En el Club de Literatura de la Universidad de Golden Valley, cada jueves por la tarde se desataba una guerra, no con espadas o golpes sino con palabras afiladas y miradas cargadas de desafío. Jane Anderson, con su cuaderno lleno de corazones y finales felices, siempre encontraba la forma de defender el amor verdadero, incluso cuando nadie más lo hacía, para ella, las historias románticas eran más que ficción: eran esperanza, refugio, destino, además, ¿a quién no le gustan las romcom?
Claro, a William Hart, él veía las cosas con una frialdad que a Jane le hervía la sangre, cínico, mordaz,apegado a los modales y a las reglas con una habilidad exasperante para desmantelar cualquier trama amorosa en cuestión de segundos, para él, las historias valían por su crudeza, su realismo, por mostrar que no todos los corazones rotos encuentran consuelo.
Eran rivales, polos opuestos
Y entonces, un día cualquiera, la vida -con su sentido del humor retorcido- decidió mezclarlos en la misma historia.
Todo empezó cuando Jane se enteró de que su ex regresaba al campus con su nueva novia, humillación no era suficiente para describir lo que sintió, así que, en un acto de desesperación (y una pizca de orgullo herido), propuso un trato a su peor enemigo: fingir ser su novio por unas semanas,a cambio, ella lo ayudaría a escribir una historia romántica para el concurso que tanto despreciaba.
Solo era una mentira. Un pequeño juego. Una actuación de pocas semanas.