Habían pasado solo dos semanas desde aquel día en el pasillo. Dos semanas desde que Jackson defendió a Camila frente a todos. Dos semanas desde que el mundo parecía haber cambiado un poco de color.
Pero dentro de Camila, era como si los días hubieran transcurrido en cámara lenta, mientras algo —una semilla, una energía, una chispa— comenzaba a crecer, a extenderse por su pecho, su piel, su manera de caminar.
Ahora, al mirarse al espejo, ya no se veía solo como "la chica invisible que amaba los libros y los dramas coreanos". Se veía como alguien que merecía ser vista.
Y Jackson… la estaba mirando. Más de lo que nunca imaginó.
Esa mañana, lo sintió desde el momento en que entró al aula.
Él estaba allí, recostado en su pupitre, con la mirada puesta en ella. Sonrió de lado, esa sonrisa que parecía hecha a propósito para dejarla sin palabras.
—Hola, Cami —dijo, y la forma en que acortó su nombre la hizo estremecer.
—Hola… —respondió, intentando sonar normal, pero con la voz un poco más alta de lo que pretendía.
Se sentó en su sitio, sintiendo la mirada de él aún sobre ella.
—¿Estás usando perfume? —preguntó, acercándose un poco más.
Camila parpadeó. ¿Perfume? Sí… uno muy suave que había encontrado entre las cosas de su madre, un aroma floral con fondo de vainilla.
—Un poco —dijo, bajando la mirada, pero con una sonrisa tímida.
—Me gusta. Huele a alguien que sueña despierta —susurró él, tan cerca que su voz rozó su oído como un suspiro.
Camila sintió calor en las mejillas. Como si de pronto el aire del salón estuviera cargado de electricidad.
Jackson se sentó al lado de ella. Aunque no era su asiento habitual, nadie dijo nada.
Durante la clase, se inclinaba hacia ella con cualquier excusa. A veces para hacerle una pregunta. A veces para señalar algo en su cuaderno. Y otras… solo para acercarse. Para dejar que su hombro rozara el de ella. Para que sus dedos se rozaran apenas al pasarle un bolígrafo.
—¿Sabes qué pienso cuando te veo leer tan concentrada? —le preguntó en voz baja, durante la explicación de historia.
—¿Qué? —dijo ella, sin mirarlo directamente.
—Que quiero ser el libro que no puedas soltar.
Camila casi dejó caer el bolígrafo.
Jackson se rió por lo bajo, encantado con su reacción.
—¿Siempre hablas así? —le preguntó ella, con una mezcla de vergüenza y curiosidad.
—Solo con las personas que me gustan —respondió él, sin rodeos.
Y así, sin más, su mundo volvió a girar sobre sí mismo.
Esa tarde, Camila decidió quedarse en la biblioteca a repasar unos apuntes. Le gustaba la calma, el sonido de las páginas pasando, el olor a papel viejo.
Mientras caminaba entre los estantes, una mano rozó su cintura.
—Te encontré —susurró una voz familiar.
Era Jackson.
—¿Me estabas buscando? —preguntó ella, con un pequeño nudo en el estómago.
—Siempre —dijo él.
Ella se dio vuelta, con un libro en las manos. Él se acercó, más que de costumbre. Apenas había distancia entre ellos. Sus ojos estaban fijos en los de ella, con una intensidad que quemaba.
—¿Te incomoda que esté tan cerca? —preguntó, bajando la voz.
Camila negó con la cabeza, aunque el corazón le latía como si quisiera escapar.
—¿Y si te digo que me encantaría besarte justo aquí, entre estos libros?
Ella tragó saliva.
—Creo… que moriría de nervios —susurró.
Él sonrió, como si su respuesta le hubiera encantado.
—Entonces no lo haré… todavía.
Y se inclinó, solo para rozar su mejilla con los labios, tan suavemente que Camila no supo si lo había imaginado.
Cuando se separó, le acomodó un mechón detrás de la oreja con gesto delicado.
—No quiero asustarte —dijo.
—No me asustas —respondió Camila, sorprendida por la firmeza de su voz—. Solo… no estoy acostumbrada a que alguien me mire así.
Jacskon asintió, como si entendiera más de lo que decía.
—Entonces tendrás que acostumbrarte. Porque no pienso dejar de mirarte.
Esa noche, Camila no pudo dormir. Las escenas del día se repetían una y otra vez. Su voz. Su olor. Su sonrisa. El roce en su mejilla.
Y más allá de la emoción, más allá del deseo confuso y nuevo que despertaba en su interior, había algo más importante: se sentía hermosa.
No por lo que llevaba puesto. No por cómo la veían los demás.
Se sentía hermosa porque, por primera vez, se permitía sentirse deseada sin culpa.
Sin vergüenza.
Sin esconderse.
Y eso… era un tipo de libertad que no conocía. Pero que no pensaba soltar.
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romance juvenil., romace y drama, crecimiento personal y amor propio
Editado: 07.06.2025