Entre líneas y mentiras

Capítulo 7. Cuando las máscaras se caen.

La habitación estaba en silencio, iluminada solo por la tenue luz de una lámpara que William había dejado encendida, Jane se encontraba acostada sobre la cama perfectamente tendida, sintiéndose extrañamente fuera de lugar, William, en cambio, estaba sobre el suelo, recostado sobre una colchoneta que había sacado del armario con rapidez y casi sin protestar.

-¿Siempre duermes con todo tan…acomodado? -preguntó Jane, girándose ligeramente para mirarlo desde la cama.

William soltó una risa suave, ladeando la cabeza para verla desde el suelo.

-Por supuesto, el caos me da ansiedad, aunque últimamente... empiezo a sospechar que cierta señorita Anderson tiene algo que ver con que mi rutina esté en peligro.

Jane sonrió, había algo distinto en esa noche, algo en el silencio compartido que no se sentía incómodo.

-Si tú visitaras mi habitación -comentó con un tono burlón- te daría un infarto, es el desastre encarnado, notas por todos lados, ropa sobre la silla, tazas de café vacías, libros abiertos en cualquier parte... mi cama ni siquiera está hecha la mayoría de las veces.

William rió otra vez, una carcajada más honesta, como si realmente pudiera imaginarlo.

-Tendrás que mostrármela mañana, quiero ver con mis propios ojos cómo es vivir al borde del apocalipsis.

Jane soltó una pequeña risa y se acomodó bajo las sábanas, había algo reconfortante en esa conversación sin presión, sin máscaras.

Un silencio breve se instaló entre ellos, cómodo, pero con un leve peso.

-Perdón si te incomodé antes con mis preguntas -dijo Jane de repente, su voz más suave-. No era mi intención, dije cosas que realmente no pienso.

William guardó silencio unos segundos, luego, con un suspiro bajo, respondió:

-Está bien, tenías razón, siempre he sido así. El orden...viene con mi apellido, Hart en mi familia significa control, estructura y claro que tengo un corazón, Anderson... pero los Hart cuidamos mucho el nuestro, después de tantas pérdidas, es difícil abrirse.

Jane no dijo nada, las palabras de William resonaron en el cuarto como algo sagrado, algo que él no compartía con cualquiera, ella lo supo, lo sintió.

-Es mejor dormir -añadió William, como si haberse mostrado vulnerable ya fuera demasiado por una noche.

-No-dijo ella, con suavidad pero firmeza-. Cuéntame, soy fiel creyente de que hablar es la mejor forma de sanar- sonrío tímidamente.

William tragó saliva, la oscuridad hacía que fuera más fácil, no tenía que verla directamente y no tenía que pensar demasiado, solo hablar.

-Perdí a mis abuelos cuando era niño, ellos vivían con nosotros, eran muy importantes para mí, mi abuela me leía cada noche antes de dormir... creo que por eso amo tanto los libros, cuando ella murió, mi madre cambió mucho…se volvió más callada, más frágil y poco después... ella también se fue. Cáncer, creo que la depresión que tenía por la muerte de mi abuela complicó más las cosas, quería ayudarla pero solo tenía ocho años…

Jane se quedó quieta, sin atreverse a interrumpirlo, cada palabra que salía de William tenía peso, tenía historia.

-Mi padre… bueno, él es parte de la Fuerza Aérea, disciplina es su segundo nombre, no había lugar para el caos, ni emocional ni físico, las reglas eran la forma en que él sobrevivía... y yo también aprendí a hacerlo así, es la única forma de sobrevivir al mundo.

William se quedó en silencio, tal vez había dicho demasiado, tal vez se arrepentiría al despertar pero en ese momento, en esa habitación, con Jane ahí, se sentía sorprendentemente...bien.

Jane no respondió de inmediato, lo miró desde la cama, con los ojos un poco más abiertos, la respiración contenida. No era lástima lo que sentía, era comprensión. Respeto.

-Gracias por contármelo -dijo, finalmente, con suavidad.

William asintió, sin palabras.

Un silencio distinto se instaló entonces, más cálido, más íntimo, no de amor pero sí de algo que empezaba a formarse entre los dos, sin que ninguno lo supiera nombrar.

Y aunque Jane no sentía nada por él todavía, sí sintió que, por primera vez, William Hart no era solo su rival literario ni su falso novio, era un chico con heridas, con cicatrices... como todos.

-Buenas noches, Anderson -murmuró William, volviendo a recostarse.

-Buenas noches, Hart -respondió Jane, cerrando los ojos.

Pero ninguno de los dos durmió enseguida.

-Sube -dijo Jane en voz baja, rompiendo el silencio que se había vuelto casi insoportable, no lo miraba directamente, sus ojos estaban fijos en el techo, pero sus palabras eran claras-. William, sube a la cama.

Él la miró desde el piso, inmóvil, su cuerpo rígido, su mente corriendo en mil direcciones, no estaba acostumbrado a ese tipo de gestos, mucho menos a aceptarlos, pero en ese momento había algo en su interior que pedía eso, no compañía romántica, no una caricia intencional… solo alguien que estuviera ahí.

Y Jane estaba ahí.

William se levantó con lentitud, como si dudara de cada paso que daba, el colchón crujió suavemente al recostarse a su lado, no se miraron, no se dijeron nada, hasta que Jane se giró, despacio, y le pasó un brazo por el torso. Lo abrazó con cuidado, sin apretar, sin invadir, un abrazo honesto.

Él se quedó quieto, por un momento pensó en apartarla, en decir algo sarcástico, en levantar uno de sus muros cuidadosamente construidos… pero no lo hizo, porque ese abrazo, inesperado y real, lo desarmó por completo, el peso en su pecho que había llevado por años, de pronto se volvió insoportable.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, primero una, luego otra, hasta que el control se rompió, y William comenzó a llorar, lloró en silencio, con el rostro escondido en el cabello de Jane, apretando los dientes, como si esas lágrimas fueran una traición, pero Jane no se movió, no se rió, no hizo ningún comentario.

Solo lo sostuvo.

-Estás bien -susurró-. No estás solo, William.



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En el texto hay: jovenes, universitarios, romcom

Editado: 28.04.2025

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