El segundo día transcurrió con la lentitud viscosa de la miel derramada. Héctor salió temprano otra vez, esta vez con más documentos que necesitaba entregar a la fiscal. Leo y yo nos habíamos establecido en una rutina incómoda: café por la mañana, intercambio de miradas significativas, largos silencios interrumpidos por conversaciones que tocaban todo excepto lo que realmente importaba.
Estaba revisando las fotos en mi teléfono—una galería de momentos capturados antes de que mi vida se convirtiera en esto—cuando alguien tocó a la puerta. No el timbre, sino golpes insistentes que tenían el ritmo específico de alguien que no se iría sin respuesta.
Leo y yo nos miramos, el pánico instantáneo reflejándose en nuestros ojos.
—No abras —susurró, poniéndose de pie con el cuerpo tenso como un resorte.
Los golpes continuaron, seguidos de una voz que reconocí de inmediato:
—¡Amelia Rivas, sé que estás ahí! ¡Abre esta maldita puerta o la tiro abajo!
—Mierda —murmuré—. Es Val.
—¿Tu amiga Val? ¿La que deja mensajes dramáticos?
—La misma.
Los golpes se intensificaron, acompañados ahora de otra voz, más grave y medida:
—Amy, soy Sam. Por favor, solo necesitamos saber que estás bien.
Leo se pasó una mano por el cabello, claramente dividido entre el instinto de mantener nuestra ubicación secreta y la realidad de que Val probablemente despertaría a todo el edificio si no le abríamos.
—¿Cómo nos encontraron? —pregunté, acercándome a la puerta pero sin abrirla todavía.
—¡Seguí a tu mamá! —gritó Val desde el otro lado—. ¡Soy muy buena en esto! ¡Debería ser detective! ¡Ahora abre antes de que llame a la policía y les diga que hay un posible secuestro!
—No está secuestrada —murmuró Leo—. Técnicamente.
Tomé una decisión rápida, probablemente estúpida, y abrí la puerta. Val prácticamente se lanzó dentro, sus ojos escaneando el apartamento como si estuviera documentando evidencia para un juicio. Sam entró detrás de ella, más calmado pero con una expresión que mezclaba alivio y preocupación.
—¿Estás bien? —preguntó Sam, ignorando completamente a Leo mientras me miraba de arriba abajo, buscando señales de daño.
—Estoy bien —aseguré—. Pero no deberían estar aquí. Es peligroso.
—¿Peligroso? —Val prácticamente gritó la palabra—. ¿Peligroso? ¡Amelia, has estado desaparecida durante días! ¡El instituto entero piensa que te fugaste con el chico nuevo! ¡Marina está diciendo que probablemente estés muerta en una zanja!
—Claramente no estoy muerta en una zanja —respondí, cerrando la puerta rápidamente y echando el seguro.
Val se giró hacia Leo, evaluándolo con la intensidad de un depredador acechando a su presa.
—Tú. Chico guitarra. Más te vale tener una explicación excelente para todo esto.
Leo levantó las manos en un gesto de rendición.
—Es complicado.
—Descomplifícalo —ordenó Val, cruzándose de brazos.
Sam, mientras tanto, se había sentado en el sofá sin invitación, su expresión seria y alerta. Conocía esa mirada—la misma que tenía cuando alguien intentaba aprovecharse de mí en la primaria, o cuando un maestro me calificaba injustamente. Era su modo protector, y estaba completamente activado.
—Está bien —dije, sentándome en el brazo del sofá—. Les contaré todo. Pero tienen que prometer que no le dirán a nadie dónde estamos.
—¿Por qué siento que estoy a punto de enterarme de algo que va a arruinar mi percepción de la realidad? —murmuró Val, pero se sentó en el otro extremo del sofá.
Les contamos todo. Bueno, casi todo. Omití algunas partes sobre cuán cerca Leo y yo nos habíamos vuelto, porque la mirada de Sam ya era lo suficientemente intensa sin agregar ese combustible al fuego. Val interrumpía constantemente con preguntas y comentarios sarcásticos, mientras que Sam escuchaba en silencio, procesando cada palabra con su característica calma analítica.
Cuando terminamos, Val se quedó mirando al techo como si estuviera teniendo una crisis existencial.
—Entonces déjame ver si entendí —dijo finalmente—. Tu padre y el suyo estaban trabajando con un criminal corrupto. Descubrieron su esquema. Desaparecieron para protegerlos. Y ahora ustedes están escondidos esperando que una fiscal arreste a ese criminal antes de que los encuentre y los haga desaparecer también.
—Básicamente, sí —confirmé.
—Joder —silbó Val—. Esto es como una novela de misterio barata. Excepto que es tu vida real.
—¿Por qué no fueron directamente a la policía? —preguntó Sam, su voz llena de la lógica práctica que lo caracterizaba.
—Rojas tiene contactos —explicó Leo—. No sabíamos en quién confiar.
Sam asintió lentamente, procesando.
—Tiene sentido. Pero también es increíblemente arriesgado. ¿Y si este periodista no es de confianza?
—Lo es —dije con más convicción de la que sentía—. Conocía a nuestros padres. Intentó exponer a Rojas antes.
—Y lo amenazaron —añadió Val—. Lo cual significa que este tipo Rojas es realmente peligroso. Lo cual significa que ustedes están en peligro real. Lo cual significa... —sus ojos se llenaron repentinamente de lágrimas que intentó parpadear—. Mierda, Amy. Podrías haber muerto.
Me levanté y me senté junto a ella, pasando un brazo alrededor de sus hombros.
—Pero no lo hice. Estoy aquí. Estoy bien.
—Por ahora —murmuró—. ¿Y después? ¿Cuando todo esto salga a la luz? ¿Crees que Rojas simplemente se rendirá?
Era una buena pregunta. Una que había estado evitando hacerme a mí misma.
—No lo sé —admití—. Pero tenemos que intentarlo. Por nuestros padres. Por todas las personas que Rojas ha lastimado.
Sam se levantó y caminó hacia la ventana, mirando hacia la calle con expresión pensativa.
—Necesitan más protección —dijo finalmente—. Si Rojas es tan peligroso como dicen, un periodista y una fiscal no serán suficientes.
—¿Qué sugieres? —preguntó Leo, su tono ligeramente defensivo.
Editado: 23.10.2025