Entre Lineas Y Miradas

CAPITULO 16

El pasillo olía a encierro y a limpieza mal hecha, pero eso no era lo que me molestaba. Era el presentimiento.

Esa sensación en el pecho, como si algo estuviera por caerse aunque todavía no haya temblado. Como si mi intuición supiera antes que yo que hoy no iba a ser un buen día.

Y tenía razón.

Carla me miró en cuanto crucé la puerta del aula. No sonrió. No dijo nada. Pero su mirada fue suficiente para encender todas las alarmas dentro de mí. No necesitaba decirlo: estaba tramando algo. Y yo era el objetivo.

—Tranquila, Daph —me susurró Melanie, acomodándose a mi lado—. Si esa víbora intenta algo, le arranco las uñas postizas una por una.

Sonreí, aunque el miedo seguía ahí, escondido bajo el estómago.

Damián llegó segundos después. Cruzamos miradas. No me saludó como antes, pero sí me buscó. Se sentó detrás mío. Y eso, por tonto que suene, me dio un pequeño hilo de seguridad.

La clase pasó lenta.

Después del recreo, volvimos a nuestras bancas y ahí lo vi: mi cuaderno. Doblado. Roto. Las hojas arrancadas.

Me congelé.

Era mi cuaderno. Mi espacio. Mi mente, pero en papel. Allí donde escribía mis pensamientos más íntimos, mis rituales, mis listas para mantener el control. Todo.

—¿Quién fue? —pregunté, con la voz quebrada.

Carla se levantó y, sin disimular, dijo:

—¿A quién le interesa lo que escribe una loca? Capaz alguien hizo limpieza.

La clase entera rió. Incluso el profesor bajó la vista.

Melanie se paró tan rápido que tiró su silla. Ricardo también.

Pero Damián fue el que habló.

—Eso no tiene gracia. Nada de eso tiene gracia —dijo con la voz firme, rota, pero clara—. ¿Sabés lo valiente que es alguien que vive con ansiedad cada día y sigue adelante? ¿Sabés lo que cuesta levantarse sabiendo que tu propia mente a veces te traiciona?

Se acercó a mí, con las manos a los costados. No me tocó.

—Daphne —dijo—, no eres lo que alguien dice de eres. Eres todo lo que sobreviviste. Y si necesitás un cuaderno nuevo, vamos a llenarlo juntos.

Me quebré.

Me quebré sin vergüenza. Lloré frente a todos.

Melanie me abrazó. Ricardo empujó a Carla y le dijo que se pasaba de cruel. El profesor, por fin, intervino.

Pero lo único que yo escuchaba era la respiración de Damián.

Estaba ahí. Conmigo.

Horas después, en la sesión con la terapeuta, lo conté todo. Desde el cuaderno hasta las lágrimas.

—¿Y cómo te sentiste? —preguntó ella, en voz suave, con ese cuaderno de notas que tanto me recordaba al mío.

—Expuesta. Humillada. Pero también... querida. No sé. Damián me defendió. No me trató como un cristal. Me habló como si entendiera. Como si no le diera miedo mi cabeza.

Ella asintió.

—Eso es algo nuevo para tí, ¿verdad? Ser comprendida.

Tragué saliva.

—Sí. Siempre pensé que nadie se iba a quedar. Que todos se iban a ir cuando vieran lo que realmente hay adentro. Que solo podía escribirlo, no vivirlo.

—Y sin embargo, estás viviendo —dijo—. Y no estás sola.

Esa tarde, Damián me esperó en la puerta.

Tenía un cuaderno nuevo. Rojo. Con una cinta azul. Me lo tendió, sin hablar.

—No es igual que el otro, pero... —titubeó— pensé que tal vez, si empezás uno nuevo y lo llenás con cosas que también te hagan bien, no todo estará perdido.

Lo abrí. En la primera página, había algo escrito con su letra desprolija:

“Capítulo uno. Te miro con miedo, porque no sé si merezco quedarme. Pero también con ganas, porque nunca conocí a alguien como tú.”

Levanté la vista. Estaba nervioso. Mordiéndose el labio. Con las mejillas rojas.

—¿Esto es...?

—El primer pensamiento que tuve cuando te vi llorar en el aula aquel primer día. El primero de muchos. Si quieres, podés escribir el segundo.

—¿Y si lo arruino?

—Entonces lo arreglamos juntos.

Más tarde, en el patio trasero de la escuela, vi a Melanie apoyarse contra la reja.

—¿Y tú qué? —le pregunté.

—Ricardo me pidió que le enseñe a tocar guitarra. ¿Puedes creer? —rió—. ¿Ese cara de piedra? Me pidió clases.

—Te gusta —le dije.

—Y a tí te gusta Damián.

Nos miramos. Nos reímos.

Por un instante, todo fue paz.

Entrada 259
Hoy me dolió el alma.
Hoy vi mi mundo roto.
Pero también vi manos dispuestas a ayudarme a reconstruirlo.
Tal vez sí puedo ser amada.
Tal vez sí puedo quedarme.



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En el texto hay: 25 capitulos

Editado: 25.05.2025

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