CAPÍTULO III
Luego del primer año de vivir con mis abuelitos, llegaron a verme mis padres adoptivos. No los veía mucho, porque trabajaban hasta el cansancio, pero era agradable verlos de vez en cuando.
Llegaron a decir que me llevarían a vivir con ellos; que compraron una casa y podrían hacerse cargo finalmente de mí. Después de todo, ellos me adoptaron y me dejaron encargado con los padres de mi madrastra hasta que ellos reunieran el dinero o consiguieran el trabajo para poder mantenerme.
Me puse muy triste cuando me fui de su casa. Sería un cambio de rutina total, y no estaba listo para despedirme. ¿Por qué tuvieron que llevarme? ¿No notaron que me sentía bien con mis abuelitos? Y más importante, ¿por qué no les dije que no quería irme…?
Transcurrió una semana desde la mudanza y mi padrastro entró a mi habitación a las 6 AM y me llevó a varias escuelas. Dijo que ya era hora de entrar a un centro educativo para poder crecer. También dijo que necesitaba amigos para no quedarme solo, y según él, los amigos que se conocen en la escuela son los que duran para siempre. Yo crecería los siguientes seis años pensando que sus palabras eran verdaderas.
De alguna manera, logré aprobar el examen de ingreso para una escuela privada algo pequeña, pero acogedora.
Mi madrastra me llevó a comprar los uniformes, los libros y cuadernos, además de pasar por la escuela y por el salón en el que empezaría todo. Ahí nos topamos con la inspectora de disciplina de primaria. Una mujer mayor un poco bajita y muy, muy, muy delgada. Se encorvaba para hablar y me dio miedo cuando la vi. Me asusté mucho, pero su sonrisa y sus palabras me calmaron.
-¿Eres nuevo y tu tutora es la licenciada Alice? ¡Tienes suerte! -me dio unas palmadas en la espalda y se fue a seguir con su trabajo. Esa mujer me enseñó a no juzgar a nadie solo por las apariencias.
Pasaron los días y el tan esperado inicio a clases llegó. En un principio no quería ir y tenía mucho miedo. Técnicamente era mi primera vez en una escuela así. Solía recibir clases con las hermanas del orfanato, pero no era lo mismo. No conocía a nadie y era probable que nadie quiera acercarse a mí. Siempre el niño nuevo es el niño aislado. O eso era lo que yo pensaba.
Entré al salón de clases y tomé asiento en la última banca al final del salón. En mi propia esquina. En mi propio mundo…
Todos los demás niños, como ya se conocían, hicieron sus grupos para hablar de sus vacaciones, de sus dibujos animados favoritos y los lugares que visitaron durante el feriado.
-¡Sí, yo fui a Nueva York en julio!
-¡¿En serio!? ¡Genial! Mi papá solo nos llevó a Rio de Janeiro.
-¿Eso es un río?
-No, tarado, es una ciudad.
-¿Una ciudad/río?
-La ciudad se llama Rio de Janeiro. Está en Brasil.
Sí… aún recuerdo esos cuchicheos de los otros niños. Aunque muchos puedan considerarlo una virtud, tengo un oído muy agudo y a veces escucho demasiadas cosas; cosas que preferiría olvidar y guardar en mi memoria otras verdaderamente útiles.
-¿Ya vieron? Hay un niño nuevo. -susurró una niña con su grupo de amigas.
-Es verdad. Se lo ve un poco raro.
-¿Deberíamos saludarlo? Para que se sienta bien…
-No, míralo. Parece que incluso va a llorar.
-¡Ay! Es porque está asustado. Es normal, siendo alguien nuevo.
De cierto modo, me parecía gracioso que intentaran disimular y hablar casi susurrando sin saber que no importa lo que hicieran, podía escucharlas.
No quería socializar. No quería tener amigos ni conocer a más gente. Creí que era innecesario; que con mis abuelitos bastaba.
Ese momento me decidí a ser lo más cerrado posible. A no hablar con nadie por mi propia voluntad y a no buscar nada de nadie. No quería saber nada del mundo exterior y solo me dedicaría a mis estudios. Nada más.
Fueron los quince segundos que ese pensamiento pasó por mi cabeza lo que le costó a otro niño con orejas grandes acercarse a mí y saludarme como si fuésemos amigos de toda la vida.
-¡Hola! Me llamo Ramiro Zion. ¿Tú cómo te llamas?
-Ammm… Jean-Charles Hosseini…
-¡WOW! ¡Tu nombre es genial! Yo odio mi nombre. Es muy simple. -tomó una banca y la puso al lado mío ¡SIN MI CONCENTIMIENTO!
Traté de decirle que se fuera y que me dejara solo, pero no me escuchó y continuó haciendo pregunta tras pregunta.
-¿Cómo te digo, Jean, Charles? ¿Qué nombre te gusta más?
-El que sea…
-¡Está bien! Desde ahora serás Charles para el resto del curso. -se puso de pie y levantó mi mano. -¡Oigan, amigos. Él es Charles, nuestro nuevo compañero! ¡Vengan a conocerlo!
-No hagas eso…
-¡Hola, Charles!
-¿Qué cuentas?
-Oye, ¿de qué escuela vienes?
-¿Por qué te cambiaste de escuela?