Entre los hilos del destino

Cena en el hotel

La brisa cálida y salada acariciaba nuestros rostros a medida que caminabamos por la orilla de la playa. Era una tarde dorada, perfecta para disfrutar de la belleza del mar. Paso a paso y en silencio avanzamos un par de minutos hasta que Alicia se motivó a iniciar una conversación.

—Pensé que no vendrías, como aquella reunión a la que no fuiste. A pesar de haberte dicho que esperaba verte ahí.

— No era necesario, además que tan importante podría ser la presentación de una propuesta de negocios. Ademas, no creo que la playa sea un buen lugar para discutir sobre trabajo.

— Evidentemente no lo es, sin embargo, no había conocido a nadie tan desinteresado por su trabajo, al punto de no importarle en lo más mínimo.

—Bueno, siempre hay una primera vez. Además siempre hay cosas mil veces mejores que el trabajo.

—No creo que haya cosas mejores que garantizarte el pan de cada día.

— Dice la biblia que no solo de pan vive el hombre.

— También hay que comer carne.— Soltó una carcajada.

— Y beber, también hay que beber. — Reí secundando su chiste.

 Justamente pasábamos cerca de un puesto de refrescos, compré uno para cada uno, luego nos sentamos a ver morir el atardecer, el sol se estaba poniendo a lo lejos, pintando el cielo con tonos rosados y anaranjados, creando una atmósfera mágica.

Nos sentamos a la orilla del mar, apenas para que las olas mojaran nuestros pies.

—¿Te gusta?— pregunté sin apartar la vista del horizonte.

—Si te refieres al refresco, es genial el hielo lo hace muy agradable. Si te refieres a la vista, es simplemente encantadora y si te refieres a tu compañía, pues es mucho mejor que estar sola; así que quiero invitarte a cenar al hotel.

— Gracias, acepto tu invitación.

— Entonces vamos.

Se puso en pie de un salto, la seguí después de algunos segundos. Con  paso lento y tanquilo empezamos a alejarnos de la orilla.

—¿Hace cuánto estás de vacaciones aquí?— preguntó. 

— Un par de semanas, ¿y tú?

—Apenas dos días, recién llegué. — sonrió infantilmente.

—¿Cuando planeas irte?

— En diez días, uno más o uno menos, que importa. ¿Cuánto te quedarás tú?

—No lo sé.— suspiré recordando la incertidumbre de mi propia vida.

Después de algunos minutos llegamos al hotel, fuimos recibidos por el personal amable y profesional. Un portero sonriente rápidamente abrió la puerta y nos guió hacia la recepción.

—El señor cenará conmigo, en el restaurante. — Le informó a la recepcionista.

— Claro que sí. Pasen por favor— La recepcionista hizo un ademán y rápidamente el portero nos guío a un elegante comedor. El aroma penetrante de deliciosos platos invadió mis sentidos, aumentando mi apetito.

Un mesero, vestido impecablemente, nos condujo hacia una mesa frente a una ventana panorámica que ofrecía vistas impresionantes del océano. El lugar estaba decorado con velas y flores frescas, creando una atmósfera íntima y romántica.

Nos acomodamos en la mesa, observe cómo los últimos rayos dorados del sol se reflejaban en el agua y cómo las olas se rompían suavemente en la orilla. Era como si el paisaje estuviera pintado a medida por algún pintor enamorado.

El mismo mesero que nos acomodó, con una sonrisa cálida,  presentó el menú cuidadosamente elaborado, destacando los platos especiales de la noche y en cuanto elegimos se retiró.

Dí un vistazo más a la playa, ya la noche había caído, y una luna tenue empezaba a brillar sobre las aguas.

—¿Te gusta?– preguntó.

— Si te refieres al hotel, es elegante y muy acogedor. Si te refieres a la vista, parece sacada de ensueño, tan y si te refieres a tu compañía, hace mucho tiempo no tenía ninguna cena con una chica agradable.

Sonrió tímidamente y noté como sus mejillas se sonrojaron.

—¿Y tú familia, no cenas con tu pareja?

Durante los últimos años esa fue una de las preguntas más duras de responder para mí. 

Exalé profundamente.

—Estabamos de vacaciones visitando a mis padres en su finca, fuimos a llevarles la noticia de que iban a convertirse en abuelos. Al cabo de un día hubo un contratiempo en la fábrica de muebles y tuve que viajar de emergencia, mi prometida se quedó un par de días más. Mis padres se ofrecieron a venir con ella y conocer nuestra nueva casa, recién la habíamos comprado. Ese tren nunca llegó, se descarriló, perdí a mis padres, a la que iba a ser mi esposa y a mi hija que aún no nacía. — se.me quebró la voz, como cada vez que tengo que hablar de lo que en algún momento fue mi familia.

—Lo siento mucho.— Se disculpó. –No debí preguntar.

—No pasa nada.

En eso, volvió el mesero con nuestros pedidos, como si supiese que necesitabamos salir de un momento incómodo.

El pescado estaba exquisito, y la cena fue maravillosa, el sonido del mar y la suave música en el fondo crearon una melodía que hicieron que disfrutara al máximo de aquel plato.

—Esta delicioso mi pescado.— Comenté tratando de romper el silencio incómodo.

—El mío también está genial— Respondió tímidamente.

La mayoría de la cena transcurrío en silencio, aunque hicimos algunos comentarios sobre el sabor y la preparación de aquellos pescados hicieron que retomaramos una conversación más amena sobre nuestros gustos en comida. Después de postre ella pidió ponerlo todo en su cuenta.

— Déjame pago.—Intenté sacar mi tarjeta.

— Déjalo asi— Agarró mi mano. —Mejor vamos a ver las estrellas 

— Espérame un segundo, necesito ir al baño.

Me levanté un poco mareado y traté de caminar hacia el baño, y luego... ¿Que pasó?



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En el texto hay: locura, amor, muerte

Editado: 05.03.2024

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