El mensaje llegó a las 2:34 de la tarde, justo cuando Camila estaba terminando de leer el capítulo más triste de su novela favorita. Había lágrimas en sus ojos cuando el teléfono vibró.
Jackson:
“¿Estás libre hoy? Tengo un plan un poco fuera de lo común. Nada peligroso. Solo... distinto. ¿Te animas?”
Camila se quedó mirando el mensaje. El corazón le palpitaba tan rápido que parecía que alguien le tocaba un tambor en el pecho. Dudó solo un instante, luego respiró hondo y escribió:
Camila:
“Estoy libre. ¿A qué hora paso el susto?”
Jackson:
“A las 5. Ponte cómoda. Pero no tan cómoda como para quedarte dormida. 😉”
A las 4:30, Camila ya estaba frente al espejo. Eligió un vestido azul con lunares blancos que le llegaba justo por encima de las rodillas. No era el más nuevo, pero era el que más le gustaba porque sentía que le suavizaba las curvas. Se colocó un poco de perfume detrás de las orejas, se peinó con delicadeza y dejó suelto el cabello, cayéndole sobre los hombros como un manto oscuro.
Luna, su gata, ronroneaba a sus pies, mientras Kafka dormía en la esquina de la cama.
—Deséenme suerte —les susurró Camila, sonriendo con nervios.
Cuando Jackson llegó y bajó del motor, se quedó mirándola con una mezcla de sorpresa y adoración. No dijo nada al principio. Solo se acercó, le tendió el casco y murmuró:
—Estás... wow. No tengo palabras.
Camila sonrió, bajando la mirada, sintiéndose como si brillara bajo una luz invisible.
—Tú también te ves bien.
Él le ofreció la mano para ayudarla a subir. Y cuando arrancaron, el viento en su cara, la cercanía de su cuerpo detrás de ella, y el rugido suave del motor se combinaron en una sensación de libertad que nunca había experimentado.
El lugar era mágico: una colina escondida, con vista al pueblo entero, envuelta en el dorado del atardecer. En el centro, una manta, una canasta con sándwiches y galletas, y dos vasos plásticos.
—¿Todo esto lo hiciste tú? —preguntó Camila, asombrada.
—A veces me salen ideas locas —respondió Jackson—. Y tú... eres la persona perfecta para vivirlas.
Se sentaron juntos. Hablaron de libros, de películas, de los lugares donde les gustaría perderse algún día. Jackson escuchaba cada palabra de Camila como si fuera un secreto del universo. Y cuando ella se reía, él se quedaba en silencio solo para disfrutar el sonido.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —dijo él, en un tono más íntimo.
—Claro.
—¿Alguna vez te has sentido hermosa?
Camila tardó en responder. Tragó saliva. Miró hacia el cielo, como buscando la respuesta entre las nubes.
—No —admitió—. A veces quiero creerlo. Me esfuerzo... pero siento que hay un espejo dentro de mí que siempre me devuelve algo roto.
Jackson no dijo nada al principio. Solo se inclinó, despacio, y le acarició el rostro con el dorso de los dedos. Luego, acercó sus labios y los apoyó en su frente, con ternura, sin prisa.
—Pues yo te veo —susurró—. Y no hay nada roto en ti. Solo piezas que están encontrando su lugar.
Camila sintió un nudo en la garganta. Quería llorar, pero de algo que no era tristeza. Era alivio. Era esperanza. Era... algo que dolía, pero sanaba al mismo tiempo.
Jackson le tomó la mano, entrelazando los dedos con los de ella.
—¿Puedo decirte algo más? —dijo con una sonrisa traviesa.
—Dilo.
—Me encantas. No sé si estás lista para oírlo, pero no quiero seguir ocultándolo.
Camila se quedó en silencio, procesando esas palabras. Luego, apretó su mano suavemente.
—Tal vez no estoy lista… —dijo con honestidad— pero no quiero que dejes de decírmelo.
Lo que no sabían era que alguien los había visto. Alguien con un celular en mano y el corazón envenenado.
El lunes, cuando Camila entró al colegio, algo era diferente. Las miradas. Las risas contenidas. El silencio raro. Y lo peor: el nuevo nombre del grupo de WhatsApp del curso.
"Bella y la bestia 🐷💔🐺"
La imagen: una captura desde lejos de ella y Elías en la colina. Ella sonriendo. Él tocándole el rostro.
Camila sintió cómo el mundo se le venía abajo. El estómago se le encogió. Quiso desaparecer. Pero antes de que pudiera hacer algo, Abril apareció, como un relámpago venenoso.
—Awww, qué tiernos se ven. ¿Fue un picnic o un casting para telenovelas de gorditas ilusionadas?
Camila la miró. Y por primera vez, no se sintió pequeña. Se sintió cansada.
—¿Por qué lo hiciste? —le preguntó, con la voz temblorosa pero firme.
—Porque esto es la vida real, querida —dijo Abril, con una sonrisa cruel—. Y en la vida real, Jackson no se queda con chicas como tú. Solo está jugando. Se va a aburrir. Y cuando lo haga, no quiero que digas que no te lo advertí.
Un silencio pesado cayó entre las dos.
—Sabes, Abril —dijo Camila, respirando hondo—. Puede que tengas razón. Tal vez no me quede con Jackson. Pero tú tampoco lo tendrás. Porque lo que tú quieres no es amor… es posesión. Y eso, amiga, no se compra con maquillaje ni con crueldad.
Un murmullo se escuchó entre los que estaban cerca. Algunos se giraron, sorprendidos. Abril se quedó paralizada por un segundo, luego frunció el ceño y se marchó, lanzando una mirada de odio que prometía venganza.
Camila fue al baño. Se miró al espejo. Por primera vez, se permitió llorar. No por miedo. No por vergüenza.
Lloró porque, aunque el corazón le dolía, sabía que ya no era la misma.
Se estaba transformando. Y nadie la iba a detener.
#5475 en Novela romántica
#534 en Joven Adulto
romance juvenil., romace y drama, crecimiento personal y amor propio
Editado: 07.06.2025