Entre libros y miradas

Capítulo 8: Confesiones, galletas y un beso bajo la lluvia

Camila se encerró en su habitación nada más llegar del colegio. Luna y Kafka la esperaban con sus miradas calmadas, como si supieran que algo importante había pasado.

Se dejó caer sobre la cama sin quitarse el uniforme. El teléfono seguía vibrando en su bolsillo. Cientos de mensajes del grupo del curso, la mayoría chismes, burlas veladas, y unos cuantos memes crueles.

Pero entre ellos, uno solo brillaba con fuerza:

Jackson:
“¿Estás bien? ¿Puedo verte esta tarde? Necesito hablar contigo. Y sí, llevo galletas. Las buenas.”

Camila no respondió de inmediato. Se quedó abrazando a Luna, mientras Kafka le lamía los dedos. La tristeza todavía pesaba… pero esa chispa dentro de ella, esa que Elías había encendido, seguía ardiendo.

Camila:
“Sí. Pero si las galletas tienen pasas, te las devuelvo todas.”

Jackson:
“¡Jamás te haría eso! Te respeto demasiado. 😌 Nos vemos a las 5.”

A las cinco en punto, Jackson llegó a su casa. No en motor, esta vez. En bicicleta. Con una caja de galletas en una mano y una sonrisa torcida en la cara.

—¿Bicicleta? —dijo Camila, alzando una ceja.

—El motor está en el taller. Pero no iba a dejar que eso me impidiera traerte felicidad en forma de galletas y conversación.

Camila sonrió. Lo dejó pasar y subieron a la azotea de la casa, donde solía leer cuando quería estar sola. Había una pequeña mesita, dos sillas viejas y un cielo que empezaba a oscurecerse con nubes de lluvia.

Se sentaron. Jackson le ofreció la caja con gesto solemne.

—Aquí tienes. Galletas de chispas de chocolate. Sin pasas. Jurado por mi honor y el de mi gato ficticio.

—¿Tienes un gato ficticio?

—Se llama Tomás. Solo aparece cuando estoy triste. O cuando como helado.

Ambos rieron. Y esa simple risa alivió el peso del día.

—Vi lo del grupo —dijo Jackson, al fin, dejando la caja a un lado—. Me dolió verte ahí, expuesta así. Y no hice nada en el momento. Lo siento.

Camila negó con la cabeza.

—No tienes que disculparte. Ya hice suficiente por los dos. Me defendí. Y por primera vez, no me derrumbé. Creo… que es gracias a ti.

—No —dijo él—. Es gracias a ti. Yo solo estoy viendo cómo floreces.

Camila se sonrojó. Luego frunció el ceño.

—¿Tú… realmente me ves así? ¿De verdad te gusto? ¿O solo estás siendo amable?

Jackson se inclinó hacia ella. Su rostro estaba tan cerca que Camila pudo contar las pecas en su nariz.

—Camila… me gustas desde el primer momento en que te vi en la biblioteca, con tus audífonos puestos, ignorando el mundo mientras leías a Jane Austen como si fuera tu mejor amiga. Me gustas cuando hablas de tus gatos como si fueran tus hijos. Me gustas cuando te ríes con esa risa que parece que intentas esconder pero no puedes.

Camila no supo qué decir. Lo miró, sintiendo cómo el corazón le martillaba el pecho.

Entonces, Jackson se acercó más. Ella no se alejó.

Y en ese momento, cuando una suave llovizna empezó a caer sobre ellos, Jackson la besó.

Fue un beso tierno, lento, lleno de verdad. No era como en las películas, no tenía música épica de fondo, pero Camila sintió como si todo su mundo se silenciara para escuchar el sonido de su corazón.

Cuando se separaron, ambos rieron.

—¿Sabes qué es gracioso? —dijo Jackson.

—¿Qué?

—Siempre quise besar a alguien bajo la lluvia. Pero no pensé que sería en una azotea, con galletas de por medio, y con el pelo chorreando como si me hubiera metido a la ducha.

Camila soltó una carcajada tan fuerte que Luna, desde la ventana, la miró con confusión.

—Y yo pensaba que besar bajo la lluvia era sobrevalorado. Pero esto... esto es mejor que cualquier K-drama.

—¡Lo sabía! Eres una romántica encubierta —dijo Jackson, sacando una servilleta mojada y poniéndosela en la cabeza como si fuera un sombrero.

Camila lloraba de risa.

—Pareces una empanada triste.

—¡Soy una empanada romántica, por favor!

Esa misma noche, Camila recibió un mensaje de su compañera Paola, la chica callada del fondo.

Paola:
“Hola Camila… solo quería decirte que lo que hiciste hoy frente a Abril fue muy valiente. Muchas te admiramos. Y si necesitas alguien con quien sentarte en el almuerzo, me encantaría compartir mis papas contigo.”

Camila sonrió. Poco a poco, algo cambiaba. Ya no era solo Jackson. O sus gatos. O los libros.

Era ella. Atrayendo personas que la veían de verdad.

Esa noche, Camila se acostó con el cabello aún húmedo, Kafka acurrucado en sus pies, Luna en su pecho.

Y antes de dormir, escribió en su diario:

“Hoy me besaron bajo la lluvia. Pero lo que más me gustó no fue el beso.
Fue la certeza de que, por fin, empiezo a creer en mí.”




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