Siempre fuí un hombre de pocos amigos, pero Diego era más que eso, era lo que se podía denominar un hermano. Nos conocimos cuando éramos niños y siempre estuvimos el uno para el otro, crecimos juntos y ni siquiera cuando nos decidimos por carreras diferentes en diferentes universidades dejamos de estar en contacto.
Me decidí por los negocios y las finanzas, mi amigo dijo alguna que vez que yo podía llegar a ser multimillonario, no fue así, pero logré un buen capital y un par de compañías a mi nombre.
El, por su parte, se decidió por la medicina, siempre le dije que sería uno de los mejores doctores del mundo y que yo ya le había ganado a la muerte, por tener un doctor a mi disposición. Me hubiese gustado que la vida funcionase así.
Siempre estuvo pendiente y me acompañó en los momentos más difíciles, como cuando en ese accidente del tren en el que perdí a mis padres, y a Leidy, mi prometida.
Desde ese día dedique cada uno de mis esfuerzos a mi trabajo, y de a poco supere la irremediable perdida, puedo decir que hasta me olvidé de Diego, hasta el día en que estando en la fábrica me desmayé.
Aún puedo recordar el momento en que me desperté, ya en el hospital. Abrí los ojos poco a poco y recuerdo una luz apuntando directamente a mí, mientras un hombre alto, de barba abundante y anteojos repetía mi nombre una y otra vez.
—Ángel, Ángel, ¿me escuchas?— movía la linterna de derecha a izquierda repetidamente.
—Si, te escucho— susurré y asentí ligeramente con la cabeza, la cual yacía inmovilizada por un collar de ortopedia.
—Quiero todos los estudios para este hombre, todos, que no se quede uno solo por hacer, ¿quedó claro?
—Si doctor, completamente— respondió tímidamente una doctora que le acompañaba.
Ella salió y nos quedamos a solas en esa habitación.
—¿Qué te pasó mi hermano?- me interrogó.
—No lo sé, y averiguar eso es tu trabajo. Sólo recuerdo que estaba en la fábrica de muebles y tuve un fuerte disgusto por las pérdidas que se han ocasionado, fui a mi oficina y me.sentí mareado, luego desperté aquí bajo la luz de tu linternita. Eso es todo—
—Ya ordené estudios y pronto sabremos que fue lo que ocasionó el desmayo, sin embargo, de aquí no saldrás hasta tener un diagnóstico y un plan de acción. Y eso es una orden.— apuntó su dedo hacia mí, luego salió de la habitación.
Más tarde volvió la doctora y me llevó de gira por el hospital realizando los estudios ordenados por el doctor Estupiñan. Radiografías, tomografías muestras de laboratorio y no recuerdo cuántas cosas más. Después de una hora, según mi juicio, de haber regresado a la habitación, entró Diego. Aún recuerdo su cara preocupada y bastante triste. En ese momento supe que no traía buenas noticias. Abrió su carpeta, ojeó y la cerró con fuerza, para romper el silencio de un solo golpe.
–¿Son malas nuevas verdad?— le pregunté fríamente.
—Las peores— respondió con un suspiro. —tres años y ni siquiera una revisión, un chequeo, lo que te pasó fue horrible, pero esto es peor, te descuidaste por completo y ahora no hay mucho que yo pueda hacer.— se sentó en una silla al lado de la cama.
—¿Me estás diciendo que estoy desahuciado?
—Si, esa es tu verdad. Vivirás un tiempo más, tal vez seis meses, quizá un año, pero lastimosamente tú cerebro ha desarrollado cáncer y en esta etapa no podemos hacer nada. Lo siento— se levantó y vio por la ventana. Aunque no lo ví, estoy seguro de que limpió lágrimas de sus ojos.
—¿Que debo hacer entonces?— le pregunté.
—Vivir, mi hermano, — volvió a sentarse— Eso es lo que tienes que hacer, tal vez te queden cinco o seis meses de plenitud. Disfrútalos al máximo, tal vez mueras de un derrame cerebral sin siquiera sufrir, o tal vez te vayas deteriorando, y si eso ocurre no lo pienses, solo ven a verme de inmediato, y veremos las mejores opciones para que puedas irte cuando lo desees. Sólo no te pases de copas, y nada de drogas, ni cigarrillos y sobretodo no te estreses, si te sientes mal vas corriendo al primer servicio de salud. Pero no lo olvides que debes vivir, olvida el trabajo y las demás cosas, eso ya no es más que una banalidad.— Se levantó y me dió un golpecito en el hombro.— ¿Quieres llamar a alguien?— me ofreció su teléfono.
—No hay a quien.— respondí recogiendo mis hombros.
—Alguna otra cosa que quieras o necesites.—
—Dejame salir del hospital, ya inició mi cuenta regresiva y quiero hacer varias cosas antes de llegar a cero.— le sonreí.
—Solo no te vayas sin despedirte de mí, ni de este hospital, ni de este mundo.
—Lo prometo.– dije viéndo la tristeza en sus ojos.
Después de un fuerte abrazo, se retiró mientras me quedé pensando en lo que tendría que hacer, con mi vida y mi trabajo.
—Quince minutos después estaba yendo a mi casa, quería dormir y creer que al despertar todo habría sido una pesadilla.