Entre los hilos del destino

Ver las estrellas

El sol comenzaba a filtrarse tenuemente por las cortinas de la habitación, la luz me invitó a abrir los ojos, me sentí mareado, confuso y por supuesto, totalmente desocupado. A medida que recobraba la conciencia, pude escuchar el sonido de una máquina pitando de al compás de mi pulso, entendí que estaba en el hospital. También escuché unos leves ronquidos a mi lado derecho, giré mi cabeza y ahí estaba una chica, sentada en una silla, durmiendo con la cabeza sobre una mesita de noche, justo al lado de la cama.

—Buenos días dormilona. —Apenas musité, me costó bastante hablar.

Se despertó, arreglo su cabello y me miró, su rostro estaba cansado, sus ojeras delataban poco sueño.

—Buenas tardes, dormilón.— Atinó en medio de un bostezo. — Son las cuatro de la tarde, has dormido durante casi veinte horas, y aún así osas llamarme dormilona.

—¿Lo sabes ya?¿Sabes cuál es la causa de que esté aquí?

Su rostro entristeció, apretó sus labios y se negó a responder, bajo la cabeza y con leve movimiento asintió.

Mi corazón se aceleró mientras intentaba recordar qué había sucedido después de que me levanté de la mesa en el hotel.

—Yo solo quería ver las estrellas. No que te conviertas en una de ellas.

Esa frase me quebró por completo, me sentí culpable por causar su tristeza, eran sus vacaciones y yo, solo las estaba arruinando.

Nos quedamos en silencio, ninguno tuvo el valor de enfrentar el tema y hablar al respecto. No era necesario, no había mucho por decir.

Unos minutos después entró un doctor completamente conocido para mí.

—Señorita Alicia, puede darnos un minuto, vaya y tomé un café, le hace falta.

Ella se levantó y se marchó de la habitación, sin siquiera mirarme, Diego cerró la puerta tras de ella.

—Deberias estar en la capital, ¿qué haces aquí? 

—No digas tonterías, viaje en cuanto me llamó Lucía. Estaba muy preocupada por tí, dijo que estabas inconsciente en el hospital.

—¿Cómo se enteró Lucía?

—Se preocupó al ver que era tarde en la noche y aún no volvías, llamó a tu teléfono y Alicia respondió y le contó. Dijo que era una amiga tuya, aunque aquí, en el hospital se registró como tu prometida.  Obviamente después de todos los exámenes que te hicieron, le informaron tú estado de salud. Cuando llegué la encontré destrozada llorando y repitiendo que solo quería ver las estrellas.

—Eso es increíble, es cierto que salimos a cenar y luego ella me pidió salir a ver el cielo estrellado, yo le pedí esperarme mientras iba al baño y luego no recuerdo más.

—Luego perdiste el equilibrio y te golpeaste con una mesa y con el piso, perdiste mucha sangre, y te trajeron a este hospital.

Cerré los ojos y asimilé poco a poco lo que Diego acababa de decir, sentí que había sido suficiente.

—Esa mujer solo está de vacaciones y mírala, en un hospital, fingiendo ser la futura esposa de un moribundo; eso no es justo. No tiene ningún sentido seguir arrastrando más personas a esta sensación de muerte. Quiero acabar definitivamente con esto, ¿Cuento contigo, amigo?

—Estas tomando una decisión basada en una mal episodio, además, según las mediciones, ese tumor no ha crecido un solo milímetro, tal vez sea momento de atacar, si cede podríamos pensar en una intervención quirúrgica. 

—No lo sé, no me quedan motivos para seguir.

— Al menos ir a ver las estrellas, creo que lo tiene merecido. Además debes meditar muy bien y en frio. Deberías consultarlo con la osa mayor.

—De acuerdo. Oye y ¿por qué tienes bata de este hospital?

—Presenté mis credenciales como médico general, me.preguntaron si podía apoyar con unas consultas mientras estaba aquí, ya que uno de los titulares reportó incapacidad a última hora. A lo mejor y me quedo a trabajar aquí, es mucho más agradable que la fría capital. Ahora me tengo que ir, voy a una consulta.

—¿Cuánto tiempo más estaré aquí?

—Una o dos horas máximo, todo está bien aunque tienes un par de suturas. Te veo al rato. —Golpeó mi hombro suavemente, y se alejó.

Menos de un minuto después apareció Alicia y se paró en la puerta, en su mano traía dos vasos de café, me miró con un tenue brillo de esperanza en sus ojos. Había asumido una identidad falsa por el simple deseo de hacer sufrir menos a un desconocido que luchaba contra una enfermedad terminal. 

 Tímidamente alargué mi mano temblorosa, ella dió un par de pasos temerosos,  como si fuese necesario estar lista para salir corriendo. Alcancé el vaso de café en su mano, lo tomé.

— Creo que es mejor que me vaya, ya lo sabes todo. — Dijo con voz entrecortada.

—Tú también lo sabes todo y aún así estás aquí.

—No podía dejarte morir ahí, tirado en el suelo.

— Gracias, por eso, y todo lo que has hecho. Y por favor, quédate saldré en un par de horas. Necesito que mi prometida este conmigo, al menos hasta poder ver las estrellas.— Le sonreí, queriendo inspirar confianza.

Sonrió, puso su café sobre la mesita de noche, se acercó, cerró los ojos y me dio un beso dulce, suave y apacible, sin ningún deseo diferente al de otorgar la calma y tranquilidad que ninguna palabra jamás dará.

— Tal vez no tengas mucho tiempo, pero será el mejor. Y si, hay que ver las estrellas.



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En el texto hay: locura, amor, muerte

Editado: 05.03.2024

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