Entre líneas y mentiras

Capítulo 11. Dos meses.

Martes.
Día sagrado para el plan Hart-Anderson.
Era el día de “escribir el libro”, avanzar en la mentira y mostrarle al mundo que todo estaba bajo control, pero esta semana… Jane no apareció.

William había llegado puntual al salón común, laptop encendida, cuadernos abiertos, borradores esparcidos con meticuloso orden, esperó quince minutos, luego treinta, luego una hora, a las dos horas la ansiedad comenzó a devorarlo, no porque rompiera las reglas, sino porque era ella, Jane nunca había faltado sin avisar.

Cerró de golpe la laptop, metió todo a su mochila con más brusquedad de la necesaria y salió del salón a toda prisa, subió las escaleras de dos en dos, golpeó la puerta del dormitorio de Jane.

-¿Jane? -llamó, sin respuesta.

Volvió a golpear.

Nada.

Probó girar la perilla, estaba sin seguro así que entró sin pensarlo dos veces.

El desorden era el mismo de siempre: montañas de papeles, ropa sobre las sillas, cortinas cerradas, la laptop sin batería sobre la hamaca de tela y entre todo eso… ella.

Jane estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada contra la cama, abrazando sus rodillas, con los ojos perdidos, el rostro pálido, y los labios partidos, respiraba de forma irregular, como si hubiese estado llorando durante horas.

William se arrodilló frente a ella.

-Jane… ¿Qué pasó?

Ella no reaccionó.

Él buscó con la mirada algo que le diera contexto y lo encontró: su celular, tirado cerca del colchón, con la pantalla iluminada.

Un mensaje sin leer.

De Ezra.

Lo leyó.

“A pesar de que estés con ese nerd, sé que me extrañas, sobre todo extrañas el control que tenía sobre ti, no eres nada sin mí, Jane, nunca lo fuiste, así que no lo olvides”

William sintió que algo se quebraba en su pecho, un enojo sordo, afilado, se le subió por la garganta, aventó el celular y se concentró en Jane.

-Anderson -susurró, suavemente, tocándole la cara-. Respira conmigo, ¿sí? Solo mírame.

Jane pestañeó, como si saliera a flote después de un hundimiento profundo, su voz fue apenas un hilo:
-Lo siento… no pude… no pude fingir hoy.

William negó con la cabeza.
-No tienes que fingir, no conmigo.

Se quedó a su lado, tomándole la mano, ayudándola a estabilizar la respiración, le trajo agua, un suéter, le subió las mangas de la chaqueta con cuidado y la dejó acostarse en el sillón, no dijo más, no la presionó.

Pero por dentro… ardía.

Diez minutos después, William salió de la habitación, cerró la puerta con firmeza y bajó las escaleras tan rápido que casi tropezó.

Ezra.
Ezra.
Ezra.

Lo buscó por todos los pasillos del campus, preguntó a un par de estudiantes y finalmente lo vio: en la cancha de básquet, riéndose con unos amigos como si no hubiera destruido a nadie ese día.

William no pensó.

Solo caminó directo hacia él.

Ezra apenas tuvo tiempo de reaccionar.

-¡Ey, Hart! ¿Vienes a leerme un poema?

El primer golpe fue al estómago, el segundo, al rostro, Ezra cayó de espaldas contra el pavimento, los demás se apartaron, gritando.

-¿¡Estás loco!? -gritó uno de los chicos.

Ezra intentó levantarse pero William volvió a golpearlo esta vez más fuerte, una mezcla de rabia contenida, impotencia y…dolor.

-¡¿Qué demonios te pasa, Hart?! -Ezra trató de defenderse, pero William ya lo tenía atrapado por la camiseta.

-No vuelvas a escribirle, no vuelvas a acercarte, no vuelvas a mencionar su nombre -dijo entre dientes, antes de lanzarle otro golpe.

Alguien llamó a seguridad, dos oficiales lo separaron a la fuerza, William no se resistió, solo se dejó llevar.

Una hora después, en la pequeña sala de seguridad del campus, William estaba sentado, con los nudillos ensangrentados, los labios partidos y el corazón latiéndole como un tambor.

Entonces la puerta se abrió.
Jane.

Caminó directo hacia el encargado y firmó la hoja de liberación sin decir una palabra y luego lo miró.

-Vámonos, Hart.

Él se puso de pie en silencio.

En la calle, caminando hacia los dormitorios, Jane rompió el silencio.

-¿Por qué hiciste eso?

-Leí el mensaje.

Jane bajó la mirada.

-No me habías dicho que te hablaba así, que te decía… eso.

-No iba a decírtelo, no era parte del plan, ¿recuerdas? -dijo con ironía.

William se detuvo.

-No es un plan, Jane. Esto… ya no se trata solo de fingir.

Jane apretó los labios.

-¿Y qué quieres que haga? ¿Que lo denuncie? ¿Que lo enfrente? No puedo.

William sintió ganas de gritarle que ella no tenía que hacerlo sola, que él estaba allí pero no lo hizo.

-Solo prométeme que no vas a creerle -dijo al fin-. Porque sí eres alguien, eres más de lo que él podría soportar.

Jane tragó saliva.

-Gracias por venir por mí hoy y… lo siento por lo de esta mañana.

Él solo asintió.
-Tenemos dos meses, Anderson. El libro, el plan. Pongámonos en marcha.

-De acuerdo -dijo ella-. Pero esta vez… sin reglas.

Él arqueó una ceja.
-Sin horarios, sin “martes”, sin estructura. ¿Eso estás diciendo?

Jane sonrió levemente.
-Eso mismo, volvamos al caos.

William suspiró.
-Genial, voy a necesitar café, mucho café.

Y, por primera vez en días, ambos rieron, brevemente pero fue real.

-Está bien -dijo Jane esa misma noche, sentándose en el suelo del cuarto de William, con las piernas cruzadas-. Dos meses. Un libro completo. No hay margen para errores.

William bajó su taza de café y levantó una ceja.

-Lo dices como si el caos fuera tu territorio y esto te emocionará.

-Lo es -respondió, sacando uno de sus cuadernos de la mochila-. Me alimenta.

William, como siempre, tenía su espacio perfectamente listo: la lámpara encendida con luz cálida, el escritorio ordenado con etiquetas adhesivas, post-its de colores, una pila de libros referentes y su laptop abierta con un documento titulado:
“Proyecto Clara y Marco - Borrador 0.1”



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En el texto hay: jovenes, universitarios, romcom

Editado: 28.04.2025

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