Al día siguiente me desperté más temprano que de costumbre, el cansancio y fatiga del día anterior habían desaparecido por completo, mee sentí mucho más enérgico, así que me levanté y después de tender mi cama y tomar una ducha, decidí ir a la sala.
—Buenos días, ¿qué desea para desayunar, señor? — Saludó Lucía apenas al verme.
—Buenos días Lucía, ¿dónde está Alicia?
—No la visto, quizá aún duerme. Ayer se le veía muy cansada, además de que aún es temprano.
— También lo noté, creo que debemos dejarla dormir un rato más, en lo que terminas de preparar el desayuno.
— También usted, vaya y recuéstese un rato más, le avisaré cuando el desayuno este listo.
— Gracias Lucía, es muy amable de su parte.
Me senté en la sala, encendí el televisor y me detuve a ver las noticias. Paso una hora y ya el desayuno estuvo listo.
— Ya he terminado, ¿podría por favor llamar a la señorita? — advirtió Lucía.
—Claro que sí, de inmediato.
Me dirigí a la habitación de huéspedes, encontré la puerta cerrada, así que toqué un par de veces sin obtener ninguna respuesta. Abrí la puerta con cuidado y me llevé una gran sorpresa al ver la cama perfectamente tendida y una hoja de papel doblada a la mitad en la mesita de noche. Me senté en la cama y tomé el papel en mis manos y lo desdoble lentamente, noté la finura del lapicero; y la caligrafía me delató la delicadeza con que habían sido escritos ese par de renglones.
<<En el país de las maravillas.
Alicia>>
Se había ido sin siquiera decir nada, me molestó mucho y no pude entender el por qué de esa actitud, la observé por unos segundos, arrugué poco a poco esa hoja de papel, lo apreté en mi puño y la arrojé al piso, desahogué mi furia con un par de pizotones, que de seguro se escucharon en todo el departamento.
—¿Esta todo bien? — preguntó Lucía desde el comedor
—Si, lo está. — Levanté la nota del piso, y la arrojé a la papelera.
—Entonces pasen a desayunar, por favor.
— Ya voy, gracias Lucía.
Me levanté de esa cama y paso a paso me acerqué a la mesa, me acomodé en silencio ante la mirada desconcertada de Lucia y puedo asegurar que hubo más ruido en un campo santo, que esa mañana durante el desayuno.
En cuanto terminé de desayunar, fui al librero, ojeé detenidamente los títulos sin decidirme por ninguno, así que simplemente cerré los ojos y baje uno al azar. Si bien no tenía ánimos de leer, sabía que por lo menos me sería suficiente para estar ocupado durante el día. Lucía por su parte se sentó a ver la televisión, no sé por cuánto tiempo, ya que me sumí completamente en la lectura, hasta que sonó una llamada en mi celular.
Miré la pantalla y desconfíe al ver un número desconocido.
—¿Hola?
—Hola.— dijo tímidamente la voz al otro lado de la llamada. — Lo siento, perdón. —
—No pasa.... nada. —Escuché cuando terminó la llamada sin siquiera poder dar una respuesta.
Creo que fue la forma más cobarde de decir adiós, apenas ayer daba lecciones y frases de motivación, y hoy simplemente no tenía el valor de tan siquiera despedirse en persona. La esperanza e ilusión del día anterior parecían apenas un sueño o delirio de una efímera duración.
Hacía mucho tiempo no me afectaban tanto las acciones de alguna persona. Tire el libro sobre el sofá y me tumbe con ganas de que ese tumor simplemente me llevará a un nuevo desmayo, o definitivamente cobrará de un golpe mi existencia.
Dormí plácidamente, hasta bien entrada la tarde, desperté con los rayos del sol en la cara, me levanté y después de ir a la cocina por un vaso de agua, me di cuenta que estaba completamente solo.
Tomé el teléfono y marqué al número desde el cual me habló en la mañana, la llamada se fue al correo de voz, estaba apagado.
Decidí que no saldría, así que fui a la nevera y tomé un vaso de jugo, lo disfruté mientras observababa el atardecer desde la ventana.
Después de un rato llegó Lucia y dejó algunas bolsas en el piso.
—Veo que ya se ha levantado, no lo quise molestar mientras dormía.
—Y te lo agradezco mucho.— Respondí sin apartar la vista del horizonte.
—Debería salir, a lo mejor desde afuera vea lo que desde aquí no puede.
—No se debe de correr tras quien huyó a la primera oportunidad Lucía, si ha decidido huir, simplemente hay que darle libertad. – cerré la ventana y bajé la persiana.
—Pero, usted siempre ha dicho que hay que luchar por lo que se quiere.— refutó Lucía sentándose en el sofá.
—Si, siempre hay que luchar por lo que se quiere... Excepto cuando eso que se quiere huye a hurtadillas como vil ladrón. En ese momento hay que dejar que se vaya y por supuesto, abandonar cualquier tipo de lucha.
—Le entiendo.
—Si después de esa libertad decide retornar, se debe decidir sabiamente si permitirle volver, o simplemente rechazarle.
—¿Y usted qué haría? — Preguntó Lucía, ansiosamente.
—Por ahora ojalá no regrese, así me evito esa pena de tener que decidir.
Lucía no respondió más, motivo por el cual retomé la lectura de la mañana. Después de un rato, empecé a sentir un ligero dolor de cabeza, cerré el libro cuando noté que la visión se empezó a poner borrosa, y después de eso, simplemente no puedo recordar que otra cosa sucedio.