El aire se sentía diferente esa mañana, cargado de tensión, pero también de algo nuevo, de esperanza. A pesar de todo lo que había pasado, esa noche en el café con Damián me había dejado una sensación extraña, un brillo que hacía que el mundo no pareciera tan frío.
Entré al colegio intentando ignorar las miradas aún curiosas, algunos cuchicheos que intentaban seguir hiriendo, pero que ya no me alcanzaban del todo. Tenía algo que antes no: una razón para seguir luchando.
Me crucé con Melanie en el pasillo. Ella estaba más radiante que nunca, y sus ojos brillaban cuando me vio. Pero no era solo por mí; algo entre ella y Ricardo había cambiado. Lo noté en su sonrisa, en la forma en que hablaba.
—Daphne —me dijo con complicidad—, ¿quieres acompañarme al final de la jornada? Tengo algo que contarte.
Asentí, curiosa.
Las horas pasaron lentas, pero cuando la campana sonó anunciando el fin de clases, caminamos juntas hacia el patio. Allí, Ricardo ya nos esperaba, serio como siempre, pero con una chispa distinta en la mirada.
—Hola, Daphne —saludó, y me sorprendió lo natural que se sentía—. Melanie me dijo que quería decirte algo.
Melanie se sonrojó ligeramente, pero se armó de valor.
—Ricardo y yo… hemos estado hablando mucho estos días —empezó—, y creo que nos gustamos.
Mi corazón dio un vuelco. Ricardo, con su seriedad habitual, asintió.
—Sí. Me gusta Melanie. Y quiero intentarlo.
Sonreí, feliz por ellos. A veces, el amor llegaba cuando menos lo esperabas, y en las formas más inesperadas.
Pero aún había algo más que esperaba. Damián y yo habíamos quedado en vernos después de clases, en ese mismo invernadero que nos había dado un poco de paz.
Llegué con el corazón latiendo fuerte, y allí estaba él, esperando.
Me miró a los ojos y, por un instante, sentí que no había nadie más en el mundo.
—Daphne —empezó, con esa voz que me hacía temblar—, sé que todo ha sido complicado. Que no siempre he sido el más expresivo, pero... no quiero perder más tiempo.
Tomó mis manos entre las suyas, y vi en su mirada una sinceridad que me hizo olvidar todos los miedos.
—¿Quieres ser mi novia? —preguntó, casi en un susurro.
El mundo se detuvo.
Sentí que mis ojos se llenaban de lágrimas, pero esta vez eran de felicidad.
—Sí —respondí con voz temblorosa—, quiero.
Nos abrazamos, y en ese momento sentí que por fin alguien veía más allá de mis miedos y mis cicatrices.
Mientras caminábamos juntos de regreso al colegio, sentí que por primera vez, el futuro no me daba miedo. Porque no estaría sola.
Y al mismo tiempo, sabía que Carla no se rendiría tan fácilmente. Pero esta vez, estábamos preparados. Juntos.