Entre libros y susurros

Dimitri entre la vida y la muerte

Capítulo 22

El silencio en la habitación era tan denso que solo se escuchaba el zumbido constante de las máquinas y el leve jadeo de un cuerpo que se aferraba a la vida. Dimitri llevaba meses atrapado en esa penumbra, sumido en un limbo donde los recuerdos se confundían con los delirios de su mente.

En su inconsciente estado, los sueños eran fragmentos desordenados que venían una y otra vez: sombras, fuego, disparos… y esa voz femenina que lo perseguía como un susurro en el viento. Siempre la llamaba con el mismo nombre, desgarrándose la garganta en cada grito desesperado, pero nunca llegaba a ella:

— ¡Anastasia!

Eso era lo que decía una y otra vez. Su eco lo atravesaba como un puñal, obligándolo a luchar contra la oscuridad que intentaba arrastrarlo. Dimitri no recordaba su rostro, apenas una silueta difusa, pero sabía que la mujer existía y que lo necesitaba.

Su cuerpo, aunque inmóvil, mostraba las marcas de aquella noche: cicatrices recientes, la respiración sostenida por los tubos, el pulso débil, pero obstinado. Igor, su leal sombra, no se había movido de su lado en cuatro meses y medio. Dormía en una silla dura si era necesario, se alimentaba allí mismo y apenas se permitía parpadear demasiado tiempo, como si su jefe pudiera desaparecer si desviaba la mirada o pudiera despertar sin que él estuviera ahí.

Esa mañana, sin previo aviso, la quietud se quebró por completo. Dimitri abrió los ojos de golpe, jadeando desesperado, como si hubiera emergido de un mar embravecido. Los monitores reaccionaron con un pitido acelerado que marcaba su ritmo. Igor, al verlo incorporarse bruscamente, casi dejó caer el vaso de agua que sostenía entre sus manos.

— ¡Dimitri! — exclamó, poniéndole una mano firme en el pecho para que no se moviera más de lo que ya lo había hecho — No hagas eso, mandaré a traer un doctor.

Sin embargo, Dimitri lo sujetó de la muñeca con una fuerza inesperada, los ojos encendidos de rabia y desconcierto al no saber dónde demonios estaba.

— ¿Qué demonios pasó? ¿Dónde estoy? ¿Quién me disparó? — fueron sus primeras preguntas al ver a los ojos del hombre frente a él.

Igor vaciló por un momento, tragando saliva. Durante meses había ensayado mil veces cómo responderle a preguntas como esas, pero al enfrentarse a su mirada, cualquier discurso se derrumbó de su mente.

— Necesito que te calmes, ya todo pasó. Te rescaté de los tiempos que quisieron eliminarte en el convento donde estabas escondido — mencionó Dimitri y su voz sonaba tensa, culpable, como si la palabra “convento” le pesara en la lengua — Cuando llegamos habías matado a muchos, pero una bala te dio en el pecho. Has estado todo este tiempo aquí en coma.

Dimitri frunció el ceño al escucharlo hablar, con un dejo de incredulidad, como si aquello no hubiese salido de su boca.

— ¿Un convento? ¿De qué me estás hablando? Yo jamás estaría en un maldito lugar como ese. Ya sabes lo que pienso de esos sitios, Igor.

— Pues supongo que te refugiaste ahí después de lo que pasó es en el muelle con el traidor ¿Recuerdas eso?

El silencio posterior era casi insoportable a lo que estaba escuchando. Dimitri respiraba agitado, y aunque su memoria estaba hecha trizas, un presentimiento lo carcomía: la voz en sus sueños no era una ilusión, no podía serlo. La mujer lo había estado llamando y necesitándolo desesperadamente. Anastasia…

Con un movimiento brusco, Dimitri intentó incorporarse, arrancando con torpeza parte de los cables que lo conectaban. Igor lo sujetó de inmediato, impidiendo que siguiera con lo que estaba haciendo.

— ¡Estás loco! — exclamó Igor con seriedad — Apenas puedes respirar por ti mismo y tienes un agujero en el pecho ¿Qué crees que haces?

— Escúchame bien, Igor —gruñó Dimitri, con su voz rasposa, pero firme — No tengo tiempo para que nadie venga y en este momento no te hablo como tu amigo. Así que escucha bien lo que voy a decirte. Necesito que me lleves a ese convento en este momento y es una orden.

Igor abrió los ojos con incredulidad, no esperó escuchar aquello, pero aun así estaba renuente a seguir sus órdenes.

— Estamos a cientos de kilómetros de ese lugar. No sobrevivirías ni al viaje en el estado en el que estás, además ¿Para qué demonios quieres ir a ese lugar? Acabas de decir que nunca estarías en un sitio como ese.

Dimitri lo miró con esa frialdad que siempre imponía respeto, pero detrás de esa máscara de acero, latía un temor desconocido: el de llegar demasiado tarde a ese lugar.

— No me importa lo que digas — apretó la mandíbula, con sus ojos oscuros brillando con determinación— Ella me necesita y no pienso quedarme aquí ni un segundo más.

Igor quiso protestar y preguntar quién era ella, pero algo en la voz de su jefe lo detuvo. Dimitri nunca había pronunciado aquellas palabras con tanto peso. No hablaba de negocios, ni de venganza, ni de poder. Estaba preocupado por alguien más que no fuera él o sus hombres, pero está preocupación era genuina. Había algo que aún no sabía identificar en su distrito comportamiento.

La discusión se acabó con Igor observándolo en silencio, dividido entre la lealtad ciega y el instinto de protegerle la vida. Dimitri, aún herido y con la respiración entrecortada, sostenía una sola certeza en su mente sin importar lo que dijeran: debía regresar al lugar de donde lo habían sacado porque si no lo hacía… esa voz que lo llamaba en la oscuridad podría apagarse para siempre.

¿Quién era Anastasia y porque tenía esa operación en el pecho? Su dolor no era por el disparo recibido, sino por un sentimiento invisible que no sabía identificar ¿Sería Anastasia la persona que lo había ayudado la noche en que pasó lo del muelle? ¿Por qué un convento? ¿Qué hacía ella en ese lugar? ¿Acaso sería ella una...? No imposible, no podía ser ¿Se había atrevido a estar con una monja? Él siempre fue de mujeres exóticas de una sola noche, pero si sus sorpresas eran ciertas, entonces tendría que recuperar sus recuerdos como sea.




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