La luz dorada del atardecer se colaba entre las hojas del invernadero, tiñendo todo con un tono cálido, casi mágico. Damián me tomó de la mano con delicadeza, como si temiera que un roce más fuerte pudiera romper el momento perfecto que se había creado entre nosotros.
—¿Sabes? —susurró, acercándose—. Desde que te conocí, todo cambió para mí. No solo eres esa chica que siempre tiene un cuaderno donde escribe sus pensamientos o que lucha con sus miedos... Eres mucho más.
Sentí que el calor se extendía por mi pecho, un cosquilleo que me hacía olvidar el nudo de ansiedad que a veces sentía.
—No sé si merezco que alguien me vea así —respondí tímida, bajando la mirada—. A veces siento que mi TOC me controla más que yo a él.
Damián sostuvo mi barbilla con suavidad y elevó mi rostro para que me mirara a los ojos.
—Eso no te define, Daphne. Eres valiente, inteligente y hermosa. Y quiero estar contigo, para apoyarte en cada batalla, en cada día difícil.
Mi corazón latía a mil por hora. Jamás había sentido una conexión tan pura, tan sincera.
Sin pensarlo, me acerqué y apoyé mi frente contra la suya. El silencio se volvió cómplice.
Entonces, sus labios rozaron los míos en un beso suave, lleno de promesas y ternura, un beso que borraba miedos y abría puertas a un mundo nuevo.
Me aferré a él, sintiendo que ese momento era un refugio al que siempre podría volver.
Pero no todo podía ser perfecto.
Al abrir los ojos, una sombra apareció en la entrada del invernadero.
Carla.
Su rostro era una máscara de ira y desprecio.
—¿Así que finalmente tienes lo que quieres, Daphne? —dijo con voz cortante—. Pero ¿qué dirán todos cuando recuerden tu "pequeño secreto"?
Sentí que mi estómago se hundía. Carla alzó la voz y, sin importarle las miradas que ya comenzaban a acercarse, reveló con veneno:
—No muchos saben, pero Daphne fue expulsada del otro colegio por... bueno, digamos que tuvo un "incidente" grave. Y no, no es la víctima aquí.
Un murmullo comenzó a correr, y yo me quedé paralizada. ¿Cómo podía estar diciendo eso? ¡No era verdad!
Damián me apretó la mano, firme y protector.
—¡Basta, Carla! —exclamó—. Estás mintiendo.
Pero Carla sonrió, satisfecha por el caos que había desatado.
—¿Mentir? ¿Por qué no preguntan a la directora de aquel colegio? Tal vez ella tenga otros detalles que contar.
Sentí que la mirada de todos se clavaba en mí como puñales. Podía escuchar susurros de duda, de incredulidad.
Quise correr, esconderme, llorar.
Pero Damián me rodeó con sus brazos.
—Daphne es la persona más honesta que conozco —dijo firme—. Y nosotros sabemos la verdad. No dejes que estas mentiras te destruyan.
En ese instante, sentí una fuerza nueva crecer dentro de mí. Por primera vez, no estaba sola.
Carla lanzó una última mirada furiosa y salió del invernadero, dejando un silencio pesado.
Respiré hondo, apoyándome en Damián.
—Gracias —le susurré—. Por no dejarme caer.
—Siempre —respondió—. Y esto solo nos hará más fuertes.
El atardecer continuó, y aunque la tormenta había llegado, supe que después de la oscuridad siempre venía la calma.