El celular de Sofía comenzó a sonar, rompiendo con delicadeza el hechizo que los envolvía. La melodía del tono era suave, pero en ese momento sonó como un estruendo entre las olas y los latidos acelerados. Ambos se miraron, todavía entrelazados de las manos, temiendo que aquel sonido los devolviera a la realidad, esa que ninguno de los dos quería enfrentar.
Sofía sacó lentamente el teléfono del bolsillo de su abrigo. Al ver el nombre en la pantalla, su rostro cambió por un instante; la expresión dulce y encendida se tiñó de una ligera sombra.
 Era un número conocido, uno que pertenecía al hospital donde hacía semanas había visitado. Tragó saliva, tratando de disimular el temblor en sus manos, tenía miedo de saber la respuesta, tenía miedo que con esa llamada su mundo volviera a colapsar cuando por fin se permitía algo de felicidad.
Alejandro notó la repentina tensión en sus ojos, como su dulce rostro iluminado por la inmenza luna se apagó, y con un tono lleno de preocupación, preguntó, intentando no sonar mu entrometido:
 Alejandro:—¿Está todo bien, Sofía?
Ella lo miró y forzó una sonrisa, una de esas sonrisas que intentan ocultar lo inevitable, de aquellas sonrisas que muestran lo que calla el corazón y la tristeza se lleva.
 Sofía:—Sí… creo que sí, jeje no te preocupes todo está bien —respondió con voz apagada, desviando la mirada hacia el mar, respirando profundamente para calmar su mente.
El teléfono siguió sonando. Ella lo sostuvo entre sus dedos por unos segundos más, indecisa, mientras el viento revolvía su cabello y la luna parecía observarlos con tristeza, pero ella estaba decidida a que esa noche, por lo menos esa noche no quería recibir malas noticias, con una decisión increible finalmente, lo rechazó. No quería romper la magia, no esa noche, pero por más que intentara ocultarlo sus grandes ojos como estrellas se volvieron cristalinos, Alejandro percibió el brillo húmedo en los ojos de Sofía, pero no insistió. Algo dentro de él le dijo que había un peso que ella cargaba, algo que tal vez aún no estaba lista para compartir. En cambio, optó por lo que mejor sabía hacer: convertir el silencio en melodía.
Volvió a tomar su guitarra y comenzó a tocar, despacio, con una ternura que parecía prometerle calma, con esa dulzura que acariciaba cada parte de Sofía, como una promesa entre susurros que decía que no estaba sola, las notas flotaban en el aire, suaves como un suspiro. Sofía lo miraba, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que su corazón no dolía, Que tal vez si tenía un refugio donde podía respirar sin miedo.
Las lágrimas que había contenido finalmente rodaron por su rostro, pero no eran de tristeza; eran lágrimas de alivio, de esa mezcla entre belleza y dolor que solo se siente cuando algo en el alma comienza a sanar.
Alejandro, al verla llorar, sintió que el universo colapsó, porque ver en esos enormes y hermosos ojos una pizca de tristeza despertaba en él algo queno podía decifrar, solo sentía que si ella le pedía el mundo se lo daría con tal de nunca verla llorar, entonces detuvo su guitarra y se acercó un poco más, rozando su mejilla con su dedo, para secar aquellas lagrimas.
 Alejandro: —No llores —susurró—. Si supieras lo hermoso que se ve el mundo en tus ojos ahora, entenderías que todo lo que duele… vale la pena— Alejnadro pensando para sí mismo, decía, "si supieras que aún conociendote poco, al verte llorar destruiría el mundo para que tus ojos nunca pasen por eso de nuevo".
Sofía soltó una pequeña risa entre lágrimas.
 Sofía: —A veces no sé si eres poeta o simplemente un loco con guitarra jeje.
Alejandro sonrió, con ese brillo travieso que escondía una ternura infinita.
 Alejandro:—¿Y qué sucedería si soy ambas cosas? —dijo con una pequeña sonrisa.
Sofía se echó a reír, esta vez sincera, sonora, liberadora. Y en ese instante, Alejandro supo que no había sonido más bello que su risa mezclándose con el vaivén de las olas—QUE SONIDO MÁS ENCANTADOR, DARÍA TODO LO QUE TENGO SOO POR OIR ESA MELODÍA.
El teléfono volvió a vibrar, insistente, pero Sofía lo ignoró, ella solo quería sonreir un poco más esa noche. Guardó el aparato en su bolso y se recostó sobre la arena fría, mirando el cielo estrellado. Alejandro la imitó. Ambos permanecieron allí, hombro con hombro, sin hablar, dejando que el mar cantara por ellos, viendo la hermosa luna juntos.
Después de un largo silencio, Sofía susurró y confesó algo:
 Alejandro:—¿Sabes algo, Alejandro? Creo que nunca me había sentido tan viva como esta noche, gracias en verdad.
Él giró el rostro y la observó con ternura.
 Alejandro:—Entonces haré lo que sea necesario para que nunca olvides cómo se siente.
Sofía cerró los ojos, y por primera vez en mucho tiempo, no temió al mañana.
El viento sopló, llevando consigo el aroma del mar y una sensación de paz que ninguno de los dos había conocido. Pero en el fondo, los dos sabían —aunque no lo dijeran— que esa calma era solo el sentimiento de sentir a la otra persona a su lado. Entonces después de compartir sus contactos y notar la hora, decidieron retirarse del lugar y cada uno con las ansias de ver el mensaje del otro al despertar.
La luna fue testigo en aquellos momentos de cómo se quedaron allí, entre notas y pinceladas, entre promesas silenciosas y miedos no confesados.
 Esa noche, el amor nació… pero también el destino empezó a moverse.
#5587 en Novela romántica 
eternos romance perdidas, tristeza amor, tristeza dolor amor alegria decepcion
Editado: 13.10.2025