El cielo de la ciudad universitaria ya estaba oscurecido cuando Jane tocó suavemente la puerta de la habitación de William, él la abrió casi al instante con el rostro parcialmente iluminado por la lámpara de su escritorio, llevaba su pijama habitual, estaba por irse a dormir cuando la vio.
Jane se cruzó de brazos, vacilando un momento.
-Estaba pensando… -murmuró- que esta vez te toca a ti, quiero decir, te he invadido tu habitación más veces de las que puedo contar, es justo que tú vengas a la mía.
William ladeó la cabeza, ligeramente sorprendido.
-¿Estás segura?
Jane rodó los ojos.
-Hart, si tuviera intención de matarte, ya lo habría hecho hace semanas.
Él sonrió por primera vez en el día, guardó su camiseta bajo el brazo y asintió, siguiéndola por el pasillo en silencio, Jane abrió la puerta de su habitación, aún con algunas cosas desordenadas, como siempre, el escritorio estaba lleno de papeles y bolígrafos sin tapas, un vaso de café a medio terminar y su laptop en suspensión sobre la silla colgante.
William inspeccionó el lugar con una mezcla de resignación y ternura.
-Debiste advertirme, debería haber traído una brújula para orientarme entre tanto caos.
-Diviértete perdiéndote -bromeó Jane mientras se lanzaba de espaldas sobre la cama, dejando libre un costado-. Anda, acomódate, no muerdo… a menos que me despierten antes de las ocho.
William dejó su camiseta doblada sobre el respaldo de la silla, se quitó los zapatos, y con cierto nerviosismo, se acostó junto a ella. Al principio, los dos quedaron en silencio, uno al lado del otro sin saber cómo empezar, había un espacio entre ellos, no solo físico, sino emocional, aunque más tenue que antes.
-¿Cómo eras de niño? -preguntó Jane en voz baja, mirando el techo.
William respiró hondo, como si esa pregunta abriera una puerta que rara vez permitía entreabrir.
-Silencioso, reservado, me gustaba observar, escuchar, me llevaba bien con los adultos, no tanto con los niños de mi edad…ellos querían correr, ensuciarse, romper reglas... yo quería leer.
-¿Ya eras un Hart de manual?
William se rió suavemente.
-Sí, incluso cuando no sabía lo que significaba, la disciplina venía con el apellido, mis padres tenían todo planeado para mí desde que aprendí a escribir mi nombre.
Jane se volteó hacia él, apoyando su cabeza en una mano.
-¿Y eras feliz?
Él dudó antes de responder.
-No lo sé, supongo que sí, tenía mis libros, mis abuelos, mi madre... cuando ella aún estaba, eso era suficiente para mí.
Jane bajó la mirada.
-Yo era lo contrario, siempre estaba haciendo ruido, me reía por todo, incluso soñaba despierta en clase, mis maestras decían que tenía mucha “energía creativa”, que es la forma educada de decir que no me callaba nunca.
-¿Y eras feliz?
Ella se encogió de hombros.
-A ratos, tenía momentos brillantes y otros muy oscuros, como ahora, pero en mi mundo aprendí que si finges lo suficiente la gente deja de hacer preguntas.
William la miró fijamente, con esa seriedad que a veces parecía esconder algo más profundo.
-No me gustaría que fingieras conmigo.
Jane le sonrió con melancolía.
-No finjo contigo, William. Solo no sé qué hacer con... esto, con lo que siento, con lo que no quiero sentir.
Él quiso decir algo, pero se contuvo, en su lugar, movió ligeramente la cabeza en señal de comprensión. A veces, el silencio dice más que cualquier confesión.
Poco después, ambos se acomodaron para dormir, Jane giró hacia la pared, y William quedó de espaldas a ella, observando el techo con los ojos abiertos durante largos minutos, sentía el calor de su cuerpo, su tranquila respiración, por primera vez en mucho tiempo no pensaba en reglas, ni en planificaciones, ni en sus responsabilidades…solo pensaba en ella.
A la mañana siguiente, el sol entraba tímidamente por la ventana, Jane se despertó primero, medio dormida, sus ojos apenas entreabiertos, sentía el colchón cálido, y al girarse lentamente, se encontró con los ojos de William observándola en silencio.
Ambos se quedaron así, sin decir nada por largos segundos como si el tiempo hubiera decidido detenerse justo en ese instante, solo para ellos.
William fue el primero en romper el hechizo.
-Tranquila... -dijo con una media sonrisa- yo no te empujaré de la cama.
Jane soltó una risa ligera, aún con la voz ronca por el sueño.
-Eso fue accidental, o eso digo para sentirme menos culpable.
-Queda en los archivos secretos del proyecto, entonces.
-¿Tenemos archivos secretos?
-Ahora sí -respondió él, y luego, bajando la mirada-. Gracias por dejarme quedarme, no lo digo mucho, pero lo necesitaba.
Jane lo miró fijamente, por un segundo pensó en decirle lo mismo, en admitir que por mucho que lo negara cada vez se sentía más cómoda cuando él estaba cerca.
Pero no lo hizo.
En cambio, solo asintió y se levantó, dispuesta a preparar café.
William, aún recostado, la observó caminar hacia la pequeña cocineta del dormitorio con una expresión que no tenía nada que ver con la actuación, algo en su mirada había cambiado, sutil pero irreversible.
Porque en esa habitación caótica, entre libros abiertos, tazas olvidadas y sábanas revueltas… él había empezado a escribir una historia que ni siquiera él sabía que estaba empezando.
Y esta vez, no era ficción.
Después de su loca mañana, ambos caminaban por el campus con una taza térmica entre las manos, William no tuvo tiempo de regresar a su habitación así que le dijo a Jane que se adelantará, que la vería en clase, nunca había ido despeinado a clase y hoy no sería la primera vez.
Al llegar al edificio de Letras, subió las escaleras con la vista clavada en el piso. Jane intentaba recordar si su cuaderno lo había dejado en su cuarto o en el de William, esto de estar en dos cuarto haría que perdiera probablemente también la cabeza, pero algo la sacó de sus pensamientos.