralo.”
—“¿No te cansas de leer tanto? A ver si te lees un espejo.”
—“Te ves tan… diferente. Pero no de la forma buena.”
Camila los recibía en silencio. Apretaba los puños dentro del suéter. Aguantaba el aire. Evitaba llorar en el baño.
Y por las noches, abrazaba a Luna y Kafka como si fueran su única armadura.
Pero Jackson… él también notaba cosas.
Una tarde, mientras el resto salía corriendo al recreo, Camila se quedó en el aula, fingiendo leer Orgullo y prejuicio por enésima vez. En realidad, lo que quería era silencio. Descanso. No ser vista. No ser juzgada.
Y entonces ocurrió.
Una hoja doblada cayó sobre su pupitre.
Camila alzó la vista.
No vio a nadie cerca. Solo a Jackson, que caminaba hacia la puerta. No la miró esta vez.
Pero ella supo que había sido él.
Desdobló el papel.
Un dibujo.
Era ella. Sentada bajo un árbol. Con un libro abierto. Kafka enroscado sobre sus pies. Luna durmiendo a su lado, feliz.
La escena era tan íntima, tan delicada, que le temblaron las manos.
Era como si él hubiera entrado a su mente. Como si la hubiese observado en sus momentos más tranquilos, y hubiese decidido retratarla… no como ella se veía, sino como realmente era.
Hermosa. Serena. Completa.
Camila sintió un nudo en la garganta. Miró hacia la puerta, pero Jackson ya no estaba.
Guardó el dibujo con cuidado entre las páginas del libro. Esa noche lo colocó en la pared, encima de su escritorio, con un trozo de cinta que se despegaba cada rato. Kafka lo miraba con una mezcla de curiosidad y aprobación. Luna ladró bajito, como si comprendiera.
Y por primera vez, Camila sintió que algo estaba creciendo dentro de ella.
No era amor.
No aún.
Era valor.
Una semilla de luz.
Un susurro que decía: quizás no estás tan sola como creías.
Pero Abril también lo sintió.
Y cuando una reina siente que alguien amenaza su trono, se convierte en bestia.
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romance juvenil., romace y drama, crecimiento personal y amor propio
Editado: 10.06.2025