El amanecer llegó demasiado rápido y demasiado lento al mismo tiempo. Me desperté con el cuerpo rígido por la tensión, cada músculo preparado para algo que aún no había sucedido. Leo ya estaba despierto, sentado en el borde de la cama con la cabeza entre las manos.
—¿No dormiste? —pregunté, mi voz rasposa por el sueño.
—Un poco —mintió, y pude ver las sombras oscuras bajo sus ojos que lo traicionaban—. Sigo pensando en todo lo que podría salir mal.
Me senté a su lado, nuestros hombros tocándose en el espacio estrecho.
—O todo lo que podría salir bien.
Sonrió sin humor.
—Siempre la optimista.
—Alguien tiene que serlo.
En la sala, encontramos a Val dormida en una posición que parecía anatómicamente imposible, medio colgando del sofá con la boca abierta. Sam estaba despierto, sentado en el suelo con la espalda contra la pared, revisando su teléfono.
—Las redes están explotando —dijo sin levantar la vista—. Todos están hablando de ustedes. Hay teorías de conspiración, memes, incluso un hashtag.
—¿Un hashtag? —repetí, sin saber si reír o llorar.
—#DondeEstanAmyYLeo —confirmó—. Tiene trending en la ciudad.
—Genial —murmuró Leo—. Justo lo que necesitábamos. Más atención.
Héctor salió de su habitación ya vestido, con el cabello húmedo de la ducha y una expresión que mezclaba determinación y preocupación.
—La fiscal quiere verlos a las nueve —anunció—. Tenemos una hora. Coman algo, vístanse apropiadamente. Esto es oficial ahora.
El desayuno fue un affair silencioso. Incluso Val, normalmente incapaz de callarse por más de cinco minutos, comía sus tostadas en contemplación seria. La gravedad de lo que estábamos a punto de hacer se había instalado sobre todos nosotros como una manta pesada.
Me duché rápidamente, dejando que el agua caliente aliviara algunos de los nudos en mis hombros. Cuando salí, Leo estaba esperando su turno, apoyado contra la pared con los brazos cruzados.
—¿Lista? —preguntó.
—No —admití—. Pero supongo que eso no importa.
Me tomó de la mano, sus dedos entrelazándose con los míos con una familiaridad que parecía haber estado ahí siempre.
—Pase lo que pase hoy —dijo, su voz baja e intensa—. Quiero que sepas que nada de esto hubiera sido posible sin ti. No solo encontrar la verdad, sino... tener el coraje de buscarla.
—Leo...
—Déjame terminar —interrumpió suavemente—. Pasé tanto tiempo huyendo, convenciéndome de que era más fácil no pertenecer a ningún lugar. Pero tú... tú me hiciste querer quedarme. Querer luchar. Querer algo más que solo sobrevivir.
Mi garganta se apretó con emociones que no sabía cómo nombrar.
—No hiciste esto solo por mí —logré decir—. Lo hiciste por tu padre. Por la verdad.
—Empecé por eso —admitió—. Pero en algún punto, también fue por ti. Por nosotros. Por la posibilidad de un futuro donde no tengamos que escondernos.
Antes de que pudiera responder, Val apareció en el pasillo, su cabello aún despeinado pero sus ojos alertas.
—Chicos, odio interrumpir este momento de película romántica —dijo—. Pero Héctor dice que tenemos que irnos en diez minutos. Así que terminen de ponerse emocionales y prepárense.
La oficina de la Fiscal Mendoza estaba en el centro de la ciudad, en un edificio de gobierno que olía a papel viejo y decisiones importantes. Nos escoltaron a través de pasillos estériles hasta una sala de conferencias donde la fiscal nos esperaba junto con dos detectives y una mujer que se presentó como abogada de víctimas.
La Fiscal Mendoza era más joven de lo que esperaba, tal vez cuarenta años, con cabello recogido en un moño severo y ojos que no perdían detalle. Cuando nos sentamos, estudió nuestros rostros con la intensidad de alguien evaluando testigos en un juicio.
—Amelia, Leonardo —comenzó, su voz firme pero no hostil—. Primero que nada, no están en problemas. Son testigos, no sospechosos. Entiendo que han pasado por una experiencia traumática, y aprecio su voluntad de cooperar.
—Solo queremos ayudar —dije, mi voz sonando más firme de lo que me sentía.
—Y lo harán —aseguró—. Los documentos que Héctor nos entregó son sólidos. Tenemos suficiente para arrestar a Salvador Rojas y acusarlo de fraude, malversación de fondos, y potencialmente más cargos. Pero necesito escuchar su versión de los eventos. Todo, desde el principio.
Las siguientes tres horas fueron agotadoras. Nos hicieron contar la historia una y otra vez, cada detective haciéndonos preguntas desde diferentes ángulos, buscando inconsistencias o detalles que hubiéramos omitido. La abogada de víctimas tomaba notas meticulosas, ocasionalmente interrumpiendo para clarificar o para recordarles a los detectives que éramos menores y tenían que tratarnos apropiadamente.
Héctor y mi madre habían sido permitidos en la sala, sentados en el fondo como observadores silenciosos. Cada vez que la intensidad del interrogatorio se volvía demasiado, buscaba los ojos de mi madre y encontraba fuerza en su presencia constante.
—¿En algún momento Rojas los amenazó directamente? —preguntó uno de los detectives.
—En el parque —respondió Leo—. Dijo que haría que nuestros problemas desaparecieran si le dábamos lo que quería.
—¿Y qué interpretaron que quería decir con eso?
—Que nos haría desaparecer —dije simplemente—. Como hizo con nuestros padres.
La fiscal se inclinó hacia adelante.
—¿Creen que Rojas es responsable de las desapariciones de sus padres?
Leo y yo nos miramos. Era la pregunta que habíamos estado evitando, la posibilidad que era demasiado terrible para considerar completamente.
—No sabemos qué les pasó —respondí cuidadosamente—. Pero las circunstancias... la forma en que desaparecieron justo cuando descubrieron el fraude de Rojas... es demasiada coincidencia.
—Estamos investigando esa posibilidad también —dijo la fiscal—. Pero les advierto que pueden no encontrar las respuestas que buscan. Ha pasado mucho tiempo. El rastro está frío.
Editado: 23.10.2025