Entre luces y sombras: Los olvidados.

Capítulo 14. Joseph – El pasado (1997)

En medio de la deriva, Joseph se encontraba perdido. No sabía cómo actuar y, con la bajada de hormonas causada por haber sido descubierto, comenzó a sentir el impacto de la situación. Su rostro todavía era visible en el espejo natural del agua teñida de rojo, y el intenso olor a hierro, junto con lo grotesco de la escena, lo abrumaba, impidiéndole pensar con claridad. En su mente, solo veía imágenes de su familia al enterarse de esta situación. Incluso llegó a pensar en cómo sería vivir en la cárcel o si existía la posibilidad de obtener prisión domiciliaria.

 

Condujo la lancha hasta dar con un muelle abandonado, una tarea que resultó ser más complicada de lo que esperaba. La preocupación de que alguna embarcación pasara por la zona contaminada lo atormentaba. Navegó a lo largo de la represa durante casi una hora, buscando de forma desesperada un lugar adecuado para desembarcar y comenzar su escapada. En ese tiempo, su mente se debatía entre múltiples dilemas: cómo llegaría a casa, cómo explicaría a su familia lo sucedido y cómo enfrentaría la tarea de comunicar a sus accionistas que el negocio, al final, no podría cerrarse.

 

Tras navegar en línea recta y alejarse lo suficiente de los turistas y posibles individuos interesados, decidió mirar hacia atrás, preocupado de que alguien pudiera haberlo seguido. También temía que la lancha, que para entonces había perdido gran parte de su valor, hubiera dejado alguna evidencia que pudiera llevar a cualquier curioso hasta su ubicación.

 

Una de las estrategias más efectivas para eliminar cualquier evidencia incriminatoria es su total desaparición, y dentro de las opciones disponibles, el fuego suele ser considerado una herramienta de una eficacia impresionante. Al quemar por completo cualquier objeto que pudiera vincularte a un delito, se elimina cualquier rastro de ADN o huellas, haciendo que sea casi imposible para la policía o cualquier investigador privado descubrir pruebas incriminatorias. Esta idea empezó a inundar la mente de Joseph, y la posibilidad de utilizar el combustible del vehículo como un agente inflamable parecía tentadora.

 

Después de reflexionarlo un momento, Joseph llegó a la conclusión de que esta opción solo desencadenaría una explosión, lo que sin duda atraería la atención no deseada. A pesar de que ya se sentía expuesto, deseaba mantener un perfil bajo y evitar cualquier acción que pudiera incriminarlo aún más.

 

Improvisó utilizando sus medias como trapos de tela fina y un poco de combustible para borrar sus huellas, evitando así cualquier posibilidad de identificación. No se preocupó tanto por el ADN de su víctima, ya que estaba convencido de que el vehículo en sí sería suficiente para vincularlo, dado que el cuerpo de la víctima, como suponía Joseph, ya no existía. El lugar se encontraba desolado como para abandonar el vehículo y escapar de forma apresurada. Su objetivo era llegar a un lugar seguro y contactar a algún conocido que pudiera ayudarlo. Antes de huir, trató de dejar las cosas en orden, recordó su acto vengativo de haber arrancado las orejas de su víctima y decidió enterrarlas. Tenía la certeza de que en pocos días se habrían descompuesto y dejarían de ser un motivo de preocupación. El reloj le causaba un gran dilema. No sabía qué hacer con él, pero no quería desprenderse de su posesión. A pesar de todas las preocupaciones que lo atormentaban, sentía en lo más profundo una inquietante sensación de paz.

 

Optó por guardar, de nuevo, el objeto en su bolsillo y varó de forma cuidadosa la lancha de manera que no quedara flotando en el agua. Sería un grave error permitir que la lancha quedara a la deriva debido a la transferencia de movimiento, ya que eso aumentaría el riesgo de que alguien más la encontrara. Se encontraba en un dilema abrumador con respecto a su ropa, pues tanto la sangre como el sudor habían impregnado su camisa, revelando pruebas incuestionables de su participación en el asesinato.

 

Tomó la decisión de enterrar la camisa a unos centímetros por debajo de donde había ocultado las orejas. Esta acción tenía sentido, ya que en caso de que alguien encontrara primero los fragmentos humanos, no tendría necesidad de seguir excavando. Si sus prendas estaban hechas de algodón, como decían esos diseñadores tan costosos que solía pagar, lo más lógico e intuitivo sería suponer que se descompondrían de la misma manera que el ADN incriminatorio, contribuyendo así a la eliminación de pruebas.

 

El sendero que llevaba a la carretera principal estaba flanqueado por una baranda de madera desgastada por la exposición constante a la intemperie y el agua. En las zonas más bajas, donde tocaban el suelo, miles de colonias de moho habían prosperado durante mucho tiempo, absorbiendo los nutrientes que el viento y algunos turistas dejaban tras su paso por el camino. Era en extremo rudimentario; apenas cabían dos personas a lo ancho, y ni siquiera estaba pavimentado con piedra, más bien se había formado de manera natural debido al constante tránsito de peatones. Para ser claro, era el tipo de camino que se crea en pastizales después de años de ser recorrido una y otra vez por miles de personas.

 

Darse a la fuga a pie como si nada no era una idea sensata. Joseph desconocía su ubicación exacta y las posibilidades de encontrarse con un gran número de personas eran elevadas. Por lo tanto, optó por alejarse del sendero principal para comenzar a subir y, antes de asomarse a la luz de la carretera, se aseguró de que nadie lo estuviera observando. Por último, salió a varios metros de la entrada principal del muelle.




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