William estaba recostado en la silla colgante de Jane, balanceándose suavemente con uno de los cuadernos más recientes en las manos, lo hojeaba con cautela, sin leer demasiado, respetando la privacidad de su contenido, no quería invadir más de lo necesario… aunque la curiosidad lo carcomía.
Jane estaba en su cama, secándose el cabello con una toalla mientras tarareaba una canción que parecía inventada al momento, William cerró el cuaderno y rompió el silencio.
-Oye, Jane.
-¿Hmm?
-¿Estás bien?
Ella parpadeó, dejó la toalla a un lado como si la pregunta no tuviera sentido.
-¿Qué clase de pregunta es esa?
William se encogió de hombros.
-La sincera, quiero decir… ¿de verdad estás bien? Porque últimamente todo esto… -hizo un gesto con la mano, refiriéndose al trato, a Ezra, al club, al concurso- parece más una huida que un plan, no quiero sonar entrometido pero… ¿por qué necesitas que Ezra te vea tan bien? ¿Qué es lo que realmente estás buscando con todo esto?
Jane lo miró en silencio durante unos segundos, había algo en su rostro, una grieta muy pequeña, apenas visible, que amenazaba con expandirse.
Pero entonces se levantó con energía forzada y dijo:
-Mejor deberíamos comenzar con la historia para el concurso, ¿no crees? El plazo no es eterno.
William suspiró, entendiendo que no obtendría respuestas esa noche.
-¿Qué te parece si usamos la idea que surgió en la clase de literatura? La de Clara y Marco, esa historia tenía potencial, y ya tenemos un marco romántico que podríamos… moldear.
Jane, aliviada por el cambio de tema, asintió con rapidez.
-Sí, buena idea, Clara y Marco, podemos empezar con su primer encuentro en la oficina.
-Perfecto, voy por mi laptop, tengo unas notas guardadas en mi habitación.
William se levantó y salió del cuarto, Jane lo vio desaparecer por el pasillo y entonces pasó.
Sin razón clara, sin advertencia, como una ola que la arrastró con fuerza: las lágrimas comenzaron a caer, su rostro se empapó en segundos, no entendía por qué, tal vez era la pregunta de William, tal vez era su propio agotamiento, o tal vez porque cada día era una actuación constante y estaba cansada.
Se frotó los ojos con fuerza, pero las lágrimas seguían saliendo, se le hizo un nudo en el estómago, la respiración comenzó a cortarse, buscó a tientas su celular sobre la cama, en los cajones, entre los cojines.
-¿Dónde está… dónde está? -murmuraba, desesperada.
Su corazón latía con fuerza, el pecho le dolía, el aire no entraba como debía y mientras buscaba el teléfono, sentía que todo el cuarto se encogía.
Y entonces, William volvió.
-Mira lo que encontré en mi cuarto -dijo con una sonrisa, alzando el celular de Jane en una mano y su laptop en la otra-. Estaba bajo las almohadas, supongo que se cayó cuando…
Se detuvo en seco.
Jane estaba de rodillas en el piso, temblando, con la cara roja, respirando con dificultad, sus ojos estaban abiertos, pero no lo miraban, sus manos buscaban apoyo en el suelo.
-Jane -dijo William, dejando caer todo sobre la cama, se acercó a ella rápidamente, con el pánico subiéndole por la garganta-. ¡Jane! ¿Estás bien? ¿Qué te pasa?
Intentó tocarle el brazo, pero ella lo empujó con fuerza.
-¡No! ¡No me toques! ¡Solo… solo vete!
-¡No me voy a ir! ¡Dime qué necesitas!
Jane seguía buscando algo, casi ciega hasta que vio el celular en la cama. Lo tomó con manos temblorosas, desbloqueándolo al tercer intento, y marcó. William apenas alcanzó a ver el nombre en la pantalla: Mariana
-¿Jane? -contestó su amiga al instante, su voz amortiguada por el altavoz.
Jane no pudo responder al principio, solo sollozaba y William se apartó un poco, sin irse pero dándole el espacio.
-Estoy… -murmuró Jane-. No puedo respirar… no encuentro aire… Mar…
-Ey, ey, tranquila, estoy aquí, Jane, respira conmigo, ¿sí? Inhala… exhala, eso es, una vez más.
Jane intentó seguirla, aún sollozando, su pecho subía y bajaba como si estuviera corriendo una maratón bajo el agua, William se sentó en el suelo frente a ella, con las manos sobre sus rodillas, esperando, observando impotente.
-Inhala… exhala…eso es, estás bien, no pasa nada, estás segura, respira conmigo, amiga, cuenta conmigo.
Después de unos minutos que parecieron una eternidad, Jane comenzó a calmarse, las lágrimas no habían parado del todo pero el aire volvía poco a poco, siguió escuchando a Mariana hasta que su voz se volvió solo un murmullo al otro lado del teléfono.
William tragó saliva, el dolor en el pecho no era suyo, pero lo sentía como si lo fuera.
Jane colgó, sin mirar a nadie, se quedó sentada, exhausta, luego alzó la vista su rostro aún húmedo, sus ojos hinchados y lo miró.
-Vete, William, por favor… vete.
Él no se movió.
-No, no voy a dejarte sola así.
-No quiero que me veas así.
-Pues ya lo hice y no pasa nada.
-¡Sí pasa! ¡Tú… tú no entiendes! No entiendes lo que es…vivir con esto, esto no era parte del trato, ¿ok? Tú solo ibas a fingir ser mi novio para que mi ex me viera estable, no tienes que quedarte.
William se acercó un poco más, su voz bajó, cálida pero firme.
-No es parte del trato. Pero yo…quiero quedarme.
Ella lo miró, dudando, como si no entendiera por qué.
-Solo quiero estar sola.
-No, estaré aquí a un lado, si quieres no hablo pero no me iré.
Se levantó, recogió la laptop del suelo y el celular, y lo dejó sobre la cama a su lado, con cuidado, luego se sentó en la silla colgante viendo a Jane.
Jane se quedó mirando el techo por largo rato, apretó las sábanas con fuerza.
Y por primera vez en mucho tiempo… no se sentía completamente sola.
Pasaron casi dos horas desde que William se sentó en aquella esquina, no preguntó si estaba bien, no insistió, sólo permaneció ahí con un libro en las manos que no leía realmente.