El sol de la tarde iluminaba los pasillos de la escuela, pero Camila no veía nada más que la mezcla de pensamientos que cruzaban por su mente. Los mensajes de Jackson y Andrés todavía resonaban en su cabeza, y a pesar de que había logrado tomar una decisión al principio, algo dentro de ella seguía buscando respuestas.
Jackson había sido su primer amor, la persona que la había ayudado a descubrir su propia belleza, su fortaleza interior. Pero algo había cambiado entre ellos. Jackson se estaba alejando, y a pesar de que lo quería con todo su ser, sabía que no podía seguir dependiendo de él. Había descubierto que su felicidad no podía ser medida por la presencia de alguien más, que ella misma debía ser su mayor prioridad.
Pero entonces estaba Andrés, el chico que aparecía en los momentos más inesperados, el chico que parecía ver algo en ella que ni ella misma había notado. Su presencia era una constante provocación, un recordatorio de lo que podía ser. No era el tipo de chico con el que se hubiera imaginado estar en un principio, pero su cercanía, su confianza, su audacia... todo eso la atraía.
Ese viernes, cuando Camila entró al salón de clases, lo primero que vio fue a Jackson, sentado en su lugar habitual. Sus ojos se encontraron brevemente, pero él desvió la mirada rápidamente. Camila sintió el dolor de su indiferencia, pero decidió que ya no lo confrontaría. Ya no más.
Al final de la jornada, cuando todos comenzaron a salir del salón, Camila recibió una llamada inesperada. Era Andrés.
— ¿Estás libre ahora? —preguntó él, su voz baja y tentadora—. Tengo algo que mostrarte.
Sin pensarlo mucho, Camila aceptó. No era como si tuviera muchas opciones, y la curiosidad que sentía por él era más fuerte que cualquier otro sentimiento que la estuviera atormentando.
Se encontraron en el parque cerca de la escuela. Andrés estaba allí, recargado contra un árbol, mirando a Camila con una sonrisa que parecía cargar con una promesa de algo más. Algo que ella no estaba segura de querer.
— ¿Qué tienes para mostrarme? —preguntó ella, al acercarse.
Andrés la miró fijamente, como si evaluara su respuesta. Luego, sin decir nada más, la tomó de la mano y la condujo hacia una pequeña cabaña abandonada que había en un rincón del parque, un lugar al que ella nunca había prestado atención.
—Este lugar... —dijo Andrés mientras la guiaba—. Es perfecto para estar lejos de todo. Es como un refugio donde nadie puede molestarnos.
Camila lo siguió, aunque algo en su interior le decía que no debía estar allí. Pero no podía negar que había algo en él que la hacía sentirse viva, como si estuviera experimentando algo nuevo y peligroso al mismo tiempo.
Una vez dentro, Andrés cerró la puerta tras ellos. La oscuridad del lugar, iluminada apenas por la luz tenue que se colaba a través de las ventanas rotas, añadió un toque de misterio al ambiente. Andrés se acercó a ella, pero esta vez no era como las veces anteriores. Su mirada era más intensa, su presencia más invasiva.
—¿Te sientes bien? —preguntó él, acercándose lentamente.
Camila no pudo responder de inmediato. El aire estaba cargado de tensión, y ella podía sentir cómo su cuerpo reaccionaba ante su cercanía. Algo en ella quería dar el siguiente paso, pero su mente seguía diciéndole que tenía que detenerse.
Sin embargo, Andrés no parecía dispuesto a esperar. Sin previo aviso, tomó su rostro entre sus manos y la besó. Fue un beso que la sorprendió, pero también la encendió. Sus labios eran cálidos y exigentes, y Camila, sin poder evitarlo, respondió con la misma pasión. La conexión entre ellos era palpable, como si el mundo entero se hubiera desvanecido en ese momento.
La mano de Andrés comenzó a deslizarse hacia su cintura, mientras la otra la mantenía sujeta con firmeza. Camila sentía la presión en su pecho, el deseo acumulándose con cada roce, pero también sabía que se estaba entregando a algo que no estaba segura de querer.
—Para... —dijo ella, apartándose ligeramente, pero Andrés no la dejó ir. En su lugar, la atrajo hacia él nuevamente, besándola con más fuerza, como si intentara borrar cualquier duda que ella pudiera tener.
Su mano comenzó a deslizarse por su espalda, tocando cada curva con un descaro que Camila no había experimentado antes. El toque era tan seguro, tan provocador, que la hizo estremecerse. El deseo comenzó a despertar en su interior, una necesidad que no sabía cómo manejar.
—No tienes que tener miedo... —susurró Andrés, acariciando su cuello. La calidez de su aliento la hizo temblar, y por un segundo, Camila sintió que el mundo giraba a su alrededor, que todo lo demás desaparecía.
Pero fue en ese momento cuando un sonido la hizo reaccionar: el sonido familiar de pasos acercándose. Jackson. Camila se apartó bruscamente de Andrés, el rostro sonrojado y confundido.
Andrés no dijo nada, pero su expresión fue de pura diversión. Él sabía lo que estaba haciendo, y sabía que Camila no podía evitar sentirse atrapada en ese juego de atracción y deseos no correspondidos.
Cuando Jackson apareció en el umbral de la puerta, la mirada entre él y Andrés fue un choque de tensiones. Jackson no dijo nada, pero sus ojos hablaban más que mil palabras.
— ¿Camila? —su voz era más baja de lo normal, casi apagada.
Camila se sintió atrapada, atrapada entre dos mundos, entre dos chicos que representaban diferentes facetas de su vida. Uno era el amor que conocía, el otro era la tentación que la desbordaba.
Jackson no dio un paso más. En lugar de eso, se quedó allí, observándola. Camila no sabía qué hacer. No podía seguir viviendo entre dos personas. No podía seguir adelante sin saber lo que realmente quería.
—Esto no puede seguir así —dijo Jackson, su voz firme, aunque su mirada estaba llena de dudas.
Camila lo miró, sintiendo el peso de sus palabras. Andrés, con una sonrisa más arrogante, se cruzó de brazos, disfrutando del desconcierto de Jackson.
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Editado: 28.06.2025